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Mostrando las entradas de agosto, 2009

Limpieza de corazón

San Marcos explica, en el capítulo séptimo de su Evangelio, que los fariseos y todos los judíos nunca comen si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los mayores; y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras, de las vasijas de cobre y de los lechos. Y le preguntaban los fariseos y los escribas: —¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras? Se refieren a impureza (koinos) levítica. Más que “todos los judíos”, como dice aquí Marcos para explicar a sus destinatarios gentiles, se trata solo de algunos judíos, en concreto los fariseos, que promovían la extensión a los laicos de las reglas de pureza exigidas a los sacerdotes cuando celebraban el culto judío. Él les respondió: —Bien profetizó Isaías de vosotros, los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios

San Pedro y el Papa

Concluimos hoy los cinco domingos que la liturgia dedica al capítulo seis del Evangelio de San Juan. En los versículos 60-69, el evangelista presenta la reacción de los seguidores de Jesús: “Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: —Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos estaban murmurando de esto, les dijo: —¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar”. Para seguir a Jesús hace falta entenderlo “en espíritu y vida”, no como una simple enseñanza carnal. Es cuestión de fe. Perkins muestra que la división de la que habla el evangelista no se da simplemente entre los espectadores casuales, sino ent

Asunción de la Virgen

Como Aurora rebosante de luz, Te encumbras en lo alto del Cielo, Sol resplandeciente y bellísima Luna, oh María. Hoy asciende al Trono de la gloria, la Reina del mundo, por gracia de su Hijo, que existe antes del lucero. Celebramos hoy la fiesta de la Asunción de nuestra Señora. El año pasado, Benedicto XVI decía que esta Solemnidad “ nos impulsa a elevar la mirada hacia el cielo. No un cielo hecho de ideas abstractas, ni tampoco un cielo imaginario creado por el arte, sino el cielo de la verdadera realidad, que es Dios mismo: Dios es el cielo. Y Él es nuestra meta, la meta y la morada eterna, de la que provenimos y a la que tendemos (...). Es una ocasión para ascender con María a las alturas del espíritu, donde se respira el aire puro de la vida sobrenatural y se contempla la belleza más auténtica, la de la santidad”. En su carta de agosto, el Prelado del Opus Dei invita a hacer examen sobre nuestro espíritu contemplativo: “¿Cómo y con qué asiduidad recurrimos a la Virgen pa

celibato por el reino de los cielos

En el capítulo 19 de Mateo (1-12) se presenta una insidia de los fariseos, que se acercan a Jesús preguntándole “para tentarle: —¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo? Él respondió: —¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. El Señor expone la dignidad del matrimonio, inscrito en el plan original de la creación. También muestra las exigencias de santidad que ese sacramento conlleva, ante lo cual son sus propios discípulos quienes reaccionan diciendo: “Si esa es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse”. La respuesta del Señor es una clase magistral sobre el celibato: “No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto