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Pescadores de hombres

1. Después de las vacaciones de fin de año, tornamos a nuestro encuentro semanal en estos diálogos con el Señor. Durante este año seguiremos el Evangelio de San Marcos, discípulo de San Pedro. Marcos escribió su Evangelio para los paganos de Roma, y por eso es un texto muy utilizado en la catequesis. Por ejemplo, en el Jubileo del año 2000, el Beato Juan Pablo II lo recomendó con insistencia.

La primera parte de este Evangelio es como un prólogo a la actividad de Jesús: narra brevemente la misión de Juan Bautista, el Bautismo del Señor y las tentaciones en el desierto. Inmediatamente después, comienza a describir el ministerio de Jesús, con el pasaje que contemplamos hoy (Mc 1, 14-20):  

Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: —El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio.
 
Con estas pocas palabras, San Marcos resume la predicación del Maestro: el anuncio del Reino y la llamada a la conversión. El tercer misterio de luz. Juan Pablo II lo resume así: Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1,15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe, iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia.

Llamada a la conversión. El Reino está dentro de nosotros, cuando dejamos que Jesús sea nuestro dueño; cuando acogemos su llamada a la reconciliación, cuando tenemos humildad y fe para acercarnos al sacramento de la penitencia. Jesús aparece como un nuevo Jonás, pues también el profeta -como leemos en la primera lectura- anunciaba la llamada a la conversión: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»
 
Benedicto XVI explica en qué consiste esa conversión que el Señor espera de nosotros al inicio del año: “La invitación a la conversión es un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a fiarse de él, a abandonarse en él como hijos adoptivos, regenerados por su amor. La Iglesia, con sabia pedagogía, repite que la conversión es ante todo una gracia, un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él mismo previene con su gracia nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos hacia la plena adhesión a su voluntad salvífica. Así, convertirse quiere decir dejarse conquistar por Jesús (cf. Flp 3,12) y "volver" con él al Padre. La conversión implica, por tanto, aprender humildemente en la escuela de Jesús y caminar siguiendo dócilmente sus huellas” (Catequesis, 060208).

Ayúdanos, Señor, a acoger tu gracia, el don de tu bondad que nos abre el corazón para recibir tus designios, para hacer tu voluntad. Queremos dejarnos conquistar por Ti y regresar contigo al Padre, como hijos pródigos. Quizá en estas pocas semanas Tú has permitido que experimentemos una vez más nuestras miserias y la grandeza de tu misericordia, para que comencemos el año confiando más en Ti y menos en nosotros. Quizá esa esa la escuela de Jesús en la que tenemos que aprender con humildad a seguir dócilmente sus huellas. 

Ojalá en nuestra vida se repita la historia de los ninivitas, que “creyeron en Dios, proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.

2. Las lecturas del tercer domingo del tiempo ordinario no solo hablan de conversión, sino también –como el domingo anterior- ponen el ejemplo de varias vocaciones, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. El segundo domingo se leían las vocaciones de Samuel y de Mateo. Hoy leeremos la de Jonás y los cuatro primero discípulos. 


Es muy conocida la historia del profeta, a la que aludimos antes: En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.» Dios llama a su profeta, y Jesús a sus discípulos:

Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: —Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres.

Marcos es muy esquemático y breve en sus descripciones: no presenta nada de la psicología de sus personajes, apenas esboza el contexto de la llamada. Sin embargo, es fácil imaginarse la escena, con aquellos hombres echando sus redes al mar, cuando reciben la invitación del Rabino de Nazaret.

Los predicadores de esa época esperaban que sus oyentes se animaran a seguirles, pero Jesús lo hace de modo diverso: es Él quien llama, quien elige a sus seguidores, como antes en el Antiguo Testamento lo había hecho con sus profetas. También a nosotros nos llama, sin mérito alguno de nuestra parte, quizá simplemente porque estamos más necesitados.

En este pasaje vocacional podemos meditar sobre varios elementos, además de la iniciativa divina, que acabamos de mencionar. El siguiente aspecto es el lugar: junto al mar de Galilea, en plena faena de pesca. Echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Es la esencia del mensaje que predicaba San Josemaría: 

Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. - ¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos (Camino, n. 799).

Sé de muchas personas que al contemplar estas escenas se han maravillado y han descubierto el rostro de Jesús que las llamaba: —Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres. Jesús les habla de su profesión, para abrirles horizontes insospechados: no pescar animales para la mesa, sino almas para el Cielo. Ya no se trata de ganar el sustento facilitando el alimento de las personas, sino santificarse en la profesión llevando la felicidad a los amigos. En eso consiste la nueva profesión de pescadores de hombres.

Al inicio de un nuevo año, el Señor quiere contar con nosotros para que le sigamos de cerca y le llevemos almas, a las que les anunciemos, como Jonás a los ninivitas, la llamada a la conversión. Ojalá nuestra respuesta tenga la prontitud de estos cuatro pescadores: al momento, dejaron las redes y le siguieron, se dice de Andrés y Pedro. De los Boanerges, se cuenta una entrega similar: dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se fueron tras él.

Estos discípulos no se plantean las dificultades, la locura que significa dejar todo tirado de un momento a otro. Han tenido fe humilde en aquel predicador, han descubierto en Él al Mesías, y no han dudado. Han jugado toda su vida a una carta y han vencido: por eso hoy los conocemos como Santos apóstoles. A cambio de su generosidad, alcanzaron el ciento por uno. Por seguir al Maestro dejando las redes, recibieron la felicidad eterna y una pesca milagrosa a través de los siglos. 

Acudamos a la Virgen Santísima, Reina de los Apóstoles, para que también nosotros seamos generosos, como Jonás y como los discípulos, cuando sintamos la voz de Cristo que nos llama a convertirnos y a ser pescadores de hombres.

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