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Mostrando las entradas con la etiqueta virgen santísima

Santa María, madre de Dios

        Temas:  1. Santa María, madre de Dios.  2. Madre de Dios y madre nuestra.  3. Esperanza nuestra. “Oh, María, llena de todas las gracias, Puerta abierta para Cristo que Él, como Rey, franquea, permaneciendo desde el principio y para siempre cerrada”. La Navidad es una fiesta cristológica, en la cual celebramos que “salió del claustro de la Virgen el Hijo del eterno Padre”. Pero también festejamos que su madre, una representante del género humano, nos trae “la esperanza ilimitada”. San Josemaría escribió que “todas las fiestas de Nuestra Señora son grandes, porque constituyen ocasiones que la Iglesia nos brinda para demostrar con hechos nuestro amor a Santa María. Pero si tuviera que escoger una, entre esas festividades, prefiero la de hoy: la maternidad divina de la Santísima Virgen” (AD, n. 274). Se entiende que una persona para la cual sus grandes amores son Cristo y María goce con una solemnidad que conmemora su vínculo humano y divino. Quizá por esa misma razón le gust

María y el Espíritu Santo

          La liturgia pascual ayuda a los fieles a prepararse para Pentecostés, con la lectura continua del Evangelio de san Juan en las Misas durante la semana después de la Ascensión. También hay otras costumbres que encienden el alma para celebrar esa solemnidad con mayor provecho, como el Decenario que comienza el jueves de la semana anterior. Además, casi siempre esta solemnidad se celebra en el mes de mayo, con lo cual se nos abre un atajo para llegar al corazón mismo de la Trinidad: la devoción a la Virgen santa, que es Hija, Madre y Esposa de Dios. En esta meditación intentaremos recorrer ese sendero, pidiéndole a nuestra Madre que la contemplación de su trato con el Espíritu Santo nos ayude a convertirnos para que seamos menos indignos de ser sus anfitriones. San Lucas comienza su relato con la Anunciación del Ángel a María, que le transmitió el mensaje divino: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». En edad palabras quedaba dicho todo, aunque no se nota a prim

Santa María, Madre de Dios

La Iglesia dedica el primer día del año a conmemorar la solemnidad de la maternidad divina de Santa María. Como dice el Catecismo: “Dios envió a su Hijo, pero para ‘formarle un cuerpo’ quiso la libre cooperación de una criatura. Por eso desde toda la eternidad, escogió, para ser Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret” (n. 488). En el Nuevo Testamento se habla desde el comienzo de la Virgen María como Madre de Jesús, y de Jesús como Hijo de Dios. Por un silogismo lógico, María entonces es la Madre de Dios. Uno de los primeros textos sagrados que menciona el tema lo hace de modo contundente, y por eso es la segunda lectura de la Misa (Ga 4, 4): cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer.   Más adelante, desde el siglo II, para reafirmar contra los gnósticos y los docetas que Jesús era verdadero hombre, los Padres de la Iglesia (Ignacio, Justino, Ireneo, Tertuliano) insistieron en la maternidad de santa María. A finales d

María y la visitación

En los últimos días del Adviento, la liturgia nos ayuda a prepararnos para el nacimiento de Jesús. El 20 de diciembre se recuerda la Anunciación a María y el 21 la visitación a su prima Isabel.  San Lucas lo narra:  En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá.  Durante la Anunciación, el ángel Gabriel le había comentado a María, como de pasada, que su prima Isabel tenía ya seis meses de embarazo, “ porque para Dios nada hay imposible”. Vemos la delicadeza de Dios, que no ordena, solo sugiere. Pero también la calidad humana de la Virgen, tan unida a la voluntad del Señor, que captó inmediatamente la necesidad de la pariente anciana, “advierte que Dios, de una forma delicada, le insinúa la visita a Isabel” (Bastero), y se puso en camino de prisa hacia la montaña. San Josemaría, contemplando las enseñanzas de este segundo misterio gozoso del Rosario, comentaba que le llevaba “a considerar la humildad de mi

María y la Anunciación

En los últimos días del Adviento la liturgia presenta unas ferias privilegiadas, que ayudan a preparar la inminente celebración de la Navidad. El 20 de diciembre nos invita a meditar en la Anunciación a María, que narra el médico evangelista, san Lucas, al inicio de su Evangelio (1, 26-38): En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios… El primer personaje en escena es el Arcángel Gabriel, un mensajero de primera categoría. Su nombre significa “Fuerza de Dios”, y había aparecido dos veces antes en la historia: primero, en la profecía de Daniel, anunciándole la futura venida del Mesías; más adelante, en el inicio del Nuevo Testamento, cuando le comunicó al sacerdote Zacarías que sería padre de Juan Bautista, el Precursor del Verbo Encarnado. Por este motivo es el patrono de los comunicadores, porque estuvo relacionado con el anuncio de la noticia más importante de la historia, que vamos a considerar en esta meditación. En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra.

El nacimiento de Jesucristo es, como su resurrección, una solemnidad que la Iglesia festeja con todo boato. Una de las manifestaciones de la grandeza de la celebración es que no se limita a un día, sino a toda la semana. Otra muestra de la importancia es cómo concluye esa Octava: en Pascua, con el domingo de la Divina Misericordia; en Navidad, con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La maternidad divina de María es, según los teólogos, “el tema central de toda la mariología”; y se debe entender en sentido propio, es decir: “en cuanto madre de un Hijo que, desde el primer momento de su concepción, es ya Dios” (Cf. Ponce). Los Padres de la Iglesia enseñan que esa maternidad es verdadera, virginal y divina . Resaltando esta verdad, la Iglesia primitiva defendía la humanidad de Jesús contra los gnósticos y sus seguidores los docetas, según los cuales Dios no se había encarnado: o porque Jesús no era Dios, o porque no era hijo de María. Por esa razón, el concilio de Nicea (3