Al final de la cuaresma, la liturgia invita al arrepentimiento verdadero como única manera de prepararse para celebrar la pascua. No se trata simplemente de morir al pecado, sino de renacer a una vida nueva, buscar la santidad.
El Señor promete en el Antiguo Testamento que Él dará los medios: Yo realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo. (Isaías 43,16-21: "No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo. Yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? Abriré caminos en el desierto y haré que corran los ríos en tierra árida. Me darán gloria las bestias salvajes, los chacales y las avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la llanura, para apagar la sed de mi pueblo escogido. Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas".
En esa bebida que promete Dios se vislumbra la Eucaristía, que tanto necesitamos. Como dice San Gregorio de Nisa, «Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien; era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un Salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un Libertador» (Or. Catech. 15).
Por eso podemos cantar con el Salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor. Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces nos cesaba de reír nuestra boca ni se cansaba entonces la lengua de cantar. Aun los mismos paganos con asombro decían: "¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!" y estábamos alegres, pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor. Como cambian los ríos la suerte del desierto, cambia también ahora nuestra suerte, Señor, y entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor. Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.
La esperanza cristiana se funda en el ejemplo que nos dio el mismo Señor. Hay una escena en el Evangelio especialmente significativa: cuando los judíos le presentan al Señor a una mujer sorprendida en adulterio: "Poniéndola frente a Él le preguntaron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Moisés nos manda en la Ley apedrear estas mujeres. ¿Tú qué dices?" Le preguntaron esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Se agachó de nuevo y siguió escribiendo en la tierra. Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie junto a Él. Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?" Ella le contestó: "Ninguno, Señor". Entonces Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, pero ya no vuelvas a pecar".
Los Padres de la Iglesia sugieren que el Señor escribía en el suelo: "no retires la paja en el ojo ajeno sin haber retirado la viga del tuyo". De eso nos habla la Cuaresma y la Semana Santa: de la necesidad de mirar en el propio corazón para descubrir lo que no va y decidirnos a una conversión verdadera.
El ejemplo de una conversa de nuestro tiempo es elocuente: "Es molesto que la gente hable sobre una conversión como si fuese algo que se hace una vez y para siempre. De hecho, cuando uno es recibido en la Iglesia Católica, no da un paso final, sino por el contrario, uno muy importante. Conversio significa ir hacia atrás, volverse hacia Dios. Es un proceso continuo que dura toda la vida. En este camino no se puede dar nada por supuesto. Incluso nada es seguro en él. Todo lo que se ha ganado se puede perder. Se necesita renovar el propio deseo de convertirse cada día, y cada día significa empezar una vez y otra y otra, nada es seguro, nada está ganado definitivamente hasta el final. (...) Se dan conversiones todos los días; cada día, te levantas después de haber caído y renuevas el deseo de seguir las huellas de Cristo, algo difícil pero que llena de alegría". Matlary JH. El amor escondido. Belacqua. Barcelona 2002, p. 87
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