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Mostrando las entradas de febrero, 2014

Si alguno quiere ser el primero…

Después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: ¡Tú eres el Hijo de Dios! , el Señor buscó sitios menos frecuentados para ocuparse de la formación de sus discípulos. En esos días de convivencia, les reveló que su misión incluía la muerte en la Cruz, y también les enseñó la importancia de la oración, después de su experiencia gloriosa en la Transfiguración del monte Tabor. Además, les amonestó sobre cómo debía ser la vida entre ellos, que constituirían el núcleo de la Iglesia, que es la familia de Dios en el mundo. En este contexto se enmarca un corto pasaje que consideraremos en nuestra meditación. Se trata del capítulo nueve del Evangelio de san Marcos (33-37). Después del recorrido por la Galilea, regresan a la sede central de la vida pública, probablemente la casa de Pedro: Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: —¿De qué hablabais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. La tentaci

El sermón del monte. La plenitud de la Ley

El Evangelio de Mateo estructura la enseñanza de Jesús en torno a cinco grandes discursos, en los que algunos han visto una alusión a los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco o Torá). El primero de estos discursos es el llamado “sermón del monte”; los otros son: el misionero, el de las parábolas, el eclesiástico y el escatológico. Al comienzo del año meditamos en la Misa dominical el Discurso de la montaña. Iniciamos la andadura con las Bienaventuranzas y la invitación a ser sal de la tierra y luz del mundo. Hoy continuamos con el papel que cumple Jesús con respecto a la Ley (5,17-37): No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Una de las características del primer Evangelio es presentar a Jesús como el Mesías prometido (y después rechazado por su pueblo

Santa María, Madre del Amor Hermoso

Celebramos un nuevo aniversario del inicio del trabajo apostólico del Opus Dei entre las mujeres y de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Y en la Prelatura se festeja, por disposición de la Santa Sede, la fiesta de Santa María, Madre del Amor Hermoso. Por eso escribió san Josemaría que Nuestro Opus Dei nació y se ha desarrollado bajo el manto de Nuestra Señora. Ha sido la Madre buena que nos ha consolado, que nos ha sonreído, que nos ha ayudado en los momentos difíciles de la lucha bendita para sacar adelante este ejército de apóstoles en el mundo. Pensad que ha sido la gran protectora, el gran recurso nuestro desde aquel 2 de octubre de 1928, y antes. Hablemos con el Señor en esta oración sobre nuestra Madre, suya y nuestra. Para este diálogo de amor nos pueden servir los textos de la Misa de María, Madre del Amor hermoso, que son espléndidos. Ya desde la Antífona de entrada le aplicamos las palabras del Cantar de los cantares (6,10): Todo es hermoso y ag

Curación del endemoniado de Gerasa

Después del discurso de las parábolas, Marcos narra una serie de milagros de Jesús, con los cuales los discípulos van profundizando en la naturaleza de su Maestro (es reiterativa la pregunta: ¿quién es éste? ), hasta concluir con la respuesta de Pedro en Cesarea de Filipo: Tú eres el Hijo de Dios vivo. El primer prodigio es la tempestad calmada, que muestra el poder de Dios sobre la naturaleza y que también simboliza su protección a la Iglesia en medio de las tempestades con las que debe enfrentarse en este mundo. El siguiente milagro es el que consideraremos en esta meditación: la curación del endemoniado de Gerasa, al llegar a la otra orilla del mar. Al comienzo de su actividad, ya Jesús había hecho un exorcismo en la sinagoga de Cafarnaún. Ahora, en tierra de gentiles, también su primer portento es una expulsión del demonio: Y llegaron a la orilla opuesta del mar, a la región de los gerasenos. Gerasa estaba en la Decápolis, una región de paganos, como se nota por la presencia d

La presentación del Señor

Celebramos hoy la presentación de Jesús en el Templo, fiesta intrínsecamente unida a la purificación de su Madre. Son como dos caras de la misma moneda: cristológica y mariana, como ocurre también con la Encarnación del Hijo de Dios y la Anunciación a María. Ya hemos visto antes la dimensión mariana, ahora meditaremos, de la mano de la liturgia del día, la visión cristológica. Después de la doble ceremonia para la purificación de la madre (el sacrificio de expiación y el holocausto), venía la presentación del Niño, también llamada “rescate”, porque se remonta a la obligación de consagrar el primogénito al Señor (Éx 13,1-3): «Conságrame todo primogénito israelita; el primer parto, lo mismo de hombres que de ganados, me pertenece». Cuando se estableció que los únicos encargados del culto divino serían los descendientes de la tribu de Leví, se estableció el “rescate” a modo de compensación, pagando cinco siclos de plata (equivalente a veinte días de trabajo) para el tesoro de los sa

La purificación de la Virgen

Cuarenta días después de la Navidad, celebramos uno de los primeros eventos públicos de la infancia de Jesús (después de la adoración de los Magos y de la imposición del nombre de Jesús). Pasadas cinco semanas, rememoramos ahora un ritual que estaba previsto desde el Antiguo Testamento: la purificación de la madre. En el Levítico (12,2-8) estaba legislado que cuarenta días después del nacimiento del niño (ochenta días en el caso de una niña), las madres debían ir al templo para purificarse de la impureza legal en la que habían incurrido por el alumbramiento: Al cumplirse los días de su purificación, sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. Mas si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura. L