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Marta y María. Acoger a Dios.

Uno de los diagnósticos más certeros del mundo actual es el que hace Benedicto XVI. De diversas formas ha expresado que el problema central se encuentra en que el ser humano se ha alejado de Dios . Se ha puesto a sí mismo en el centro, y ha puesto a Dios en un rincón, o lo ha despachado por la ventana. En la vida moderna, marcada de diversas maneras por el agnosticismo, el relativismo y el positivismo, no queda espacio para Dios.  En la Sagrada Escritura aparecen, por contraste, varios ejemplos de acogida amorosa al Señor. En el Antiguo Testamento (Gn 18,1-10) es paradigmática la figura de Abrahán, al que se le aparece el Señor. Su reacción inmediata es postrarse en tierra y decir: "Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. No repara en la dificultad que supone una visita a la hora en que hacía más calor, no piensa en su comodidad sino en las necesidades ajenas. Ve la presencia de Dios en aquellos tres ángeles, y recibe com

Deseos de paz

La violencia y las guerras son un flagelo de toda sociedad. Desde los cuatro puntos cardinales y a través de los tiempos se levanta el clamor de muchedumbres impotentes pidiendo el regalo de la paz, de la cordura, de la justicia, del amor. A veces parece que el poder de los fuertes y de los violentos se burlara de la petición multitudinaria de los pacíficos y de los sencillos. Pero la liturgia y la Sagrada Escritura salen al encuentro del ser humano tentado por la desesperanza. En la semana XIV del tiempo ordinario se invita a la memoria de las cosas buenas que Dios ha hecho por nosotros: “Recordaremos, Señor, los dones de tu amor en medio de tu templo. Que todos los hombres de la tierra te conozcan y alaben, porque es infinita tu justicia”. Y en la Colecta de ese mismo domingo se explica la razón de la esperanza, que es el valor infinito de la salvación alcanzada por Cristo: “Dios nuestro, que por medio de la muerte de tu Hijo has redimido al mundo de la esclavitud del pecado, concé

Juan Bautista. Conversión

La figura del Bautista prepara la aparición de Jesucristo en el Evangelio. Siguiendo a Fabris, se pueden señalar los ambientes que aparecen en este orden: primero el desierto, donde se presentan la figura y la actividad de Juan, que anuncia la llegada de otro, más fuerte y más potente que él; después, el río Jordán, donde Jesús recibe el bautismo y después el desierto de nuevo, donde se ambientan las tentaciones de Jesús. San Marcos presenta a Juan como el gran precursor de Jesús. Se trata de un anuncio público y de un encargo: ser heraldo del Mesías. El anuncio se asocia al rito del bautismo, como sucedía también en la comunidad de Qumrán, aunque con diferencias notorias: el bautismo de Juan no es para iniciados, sino para todos; no es cotidiano, sino que se recibe una sola vez; no se aplica personalmente; sino que lo administra el mismo Juan. El Bautista le da al rito un significado de conversión y preparación mesiánica, o en su contexto histórico, al juicio definitivo de Dio

Confesión, perdón y amor

Uno de los pasajes más impresionantes de la Biblia es la historia del pecado de David, que mató a un soldado suyo para quedarse con su mujer, de la que antes había concebido un hijo. Cuando el profeta Natán le hace caer en la cuenta de la gravedad de su conducta, el rey David compone ese bellísimo salmo 51, en el que se abandona a la misericordia de Dios. La respuesta que le trae el profeta después de la conversión es la siguiente: «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.» (2 Sam 12, 7-10. 13). El anuncio de la misericordia de Dios continúa en el Nuevo Testamento. El evangelista que más insiste en esta faceta de la predicación de Jesús es San Lucas. Según Fabris , este Evangelio es sobre todo una buena noticia para los pobres, pues se dirige a la comunidad acomodada del mundo griego. Pero también proclama la salvación a los pecadores o excluidos. Este estilo de acogida para la salvación aparece de modo claro en un episodio reportado solo por Lucas: la pecadora anónima de G

Pentecostés. Apostolado

Apartes de la homilía de Benedicto XVI en Pentecostés del 2005 : La primera lectura y el evangelio del domingo de Pentecostés nos presentan dos grandes imágenes de la misión del Espíritu Santo. La lectura de los Hechos de los Apóstoles narra cómo el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, bajo los signos de un viento impetuoso y del fuego, irrumpe en la comunidad orante de los discípulos de Jesús y así da origen a la Iglesia. Para Israel, Pentecostés se había transformado de fiesta de la cosecha en fiesta conmemorativa de la conclusión de la alianza en el Sinaí (…) Israel llegó a ser pueblo de forma plena precisamente a través de la alianza con Dios en el Sinaí. El encuentro con Dios en el Sinaí podría considerarse como el fundamento y la garantía de su existencia como pueblo. El viento y el fuego, que bajaron sobre la comunidad de los discípulos de Cristo reunida en el Cenáculo, constituyeron un desarrollo ulterior del acontecimiento del Sinaí y le dieron nueva amplitud. En aquel

El Espíritu Santo nos lo recordará

En el capítulo 14 de San Juan se presenta el contexto de la última cena y los discursos de despedida. En ellos, Jesús exclama: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Son palabras que nos hacen recordar el discurso de Benedicto XVI a los jóvenes en Brasil (10-V-2007): «Los mandamientos conducen a la vida, lo que equivale a decir que ellos nos garantizan autenticidad . Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto. Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios. No basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia ciencia aplicada. No nos son impuestos desde afuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Nos impulsan a hacer algo para realizarnos a nosotros mismos. Realizarse a través d

Jesucristo muestra al Padre

En estos días sucedió, en una Clínica Universitaria bogotana, que una cirujana joven -40 años, casada y con dos hijos- sufrió un desmayo en plena cirugía. A los dos días falleció: se trataba de un aneurisma cerebral. Son situaciones que lo hacen pensar a uno, lo ponen a meditar sobre los miedos del hombre. Uno de ellos es la muerte, que se puede ver como una amenaza, sobre todo si no se tiene esperanza para el más allá. Comentaba estas ideas el pasado fin de semana, en un encuentro de jóvenes emprendedores. Meditábamos en que la empresa más importante para nosotros es nuestra propia vida. Y para sacarla adelante, en beneficio de la familia y de la sociedad, veíamos la importancia de tener un modelo (esa es la explicación de muchas empresas exitosas: recorrer el camino que se ha demostrado válido en experiencias anteriores). El mejor ejemplo para nuestra vida es Jesucristo. Como dice el Concilio Vaticano II, en una frase que tanto gustaba a Juan Pablo II, “Cristo revela el hombre

El Buen Pastor

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno». El cuarto domingo de Pascua es conocido como el del Buen Pastor. El texto de Juan escogido para el ciclo C aparece en el contexto de la fiesta de la Dedicación del Templo. Allí Jesús se revela como el Hijo de Dios, igual al Padre. Las reacciones son de fe, en unos: en las buenas ovejas, a las que Él conoce y ellas le siguen. En otros, sucede lo que a algunos teólogos contemporáneos, que se empeñan en negar la divinidad de Jesucristo, a pesar de la rotundidad de pasajes como el que estamos viendo (Jn 10,27-30). De eso nos habla la fiesta del Buen Pastor: de ver qué tan buenas ovejas somos. Si escuchamos su voz, si le seguimos. Un propósito para estos días de Pascua,: acercarnos a Cristo, conocerlo, amarlo. Buscarlo en la ora

Testigos de la Eucaristía

El último capítulo del Evangelio de Juan es una adición, que se refiere a la Iglesia posterior a la Ascensión del Señor a los cielos, en la cual el joven apóstol reconoce la misión de Pedro como primado. Narra también la pesca milagrosa del Resucitado, que la liturgia del tercer domingo de Pascua (ciclo C) nos invita a poner en relación con el testimonio apostólico y con la adoración a Dios: si el capítulo quinto de Lucas comenzaba con el llamado a Pedro para ser pescador de hombres, este apartado de Juan termina mostrando su realización histórica. San Josemaría comenta sobre las virtudes de Juan y de Pedro en esta escena: ( Amigos de Dios, n. 266 ): « Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ― ¡es el Señor! El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exc

Anunciar a Cristo resucitado

Una semana después de la Pascua, la liturgia nos hace considerar el comienzo del Apocalipsis, donde el autor describe a Jesucristo resucitado como juez escatológico. En medio de la simbología (lámparas que son la oración de la Iglesia), se escucha la voz de Jesús resucitado, vestido como sacerdote (túnica hasta los pies), como rey (banda de oro en el pecho), eterno (barba blanca), sabio (mirada brillante), poderoso (voz de trueno, pisada metálica): «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos ». La primera visión del autor del Apocalipsis es litúrgica, como hemos dicho. Y no deja de ser significativo que se dé un domingo: es la Misa dominical, estrechamente relacionada con la liturgia del Cielo. Tan estrecho es el vínculo que se trata de la misma Eucaristía.  Por eso el Evangelio señala que la nueva aparición de Jesucristo a los apóstoles se da también « al anochecer de aquel día, el primero de

Conversión real

Al final de la cuaresma, la liturgia invita al arrepentimiento verdadero como única manera de prepararse para celebrar la pascua. No se trata simplemente de morir al pecado, sino de renacer a una vida nueva, buscar la santidad. El Señor promete en el Antiguo Testamento que Él dará los medios: Yo realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo. (Isaías 43,16-21: "No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo. Yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Abriré caminos en el desierto y haré que corran los ríos en tierra árida. Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la llanura, para apagar la sed de mi pueblo escogido . Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas". En esa bebida que promete Dios se vislumbra la Eucaristía, que tanto necesitamos. Como dice San Gregorio de Nisa, «Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta

Conversión

En el tiempo de Cuaresma se considera la historia de Moisés, inicio del Éxodo del pueblo israelita de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Se trata de una figura del éxodo que hemos de seguir ahora los cristianos, de la esclavitud del pecado hacia la libertad que Cristo nos ha ganado con su muerte en la Cruz.   Un momento importante en la historia de Moisés, como en la de toda persona, es el momento de su vocación. Dios lo llama por su nombre, se presenta como el Dios de sus antepasados, le indica el proyecto de liberación en términos entrañables y, por último le da una imperiosa misión (Cf. Biblia de Navarra, comentario a Éxodo 3, 1-15). El Señor ha observado, escuchado, comprendido a su pueblo y, por último, ha bajado a liberarlo. Israel debe subir a la tierra prometida, como un camino hacia la plenitud. De la misma forma presentará Lucas en su Evangelio el ascenso de Jesús a Jerusalén. San Pablo predicará que la vida del pueblo escogido es una advertencia par

Misericordia

Me contaba en estos días una profesora de Introducción al cristianismo un suceso de clase: hablando sobre verdad y tolerancia, llegaron a una situación que a ella le pareció de extremo relativismo y le propuso al alumno un ejemplo límite, para hacerlo reaccionar: ― “Si ves a una persona que se quiere lanzar desde un cuarto piso, ¿la dejas que se tire?” La respuesta fue inmediata: ― “Desde luego, que la dejo, pues es lo que ella quiere”. La profesora recurrió al argumento democrático, poniendo por testigo a todo el auditorio: ― “Ustedes, ¿qué harían?”. Para su sorpresa, la reacción fue unánime: ― “La dejaríamos lanzarse, pues hay que respetar su libertad”. Desconsolada, lo único que la profesora pudo decir como respuesta fue: ― “Si ven que yo voy a hacerlo, por favor, no duden en impedírmelo”. No parece una historia verdadera, pero sí lo es. Un amigo me sugería repetir el experimento preguntando qué pasaría si la que se lanza es la novia de uno. Quizá el egoísmo venciera el re

Las bienaventuranzas

Desde los tiempos de Adán y Eva existe un misterio que inquieta a todos los seres humanos: por qué razón no hacemos lo bueno y, en cambio, optamos por lo que es malo. Es el misterio de la iniquidad humana, que a lo largo de la historia se ha intentado explicar. Si en otras ocasiones hemos pensado en la necesidad de un sentido para la vida, hoy podemos profundizar en la necesidad de tomar decisiones para alcanzar lo bueno, conveniente o necesario, para lograr el sentido de nuestra propia existencia.  En el Antiguo Testamento aparece con frecuencia la encrucijada a la que se enfrenta el ser humano: de una parte, el camino fácil, regalado, que termina en el fracaso; por otro lado, el camino de la felicidad que –sin embargo- es empinado, difícil, poco agradable a primera vista. Una metáfora que suele emplearse para las personas que escogen este último, el de la vida lograda, es la del árbol sembrado junto a la corriente. Por ejemplo, en el salmo 1: Dichoso el hombre que no sigue el con

Apostolado. Pescadores de hombres

Cuando un psiquiatra quiere descubrir los síntomas psicóticos de un paciente aparentemente normal, una pregunta clave es la siguiente: ¿tiene usted alguna misión en la vida? Muchas veces, en la respuesta surgen ambiciones maníacas, inalcanzables, que manifiestan una enfermedad de fondo. A pesar de jugar con trampa, podemos hacernos ahora esa misma pregunta, pues no solo es síntoma psiquiátrico tener una respuesta, sino también no tenerla. En la anterior anotación considerábamos el misterio de la vocación. Dios llama, desde antes de crearnos, como vimos en el caso de Jeremías. Pero… ¿llama para qué? La vocación es al mismo tiempo una misión, tiene un contenido concreto, que es el sentido de la vida. Es lo que vemos en el caso de Isaías, que –aún siendo consciente de su indignidad: “Soy un hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, y he visto con mis propios ojos al Rey y Señor todopoderoso”- recibe la vocación en forma de pregunta: “oí la voz del Señor, que