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Mostrando las entradas con la etiqueta Juan 1;19-34

Alegría en Adviento

El mes de preparación para la Navidad ―de modo similar  la Cuaresma ― se caracteriza por la oración y la penitencia; lo indican de modo simbólico las vestiduras litúrgicas de color morado, la moderación en el uso de instrumentos musicales y la ausencia de flores en la decoración de las iglesias. Sin embargo, tanto en estos días como en la preparación de la Pascua , de repente aparece un domingo que rompe el ritmo de austeridad externa: el color pasa a ser rosado, aparecen de nuevo los aromas y colores de las flores y se escucha una vez más el órgano de fondo a los cantos de la iglesia.  ¿Qué sucede? Se trata de los domingos “Gaudete” y “Laetare”: alegraos… La liturgia nos enseña que, también en medio de la penitencia, es posible el gozo; que el dolor nos purifica para celebrar con mejores disposiciones la Pascua o la Navidad. Hoy celebramos precisamente esa jornada. Por eso comenzamos con las palabras del Apóstol Pablo: Alegraos siempre en el Señor: os lo repito, al

Juan Bautista. Conversión

La figura del Bautista prepara la aparición de Jesucristo en el Evangelio. Siguiendo a Fabris, se pueden señalar los ambientes que aparecen en este orden: primero el desierto, donde se presentan la figura y la actividad de Juan, que anuncia la llegada de otro, más fuerte y más potente que él; después, el río Jordán, donde Jesús recibe el bautismo y después el desierto de nuevo, donde se ambientan las tentaciones de Jesús. San Marcos presenta a Juan como el gran precursor de Jesús. Se trata de un anuncio público y de un encargo: ser heraldo del Mesías. El anuncio se asocia al rito del bautismo, como sucedía también en la comunidad de Qumrán, aunque con diferencias notorias: el bautismo de Juan no es para iniciados, sino para todos; no es cotidiano, sino que se recibe una sola vez; no se aplica personalmente; sino que lo administra el mismo Juan. El Bautista le da al rito un significado de conversión y preparación mesiánica, o en su contexto histórico, al juicio definitivo de Dio