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Mostrando las entradas de diciembre, 2008

Navidad: Luz y Salvación

El himno de las vísperas acoge la Navidad cantando: “Oh Cristo Redentor del mundo, Unigénito del Padre, nacido de modo inefable, antes de todos los siglos. T ú que eres la Luz y el Resplandor del Padre , nuestra continua esperanza, acoge las súplicas que elevan tus fieles desde todos los rincones de la tierra. Recuerda, Señor, Autor de la salvación que al nacer, en otro tiempo de la Virgen Inmaculada, quisiste asumir un cuerpo como el nuestro. Sólo en Ti, Señor, venido de la sede del Padre encuentra el mundo su salvación: lo atestigua esta fiesta de hoy cuya celebración se repite cada año”. Se cumple otro oráculo de Isaías (9, 1-3. 5-6), el que profetizaba el nacimiento del Príncipe de la paz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría. Se alegran en tu presencia con la alegría de la siega (…). Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado .

Vida de fe

Zacarías era miembro de una familia sacerdotal, descendiente de Aarón —el hermano de Moisés— .Todos los descendientes se dividían el servicio en 24 turnos. Cada turno respondía por dos semanas al año. Solo había tres fiestas en las que oficiaban todos los sacerdotes en Jerusalén: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, según enseña Abogunrin. Como era sacerdote, Zacarías solo podía casarse con una mujer de familia sacerdotal. A pesar de que ambos eran “irreprochables”, en su matrimonio con Isabel no habían tenido hijos, lo que era visto como señal de desaprobación de Dios y, a veces, causal de divorcio. El día de su ministerio ante el altar, Zacarías vio al ángel Gabriel, “guerrero de Dios”, que le anunciaba que su mujer tendría un hijo “al que pondrás por nombre Juan” (que significa “el Señor es favorable”). Pero Zacarías no podía creerlo y pidió un signo. El ángel respondió: “Yo soy Gabriel, que estoy en la presencia de Dios”. Y Zacarías se quedó mudo hasta que nació el niño.

Alegría en Adviento

El mes de preparación para la Navidad ―de modo similar  la Cuaresma ― se caracteriza por la oración y la penitencia; lo indican de modo simbólico las vestiduras litúrgicas de color morado, la moderación en el uso de instrumentos musicales y la ausencia de flores en la decoración de las iglesias. Sin embargo, tanto en estos días como en la preparación de la Pascua , de repente aparece un domingo que rompe el ritmo de austeridad externa: el color pasa a ser rosado, aparecen de nuevo los aromas y colores de las flores y se escucha una vez más el órgano de fondo a los cantos de la iglesia.  ¿Qué sucede? Se trata de los domingos “Gaudete” y “Laetare”: alegraos… La liturgia nos enseña que, también en medio de la penitencia, es posible el gozo; que el dolor nos purifica para celebrar con mejores disposiciones la Pascua o la Navidad. Hoy celebramos precisamente esa jornada. Por eso comenzamos con las palabras del Apóstol Pablo: Alegraos siempre en el Señor: os lo repito, al

María, santa en la vida ordinaria

Celebramos hoy el quinto día de la Novena a la Inmaculada Concepción , en este jueves de la primera semana del Adviento. Decía ayer el Papa en su Audiencia semanal que « en el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera . Presencia : la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla y para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, estar agradecidos al hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera . La noche oscura del mal es aún fuerte. Y por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: " Rorate caeli desuper" (Ábranse los cielos y llueva de lo alto) . Y oramos con insistencia: ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al b

Inmaculada Concepción

Canta el himno de las primeras vísperas de esta fiesta: “Oh María, Madre inmaculada de Dios, Esperanza nuestra y Júbilo para el Cielo. Paloma hermosísima, como Lirio entre espinas, Vara que, al brotar de la estirpe, sanaste nuestras heridas. Solo Tú brillas libre de la culpa original, inmune del todo a las artes de la Serpiente envidiosa, de la que eres egregio Rival. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que te otorgaron la gracia de una santidad incomparable". Después de nueve días preparándonos para esta fiesta ―ayer, especialmente, encendiendo las velitas, costumbre que algunos relacionan con las que el pueblo prendió en Éfeso, para celebrar el dogma de la Maternidad divina de María―, celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, verdad de fe creída por el pueblo desde siglos y proclamada por Pío IX en 1854 con la bula Ineffabilis Deus (por cierto, la pluma con la que ese Papa firmó la bula se encuentra en la Catedral de Bogotá, que está de

María, nuestra Madre

Acabamos de contemplar en las lecturas del primer sábado de Adviento que el Señor se compadece de las multitudes y de cada persona (al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor) , se apiada al oír el clamor de la súplica . Por eso decimos con el Salmo Bienaventurados los que esperan al Señor .  En este tiempo de preparación para la Navidad somos nosotros esos elegidos que esperan, diciendo: “¡Ven, Señor Jesús, ven a nuestras almas, no tardes tanto!” Porque el pasaje evangélico de hoy también nos muestra en qué consiste la compasión de Jesús: en que ruega que haya obreros para la mies, elige a sus doce discípulos y les da la misión de predicar la cercanía del Reino, expulsar demonios, curar enfermedades. Y para que no nos sintamos solos en este empeño, nos deja a la primera discípula que es María, su Madre, también como Madre nuestra. Ayer meditábamos sobre María Madre de Dios. Y h

Llena de gracia

Celebramos hoy el tercer día de la Novena a la Inmaculada. Como es martes de la primera semana de adviento, la liturgia nos propone un corto pasaje del Evangelio de San Lucas (10, 21-24), que muestra a Jesucristo exultando en el Espíritu: En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: —Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte: —Bienaventurados los ojos que ven lo que estáis viendo. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron; y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron . Los exegetas llaman a este pasaje el «himno de júbilo» del Señor. Jesú