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Marta y María. Acoger a Dios.


Uno de los diagnósticos más certeros del mundo actual es el que hace Benedicto XVI. De diversas formas ha expresado que el problema central se encuentra en que el ser humano se ha alejado de Dios. Se ha puesto a sí mismo en el centro, y ha puesto a Dios en un rincón, o lo ha despachado por la ventana. En la vida moderna, marcada de diversas maneras por el agnosticismo, el relativismo y el positivismo, no queda espacio para Dios. 

En la Sagrada Escritura aparecen, por contraste, varios ejemplos de acogida amorosa al Señor. En el Antiguo Testamento (Gn 18,1-10) es paradigmática la figura de Abrahán, al que se le aparece el Señor. Su reacción inmediata es postrarse en tierra y decir: "Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. No repara en la dificultad que supone una visita a la hora en que hacía más calor, no piensa en su comodidad sino en las necesidades ajenas. Ve la presencia de Dios en aquellos tres ángeles, y recibe como regalo la promesa de la concepción de Isaac.

En el Evangelio hay una escena de algún modo paralela. Quien la narra es Lucas (10,38-42), justo después de la parábola del Buen Samaritano. Es como una concreción, en la vida real, del mandamiento del amor al prójimo ilustrado con el relato previo: “Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer que se llamaba Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo: —Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile entonces que me ayude. Pero el Señor le respondió: —Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”.

A primera vista, las palabras de Jesús pueden entenderse como un cariñoso reproche al activismo de Marta. Pero el contexto en que la liturgia resalta su acogida del Maestro hace ver que se trata de una doble llamada: «Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba, aquélla disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas» (S. Agustín, Serm. 103,3). El discípulo de Cristo debe acogerlo en su vida, como hizo Marta; pero es necesario, ante todo, estar atento a sus palabras como hizo María. Esto último es prioritario. Por eso dice Jesús que ella escogió la mejor parte. 

San Josemaría lo comenta en Amigos de Dios, 222: "Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más. Así —sé de tantas almas normales y corrientes que lo viven—, os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas".

Mucho antes, en Camino, n. 89, había escrito: “"María escogió la mejor parte", se lee en el Santo Evangelio. —Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama. —Después, acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas. Sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!”

Y, por último, en Surco 454: “Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado, al hacerte comprender que "sólo una cosa es necesaria". Y, junto a la gratitud, que no falte a diario tu súplica, por los que aún no le conocen o no le han entendido”.

Acoger a Jesús, como lo hacían aquellos tres hermanos de Betania. Que sepamos encontrarle en el Sagrario, como le encontraban ellos en su casa: hablando de sus cosas, pendientes de sus consejos, dispuestos a servirle a Él y a los suyos. De todo esto nos habla el Evangelio de Marta y María. Acoger a Dios como Abrahán, a cualquier hora del día, en medio del trabajo, tener conciencia de estar frente a Él. 

Benedicto XVI pone como ejemplo la vida de María, la Madre de Jesús. En el n. 41 de la Encíclica Deus Caritas Est, afirma cuál es “todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1,38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios”.

Comentarios

  1. Muchas gracias por este comentario, me ha ayudado para comprender mejor este pasaje del Evangelio. Marta

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