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Parábola del banquete de bodas

Después de las dos parábolas del juicio, la de los dos hijos y la de los viñadores homicidas, Jesús continúa en el templo su controversia con las autoridades judías acerca del origen de su autoridad. En esta ocasión cambia el ambiente agrícola por el festivo. Se trata de la tercera parábola, que también está presente en el evangelio de san Lucas (14,15ss): “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba a boda de su hijo”. En esta ocasión Jesús pone el ejemplo de una fiesta grande, no un jolgorio cualquiera. ¡Es el banquete que ofrece un rey por las bodas de su hijo! El rey, el mismo padre de las parábolas anteriores, es Dios; el Hijo ―el esposo― es Jesús. El banquete es una figura utilizada en el antiguo testamento para hablar del Reino de Dios o de la vida eterna. Un ejemplo es la primera lectura del domingo 29, tomada del capítulo 25 del profeta Isaías: “El Señor del universo preparará en este monte, para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos, un festín de v

Navidad: manifestación, gracia y salvación

Celebramos la fiesta más importante del cristianismo, después de la Pascua : el nacimiento de Jesús en Belén. Tras casi un mes de preparación por medio del tiempo de Adviento, durante el cual procuramos imitar la actitud de piadosa expectativa que aprendimos de María, contemplamos ahora el cumplimiento de la promesa esperada por siglos. La liturgia nos propone que meditemos el relato de san Lucas (cap. 2): Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Con este contexto histórico “aparece como trasfondo la gran historia universal representada por el imperio romano” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret). Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María,

Dar fruto

El Evangelio de san Lucas puede dividirse en tres grandes partes: el ministerio inicial en Galilea, el siguiente, en la subida a Jerusalén y, por último, los acontecimientos finales en la Ciudad Santa. La escena que contemplaremos a continuación se sitúa en el largo ascenso hacia la ciudad en la que el Señor daría su vida por nosotros. Entre las diversas enseñanzas que el Evangelio reseña, hay una serie sobre el Reino anunciado, por lo que se llama el “anuncio escatológico” (Lc 13). Después de algunas parábolas como la del rico insensato o la del administrador, san Lucas describe el diálogo con unos testigos que se presentan a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. En el fondo está la mentalidad hebrea de la época, que sugería que, detrás de las contrariedades o las deformaciones, estaba el castigo de un pecado. Es lo que se evidencia en la pregunta que le hicieron al Señor sobre el ciego de nacimiento (Jn 9,2

El perdón de la mujer pecadora

El primer Ángelus que pronunció el papa Francisco después de su elección, estuvo marcado por una palabra: misericordia. Y aquel mediodía del domingo 17 de marzo, con apenas cuatro días de pontificado, contó una anécdota que aún perdura en quienes la escucharon: « Recuerdo que, en 1992, apenas siendo Obispo, (…) se acercó una señora anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: “Abuela, ¿desea confesarse? ” Sí, me dijo. “ Pero si usted no tiene pecados… ”. Y ella me respondió: “Todos tenemos pecados”. Pero, quizá el Señor no la perdona... “El Señor perdona todo”, me dijo segura. Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora? “Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría” » . Ahora contemplaremos en nuestra oración una escena del Evangelio que muestra la realidad de estas palabras (Lc 7,36-50). Un fariseo, llamado Simón, lo invitó a un banquete en su casa. Un fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa.

Pescadores de hombres

1. Después de las vacaciones de fin de año, tornamos a nuestro encuentro semanal en estos diálogos con el Señor. Durante este año seguiremos el Evangelio de San Marcos, discípulo de San Pedro. Marcos escribió su Evangelio para los paganos de Roma, y por eso es un texto muy utilizado en la catequesis. Por ejemplo, en el Jubileo del año 2000, el Beato Juan Pablo II lo recomendó con insistencia. La primera parte de este Evangelio es como un prólogo a la actividad de Jesús: narra brevemente la misión de Juan Bautista, el Bautismo del Señor y las tentaciones en el desierto. Inmediatamente después, comienza a describir el ministerio de Jesús, con el pasaje que contemplamos hoy (Mc 1, 14-20):   Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: —El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio .   Con estas pocas palabras, San Marcos resume la predicación del Maestro: el anuncio

Parábola de los dos hijos

Jesús se encuentra en Jerusalén, ya en los últimos días de su vida terrenal. En el apretado resumen de los últimos capítulos de su Evangelio, Mateo presenta las controversias con los fariseos (21,28-32). En una de ellas, el Señor muestra con una parábola que sus contrincantes no han sido buenos hijos de Dios: “Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña»”. Se trata de una parábola más sobre agricultores. Pero en este caso, el dueño no se relaciona con los operarios sino con sus propios hijos, que viven gracias a la viña y la recibirán en herencia cuando él fallezca. Los muchachos están directamente implicados en ella. No harían ningún favor si van a trabajar allí: es una obligación de justicia. Hasta un buen negocio. Imaginemos que somos uno de ellos, pensemos a cuál de los dos grupos pertenecemos. El padre los invita a trabajar en la viña. El primero contestó: « No quiero» . Suena grosero y maleducado. Y muy comú