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Mostrando las entradas con la etiqueta Lucas 4;1-13

Cuaresma: horizontes de Gracia

Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles, hemos comenzado una nueva Cuaresma. Se trata, como decía Benedicto XVI en una celebración como esa, de comprometernos en convertir nuestro corazón hacia los horizontes de Gracia .  Conversión, cambio, mudanza. Volver a empezar en nuestro empeño por ser buenos cristianos. Pueden servirnos las palabras de la liturgia, tan ricas de contenido en estos días: el pasado miércoles pedíamos al Señor “emprender el combate cristiano con santos ayunos para que los que vamos a luchar contra la tibieza espiritual seamos fortalecidos por los auxilios de la penitencia”. Nos comprometíamos en convertir nuestro corazón hacia los horizontes de Gracia de un modo concreto: luchando. Le prometíamos a Dios emprender el combate, ayunar, luchar contra la tibieza espiritual. Y al mismo tiempo nos dábamos cuenta de que, al tomar esa actitud, seríamos fortalecidos por los auxilios de la penitencia. No se trata simplemente del efecto virtuoso que tiene la

tentaciones de Jesús

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. El primer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a considerar las tentaciones de Jesús. El Catecismo (n. 538) lo resume de esta manera: “Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1,12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4,13). Jesús es el nuevo Israel: como el pueblo elegido, pade

Cuaresma: Jesús y las tentaciones

Comenzamos la Cuaresma el pasado miércoles de ceniza. Al imponérnosla, el sacerdote quizá nos dijo: “Conviérte y cree en el Evangelio”. Comenzamos un tiempo fuerte del año litúrgico. Como dice el Concilio Vaticano II (SC, 109), se trata de prepararnos para celebrar el misterio pascual, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración. ¿En qué consiste la preparación? La declaración conciliar habla de dos modos de hacerlo: “sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia”. Antes, cuando la gente se convertía al catolicismo en la adultez, estos cuarenta días se tomaban como preparación para el bautismo, que se tenía en la noche de Pascua. Ahora, para casi todos será un tiempo de recordar los compromisos bautismales: rechazar a Satanás, “a sus pompas y a sus obras”. De hecho, el Concilio también insiste en la importancia de inculcar a los fieles “junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la pe