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Mostrando las entradas con la etiqueta Lucas 4;31-37

Jesús, el profeta

La liturgia nos presenta un texto de Moisés en el cuarto domingo del tiempo ordinario : el anuncio de la figura del profeta (Dt 18,15-20). Estos personajes, junto con los jueces, los reyes y los sacerdotes, fueron las instituciones que guiaron al pueblo de Israel. En realidad, el primer gran profeta fue Moisés mismo, quien hablaba en nombre de Dios y anunciaba el significado de los sucesos históricos, también de los futuros, por lo cual los israelitas tenían prohibido acudir a hechiceros de ningún tipo, pues con ellos estaba el único Dios. Pero en la exégesis de este pasaje se ha visto otro anuncio mesiánico: el Señor, tu Dios, suscitará un profeta como yo en medio de tus hermanos; a él lo escucharéis. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. En su libro Jesús de Nazaret, el Papa Benedicto explicó varias veces estas palabras: hizo notar que al final del Deuteronomio se dice con nostalgia que, a pesar de todo, no había surgido en Israel otro profeta como

Optimismo y esperanza cristiana

Comienza un nuevo año, al menos en lo laboral, para muchos. Aunque ya llevamos un mes, el inicio de febrero nos hace caer en la cuenta de que el año nuevo no da espera: ¡ya gastamos la duodécima parte! Y el inicio de un año siempre crea expectativas: es famoso el chiste del fanático de un equipo malo de fútbol que repite: “este año sí”. Pero también nos acechan miedos: la crisis económica, los vaivenes de la política, las normas que emanarán los gobernantes de turno, si seremos capaces de lograr los objetivos, cómo responderá nuestra salud… En la vida interior, un poco de lo mismo: cómo responderemos a lo que nos pide Dios; dudamos de nuestras capacidades, parece que cada vez fuéramos peores o, al menos, que no mejoramos. Como si las tentaciones fueran mayores o nuestras defensas cada vez más débiles. Por fuera y por dentro se nota la “mancha viscosa que extienden los sembradores del odio”: crece la tentación del pesimismo. Por otra parte, la liturgia del IV domingo n

Vida de fe

En los comienzos de la predicación de Jesucristo, los sinópticos narran que estableció su sede en Cafarnaúm, importante ciudad de predominio judío, a la que asistirían los hebreos de los pueblos vecinos. En su sinagoga predicaría algunas veces, como preparación o refuerzo de la catequesis itinerante por Galilea.  En una de esas ocasiones, cuenta San Lucas (4, 31-37) que “había en la sinagoga un hombre poseído por un demonio inmundo, que se puso a gritar muy fuerte: "¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús le ordenó: "¡Cállate y sal de ese hombre!" Entonces el demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se llenaron de asombro y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá su palabra? Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y éstos se salen". Y su fama se extendía por todos los lugares de la región.   En ocasi