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Navidad: humildad y paz

En la noche de Navidad, la liturgia invita a contemplar el capítulo segundo del evangelio de san Lucas: en la noche la primera mitad, y el resto en la Misa de la aurora. El esquema que sigue el evangelista comienza narrando la convocatoria del censo, al que debían desplazarse san José y la Virgen, por ser descendientes de David: Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. La Providencia divina se sirvió de la autoridad imperial para que se cumplieran las profecías. Y puso a la Sagrada Familia en el ambiente redentor del sufrimiento: ¡cuánto padecería José, al no poder ofrecerle a su Esposa los medios adecuados para un alumbramiento digno! ¡Y cuánto sufriría la Virgen, con nueve meses de embarazo, un camino de varios días a lomo de mula! En su oración le ofrecerían a Dios las incomodidades, físicas y morales, del desplazamiento -también la hu

Misión de los setenta y dos discípulos

Desde los comienzos de la humanidad la violencia ha irrumpido para obstaculizar las relaciones entre los seres humanos y de ellos con la creación y con Dios. Adán y Eva ante Dios, Abel y Caín, son los primeros exponentes de discordias que han continuado en el tiempo hasta llegar a los actuales conflictos nacionales y de orden mundial. Pero también desde los primeros momentos el Señor ha anunciado que su misericordia se manifestaría en reconciliación, en un regalo de paz. Por ejemplo, en el capítulo 66 de Isaías (10-14) ―que es la última parte del libro, en la que trata del juicio final de Dios― promete unos cielos nuevos y una tierra nueva, también anuncia que hará nacer un nuevo pueblo (la Iglesia) y que hará derivar hacia esa familia suya, como un río, la paz . En respuesta a ese anuncio, alabamos a Dios con el Salmo 65: Aclamad al Señor, tierra entera. Este es el contexto en el que leemos un pasaje del capítulo décimo de Lucas, que la liturgia propone para el XIV domingo. Est

Cristo Rey

El año litúrgico termina siempre conmemorando el reinado de Jesucristo: «Digno es el Cordero sacrificado de poder, riqueza, sabiduría, fortaleza y honor. A El la gloria y el poderío por los siglos» (Ap 5, 12). En la oración colecta se alaba a Dios porque quiso fundar todas las cosas en su Hijo «muy amado, Rey del universo». Y el prefacio describe las características de ese Reino: dice que Cristo, ofreciéndose a sí mismo, redimió a la humanidad y, sometiendo a su poder la creación entera, entregó a la Majestad infinita del Padre «un reino eterno y universal: el Reino de la verdad y la vida, el Reino de la santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz» .  La formulación negativa sería: un reino sin final, sin límites; un reino sin mentiras, sin muerte; sin pecado, sin odios, un reino sin guerra... San Pablo expresa una idea similar en la primera carta a los corintios (15, 20-28): Cristo le entregará el Reino a su Padre «porque conviene que El reine, hast

Deseos de paz

La violencia y las guerras son un flagelo de toda sociedad. Desde los cuatro puntos cardinales y a través de los tiempos se levanta el clamor de muchedumbres impotentes pidiendo el regalo de la paz, de la cordura, de la justicia, del amor. A veces parece que el poder de los fuertes y de los violentos se burlara de la petición multitudinaria de los pacíficos y de los sencillos. Pero la liturgia y la Sagrada Escritura salen al encuentro del ser humano tentado por la desesperanza. En la semana XIV del tiempo ordinario se invita a la memoria de las cosas buenas que Dios ha hecho por nosotros: “Recordaremos, Señor, los dones de tu amor en medio de tu templo. Que todos los hombres de la tierra te conozcan y alaben, porque es infinita tu justicia”. Y en la Colecta de ese mismo domingo se explica la razón de la esperanza, que es el valor infinito de la salvación alcanzada por Cristo: “Dios nuestro, que por medio de la muerte de tu Hijo has redimido al mundo de la esclavitud del pecado, concé