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Mostrando las entradas de marzo, 2008

¡Cristo ha resucitado!

Si la liturgia en general está llena de misterio y de simbología, la vigilia pascual es especialmente rica en contenido: ¡es tan fácil ver reflejada la propia vida en la oscuridad inicial! En medio de las tinieblas del pecado surge un fuego esperanzador, un cirio que no dejará de arder, hasta que “ el lucero matinal lo encuentre ardiendo”. Las luces que se reparten los fieles, uno a uno; el pregón pascual, verdadera serenata de enamorado; el recuerdo de la historia de la salvación en las lecturas, las profecías esperanzadoras, el Gloria cantado mientras suenan las campanas, el Evangelio de la Resurrección : “ ¡no tengáis miedo, ha resucitado!” Cada año podemos profundizar un poco más, también teniendo en cuenta las vicisitudes y las alegrías del tiempo transcurrido: en una ocasión nos maravillaremos de la vida parroquial; en otra, del fervor de un grupo más pequeño de apostolado; otro día acudiremos con una persona a la que estamos acercando a Cristo. Quizá años más tarde coincidir

Resurrección de Lázaro. Amistad con Jesús

En estos días recibí un mensaje de un amigo que vive en Tierra Santa. Sin querer generar envidia, describía el paisaje que veía desde la terraza de su casa: la basílica del Santo Sepulcro en primer lugar, el Monte de los Olivos detrás y, al fondo, a 3 kms de Jerusalén, el pequeño poblado de Betania. Hay un pasaje del Evangelio que se desarrolla precisamente en esa aldea, en Betania, donde Jesús encontraba una familia a la que amaba, en la que se sentía bien, donde tenía verdaderos amigos: Marta, María y Lázaro. San Josemaría acostumbraba llamar “Betania” a los sagrarios, como queriendo que Jesús también estuviera bien tratado allí. En el punto 322 de su libro Camino se lee: “Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... —Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. —Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario”.   En un retiro para seminaristas daba más pistas al respecto: “¡Qué alegría al contemplar a Jesús en Betania!

Cristo, enviado como luz

(El ciego de nacimiento) Todos hemos tenido alguna vez la sensación de estar perdidos o a oscuras o, simplemente, que nos hemos quedado solos al perder el grupo o la persona con la que estábamos… En esos momentos, lo que más se agradece es recuperar el sentido o descubrir una flecha, una información que lo traiga a uno de nuevo al mundo, o encontrar de nuevo a la persona que lo acompañaba a uno. En la vida espiritual ocurre lo mismo: puede suceder que se pierda el sentido de la vida o que pierda interés lo que antes era ocasión de alegría. Otras veces, la conciencia remuerde y uno se encuentra en malestar con Dios y consigo mismo. Para esas ocasiones viene muy bien recordar el salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta . Pero la vida cristiana no se puede reducir a luchar contra el pecado, ni la predicación debe insistir más en el mal que en la santidad. Por eso, en la cuaresma se nos recuerda la necesidad de vivir en coherencia con la fe que profesamos. Como dice el Catecismo,