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Mostrando las entradas con la etiqueta humildad

La viga en el ojo.

     Después de las bienaventuranzas y el sermón sobre el amor a los enemigos y la misericordia, a imitación del Padre, la predicación de Jesús cambia de estilo en el evangelio de Lucas: pasa a ser más narrativo, gracias a que recurre a pequeñas parábolas. Este discurso del llano en san Lucas, que es paralelo al sermón del monte narrado por san Mateo, es como la carta de presentación de Jesús, un resumen de su enseñanza sobre cómo debe ser la actuación de sus discípulos. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6, 39).  Esta es una parábola de Perogrullo, de sentido común, muy utilizada por los predicadores en el mundo grecorromano en tiempos de Jesús. Desde luego, si el guía está ciego, los dos irán al abismo. Parece referirse a los falsos maestros, en el sentido de que la persona ciega no debe pretender guiar a los otros. Jesús no quería que sus discípulos fueran como los fariseos. Desde el principio, se preocupó de la enseñanza a sus discípulo

El pesebre como altar

El segundo capítulo del evangelio de san Lucas comienza con una noticia que rompió la tranquilidad del hogar de María y José en Nazaret: «Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad» (Lc 2, 1-2). No era el mejor momento para organizar un viaje, justo cuando María estaba a punto de dar a luz. Sin embargo, desde el primer momento, tanto ella como su esposo habían experimentado que la grandeza de su vocación llevaba aneja la Cruz y emprendieron el camino, probablemente “bordeando el río Jordán, que era el que seguía la mayor parte de los galileos que se desplazaban a la Ciudad Santa. Eran unos ciento cincuenta kilómetros que, habitualmente, se hacían andando o en asno” (Quemada, Huellas de Jesús). También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Ga

María y la visitación

En los últimos días del Adviento, la liturgia nos ayuda a prepararnos para el nacimiento de Jesús. El 20 de diciembre se recuerda la Anunciación a María y el 21 la visitación a su prima Isabel.  San Lucas lo narra:  En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá.  Durante la Anunciación, el ángel Gabriel le había comentado a María, como de pasada, que su prima Isabel tenía ya seis meses de embarazo, “ porque para Dios nada hay imposible”. Vemos la delicadeza de Dios, que no ordena, solo sugiere. Pero también la calidad humana de la Virgen, tan unida a la voluntad del Señor, que captó inmediatamente la necesidad de la pariente anciana, “advierte que Dios, de una forma delicada, le insinúa la visita a Isabel” (Bastero), y se puso en camino de prisa hacia la montaña. San Josemaría, contemplando las enseñanzas de este segundo misterio gozoso del Rosario, comentaba que le llevaba “a considerar la humildad de mi

María y la Anunciación

En los últimos días del Adviento la liturgia presenta unas ferias privilegiadas, que ayudan a preparar la inminente celebración de la Navidad. El 20 de diciembre nos invita a meditar en la Anunciación a María, que narra el médico evangelista, san Lucas, al inicio de su Evangelio (1, 26-38): En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios… El primer personaje en escena es el Arcángel Gabriel, un mensajero de primera categoría. Su nombre significa “Fuerza de Dios”, y había aparecido dos veces antes en la historia: primero, en la profecía de Daniel, anunciándole la futura venida del Mesías; más adelante, en el inicio del Nuevo Testamento, cuando le comunicó al sacerdote Zacarías que sería padre de Juan Bautista, el Precursor del Verbo Encarnado. Por este motivo es el patrono de los comunicadores, porque estuvo relacionado con el anuncio de la noticia más importante de la historia, que vamos a considerar en esta meditación. En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón

Una manera de analizar la estructura del Evangelio de Mateo es centrándolo en la confesión de san Pedro en el capítulo 16, que ocurre Cesarea de Filipo. Antes de esa escena, Jesús predica sobre todo a las muchedumbres de Galilea. A partir de ese momento, se detiene en la formación de sus discípulos. Consideremos ahora un pasaje de la primera sección: después del “discurso de la montaña” y de algunos milagros que confirmaban la validez de su enseñanza, el segundo sermón del Maestro es el “discurso misionero”, con el cual Jesús instruía a los Apóstoles para su labor evangelizadora. A continuación, el evangelista presenta dos reacciones distintas ante la enseñanza divina: de una parte, la incredulidad de algunos y, por otro lado, la aceptación de personas como san Juan Bautista y los sencillos de corazón. El capítulo 11 (25-30) concluye con una acción de gracias del Señor, que los exégetas consideran una joya del Evangelio, una hermosa oración que Jesús dirige al Padre: “Te doy