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La tempestad calmada

  “Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla»”. El mismo día del sermón de las parábolas, el Señor pasa de la doctrina a las obras.   “Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban”. A Jesús le importa la formación de sus discípulos más cercanos, que después serán los pastores de las multitudes. A ellos les explica las parábolas, con ellos comparte las experiencias más exigentes. Como la que veremos en esta escena del Evangelio. Después de las enseñanzas, Jesús confirma la autoridad de sus palabras con hechos portentosos. En concreto, con cuatro milagros, de los cuales leeremos tres los próximos domingos: el que contemplaremos ahora, la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo. Los milagros de Jesús también sirven para animar a los discípulos a que tengan más fe, a confiar en la ayuda divina que no les faltará para superar las dificultades en el apostolado. De hecho, esta escena aparece en los tre

¡Auméntanos la fe!

Desde el primer momento, la presentación del mensaje cristiano lleva implícita la invitación a creer: Conviértanse y crean… (Mc 1, 15). Los apóstoles tuvieron esa experiencia y por eso siguieron a Jesús, dejándolo todo de inmediato tras escuchar su llamada. Pero ese acto de abandono era solo el comienzo, no bastaba con la inercia, dejar que pasaran los años. Entre otras cosas, porque la vida cristiana —y en general, toda la existencia humana— implica lucha para renovar con frecuencia la decisión inicial. También los discípulos experimentaron esa dificultad, a medida que el Señor iba explicitando las exigencias de su vocación y les anunciaba que Él mismo se encaminaba a morir en la Cruz. Eso explica una petición, en apariencia simple, que transmite el Evangelio de Lucas (17, 5-10): Los apóstoles le dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Es bonito ver la sencillez con la cual reconocen que les falta esa virtud tan importante (a la cual santo Tomás definiría como “el fundamento

Curación del hijo de un funcionario real

Después del diálogo con la samaritana, san Juan presenta en su Evangelio un milagro de curación: en este caso, se trata del hijo de un alto funcionario real de Cafarnaún (Jn 4,43-54): Dos días después marchó de allí hacia Galilea. Pues Jesús mismo había dado testimonio de que un profeta no es honrado en su propia tierra. Cuando vino a Galilea, le recibieron los galileos porque habían visto todo cuanto hizo en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Estamos apenas comenzando el “libro de los signos”, como se llama a la primera parte del cuarto Evangelio, y notamos el énfasis que pone el autor sagrado en la fe exigida para que se den los milagros. En Caná, después del milagro, sus discípulos creyeron en Él. Por el contrario, en este caso vemos que el orden es inverso: el funcionario cree antes de que ocurra el prodigio: Entonces vino de nuevo a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba

El ciego de nacimiento

En uno de sus viajes a Jerusalén para la fiesta de los Tabernáculos, Jesús se presenta como la Luz del mundo. La ocasión era muy apropiada, pues uno de los ritos que se tenían en esas conmemoraciones era encender cuatro grandes lámparas en el atrio de las mujeres del Tempo para iluminar la Ciudad santa. De esa manera se evocaba la luz que iluminaba la Tienda sagrada en tiempos de Moisés. En el capítulo noveno, san Juan relata el encuentro con un hombre que padecía ceguera desde su nacimiento. Llevaba una vida dura, pues a las incomodidades que le conllevaba su limitación se añadían las maledicencias de sus coterráneos, que atribuían su enfermedad a un castigo divino  por algún pecado. De hecho, cuando pasa Jesús a su lado, escucha que los discípulos le formulan esa pregunta que él había escuchado tantas veces antes: –Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Estaba dispuesto a escuchar la enésima explicación sobre el origen pecaminoso de su trastorno, cuan

El Padrenuestro, oración de hijos

Camino de Jerusalén, san Lucas aprovecha para enunciar las principales enseñanzas de Jesucristo: después de la parábola del buen samaritano y de la acogida del Señor por parte de Marta y de María, presenta al Maestro en una actitud que a los discípulos les impresionaba especialmente (11,1): Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar… El Señor les da ejemplo de diálogo con el Padre. Toda la Sagrada Escritura es cátedra de oración: en el Antiguo Testamento aparece desde las primeras páginas, en el dramático diálogo del Señor con Adán y Eva, antes y después del pecado original. Pero, como dice el Catecismo, «la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham» (n.2569). Un ejemplo de la oración de este patriarca aparece en el capítulo 18 del Génesis (vv.20-32). Antes había acogido a Dios en Mambré, y había recibido la promesa de la concepción de su hijo Isaac. Ahora el Señor le anuncia el castigo para las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra. Y Abraham

El Pan de vida

Después de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, Jesús se dirige a Cafarnaún huyendo de la multitud, que estaba dispuesta a hacerlo rey temporal de sus aspiraciones políticas. Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús.   Y al encontrarle en la otra orilla del mar, le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?   Jesús les respondió: —En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado.   Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello. Estamos en la sinagoga de Cafarnaún, como explicará Juan al final de este discurso (v.59). El Señor confronta las aspiraciones materiales de aquella muchedumbre y les invita a levantar la mirada, a darse cuenta de las maravillas qu