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Mostrando las entradas con la etiqueta confesión

Curación del paralítico de Betzata

Después de la curación del hijo del funcionario real, el capítulo quinto del evangelio de san Juan continúa con otro milagro: el autor sagrado demuestra con hechos la realidad de las afirmaciones que más adelante formulará Jesús, cuando manifieste su divinidad. Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén . De acuerdo con su costumbre, el autor del cuarto evangelio ubica temporalmente el suceso de acuerdo con las fiestas judías. Para Benedicto XVI es muy probable que se trate de Pentecostés, aunque algunos digan que podría ser la Pascua. Luego viene la  ubicación espacial: Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina, llamada en hebreo Betzata, que tiene cinco pórticos, bajo los que yacía una muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. En el siglo XIX se encontraron los vestigios de esta piscina, al nororiente de la ciudad, junto a la puerta llamada también probática, porque era el sitio por donde entraban los an

Curación del endemoniado de Gerasa

Después del discurso de las parábolas, Marcos narra una serie de milagros de Jesús, con los cuales los discípulos van profundizando en la naturaleza de su Maestro (es reiterativa la pregunta: ¿quién es éste? ), hasta concluir con la respuesta de Pedro en Cesarea de Filipo: Tú eres el Hijo de Dios vivo. El primer prodigio es la tempestad calmada, que muestra el poder de Dios sobre la naturaleza y que también simboliza su protección a la Iglesia en medio de las tempestades con las que debe enfrentarse en este mundo. El siguiente milagro es el que consideraremos en esta meditación: la curación del endemoniado de Gerasa, al llegar a la otra orilla del mar. Al comienzo de su actividad, ya Jesús había hecho un exorcismo en la sinagoga de Cafarnaún. Ahora, en tierra de gentiles, también su primer portento es una expulsión del demonio: Y llegaron a la orilla opuesta del mar, a la región de los gerasenos. Gerasa estaba en la Decápolis, una región de paganos, como se nota por la presencia d

El perdón de la mujer pecadora

El primer Ángelus que pronunció el papa Francisco después de su elección, estuvo marcado por una palabra: misericordia. Y aquel mediodía del domingo 17 de marzo, con apenas cuatro días de pontificado, contó una anécdota que aún perdura en quienes la escucharon: « Recuerdo que, en 1992, apenas siendo Obispo, (…) se acercó una señora anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: “Abuela, ¿desea confesarse? ” Sí, me dijo. “ Pero si usted no tiene pecados… ”. Y ella me respondió: “Todos tenemos pecados”. Pero, quizá el Señor no la perdona... “El Señor perdona todo”, me dijo segura. Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora? “Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría” » . Ahora contemplaremos en nuestra oración una escena del Evangelio que muestra la realidad de estas palabras (Lc 7,36-50). Un fariseo, llamado Simón, lo invitó a un banquete en su casa. Un fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa.

La mujer adúltera

En el camino cuaresmal hacia el monte del Calvario, el quinto domingo de este período penitencial nos presenta una escena singular ( Jn 8,1-11 ). Tan llamativa, que fue omitida en varios códices antiguos del Evangelio de san Juan. Como si los editores se sintieran escandalizados por la misericordia de Jesús. Sin embargo, la Iglesia siempre la ha considerado canónica, inspirada por el Espíritu Santo: Jesús marchó al Monte de los Olivos. Muy de mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él; se sentó y se puso a enseñarles. Jesús nos da ejemplo de oración y de amor a las almas. Y aquellos habitantes de Jerusalén nos enseñan la importancia de acudir al encuentro con Él, para acoger sus enseñanzas. En medio de su labor magisterial, se empezó a escuchar un barullo que rompía la tranquilidad del Templo. Los escribas y fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio. No deja de ser llamativa y estrambótica la escena. Imaginemos a esa p

Resurrección de la hija de Jairo y curación de la hemorroísa

Después del exorcismo al endemoniado de Gerasa, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar (Mc 5,21). El Señor regresa de la zona oriental del lago, de donde había sido rechazado porque había echado a perder una numerosa piara. Para aquellas personas, fue más fuerte el dolor por la desaparición de unos cerdos que la alegría por la salud del joven coterráneo. Nosotros nos situamos junto a los doce apóstoles y la gran muchedumbre, ansiosos de escuchar las enseñanzas del Maestro. Sin embargo, una escena inesperada interrumpe la predicación: un hombre importante, miembro del consejo de ancianos de la sinagoga local, logra hacerse paso entre la multitud y acercarse a Jesucristo. Cuando llega a su presencia, hace un gesto de humildad: Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella,

Mateo y el perdón de los pecados

Celebramos la fiesta de San Mateo, también conocido como Leví de Alfeo. Se trata de un hombre que trabajaba como publicano, recaudador de impuestos. Esta profesión era muy mal vista por los fariseos de la época. Más aún: eran considerados una clase despreciable. Como recaudaban impuestos para los romanos, se decía que eran traidores. Como se trataba de un negocio despreciable, quienes lo practicaban incurrían en impureza legal (como también sucedía con los asneros, los camelleros, marineros, actores, pastores, tenderos, médicos y adivinos, además de los asesinos y los ladrones ). Los rabinos aprobaban el mentirles para escapar a los impuestos. Desde luego, se consideraba que no podían pertenecer al reino mesiánico. Sin embargo, la actitud de Jesús ante ellos era diferente: podemos recordar la parábola del fariseo y el publicano, en la que éste sale mejor parado con su oración, al quedarse lejos, sin siquiera levantar los ojos al cielo, sino golpeándose el pecho y di