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Mostrando las entradas de marzo, 2007

Conversión real

Al final de la cuaresma, la liturgia invita al arrepentimiento verdadero como única manera de prepararse para celebrar la pascua. No se trata simplemente de morir al pecado, sino de renacer a una vida nueva, buscar la santidad. El Señor promete en el Antiguo Testamento que Él dará los medios: Yo realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo. (Isaías 43,16-21: "No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo. Yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Abriré caminos en el desierto y haré que corran los ríos en tierra árida. Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la llanura, para apagar la sed de mi pueblo escogido . Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas". En esa bebida que promete Dios se vislumbra la Eucaristía, que tanto necesitamos. Como dice San Gregorio de Nisa, «Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta

Conversión

En el tiempo de Cuaresma se considera la historia de Moisés, inicio del Éxodo del pueblo israelita de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Se trata de una figura del éxodo que hemos de seguir ahora los cristianos, de la esclavitud del pecado hacia la libertad que Cristo nos ha ganado con su muerte en la Cruz.   Un momento importante en la historia de Moisés, como en la de toda persona, es el momento de su vocación. Dios lo llama por su nombre, se presenta como el Dios de sus antepasados, le indica el proyecto de liberación en términos entrañables y, por último le da una imperiosa misión (Cf. Biblia de Navarra, comentario a Éxodo 3, 1-15). El Señor ha observado, escuchado, comprendido a su pueblo y, por último, ha bajado a liberarlo. Israel debe subir a la tierra prometida, como un camino hacia la plenitud. De la misma forma presentará Lucas en su Evangelio el ascenso de Jesús a Jerusalén. San Pablo predicará que la vida del pueblo escogido es una advertencia par

Misericordia

Me contaba en estos días una profesora de Introducción al cristianismo un suceso de clase: hablando sobre verdad y tolerancia, llegaron a una situación que a ella le pareció de extremo relativismo y le propuso al alumno un ejemplo límite, para hacerlo reaccionar: ― “Si ves a una persona que se quiere lanzar desde un cuarto piso, ¿la dejas que se tire?” La respuesta fue inmediata: ― “Desde luego, que la dejo, pues es lo que ella quiere”. La profesora recurrió al argumento democrático, poniendo por testigo a todo el auditorio: ― “Ustedes, ¿qué harían?”. Para su sorpresa, la reacción fue unánime: ― “La dejaríamos lanzarse, pues hay que respetar su libertad”. Desconsolada, lo único que la profesora pudo decir como respuesta fue: ― “Si ven que yo voy a hacerlo, por favor, no duden en impedírmelo”. No parece una historia verdadera, pero sí lo es. Un amigo me sugería repetir el experimento preguntando qué pasaría si la que se lanza es la novia de uno. Quizá el egoísmo venciera el re