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Mostrando las entradas de junio, 2008

Pobreza. Desprendimiento

Entre las enseñanzas de Jesucristo sobre el carácter interior y espiritual de la Ley, el capítulo sexto de Mateo incluye el tema de la pobreza cristiana. De fondo aparece la bienaventuranza divina: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Los consejos de Jesús explicitan las razones para vivir el desprendimiento: "No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. " Nuestro tesoro debe estar en el Cielo… Los santos han entendido que éste es un punto importante en el seguimiento de Cristo. De Juan Pablo II se cuenta que “nunca tuvo una cuenta bancaria, nunca rellenó un cheque ni contó con dinero personal alguno. Dormía en el suelo y practicaba otras formas de autodisciplina y abnegación

Oración al Padre

En el capítulo sexto del Evangelio de Mateo, el Señor explica a sus discípulos el modo de vivir los modos tradicionales de piedad judía: la limosna, la oración y el ayuno: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. (...) Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará . Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que

26 de junio. San Josemaría

Oh Dios, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención. Así reza la oración colecta de la Misa en honor de San Josemaría. Le damos gracias a Dios por haber suscitado ese sacerdote santo, ejemplo para los tiempos actuales. Y también agradecemos a San Josemaría su respuesta generosa y ejemplar a la Voluntad de Dios. Recordamos que fue elegido para proclamar la vocación universal a la santidad. ¡Cuántas personas ignoran todavía este mensaje! Muchos millones no han oído hablar de Cristo. Otras, incluso católicas, lo hemos conocido desde pequeños pero quizá ponemos la meta en la salvación: no ir al infierno, estar en gracia. Pero lo que el Señor espera es que seamos perfectos, santos. Y no unos cuantos, sino todos. Si esta

Santidad, camino de felicidad

En el Antiguo Testamento se presentan muchos personajes que son figuras, ejemplos, de la relación personal con el Señor. Por ejemplo, Elías. Es un profeta al que Dios le habla y le pide misiones concretas. En el libro de los Reyes aparece una corrección que debe hacerle al rey Ajab: “ has hecho pecar a Israel ”. El corregido reacciona con dolor y pide perdón de sus pecados. El Señor le comenta entonces a Elías: "¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en tiempos de su hijo".  El Salmo 50 recuerda una escena similar: la del pecado del rey David, que al ser corregido por el profeta Natán reacciona componiendo ese himno clásico de petición de perdón, el “Miserere”: “ Dios mío, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi maldad, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo qu

Doce Apóstoles, columnas de la Iglesia

Explica I. de la Potterie (María nel mistero dell’Alleanza) que «la idea fundamental de toda la Biblia es que Dios quiere establecer una Alianza con los hombres (…) Según la fórmula clásica, Dios dice a Israel: “Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios”. Esta fórmula expresa la pertenencia recíproca del pueblo a Dios y de Dios a su pueblo».   Las lecturas del ciclo A para el XI Domingo formulan esa misma idea: En primer lugar, en el Éxodo (19, 2-6a) se presentan las palabras del Señor a Moisés: «si me obedecéis fielmente y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos , porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa». Y el Salmo 99 responde: « El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo . Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quién nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño».  El Evangelio de Mateo (9, 36-38; 10, 1-8) complementa ese cuadro del Antiguo Testamento, con l

Vocación de Mateo

La profesión de publicano significa, entre los romanos, un arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado. Como explican Leske y Tassin, también permitía el cobro de derechos de pesca y cánones portuarios a las mercancías en tránsito. Además de que se consideraba una ocupación colaboracionista con las fuerzas opresoras, los publicanos tenían pocos controles en cuanto a sus métodos y ganancias. Por eso, los judíos los detestaban y los consideraban impuros y pecadores, tanto como los ladrones o los asesinos. Inclusive se decía que no podían pertenecer al reino mesiánico. Desde luego, un “justo” no podía sentarse a la mesa con ellos sin contaminarse, pues comer juntos era una muestra de amistad y de comunión entre personas. Podemos imaginarnos a un publicano en concreto, de nombre Leví, lo cual significa que pertenecía a la tribu sacerdotal judía. A pesar de su ascendencia social religiosa, sentiría en su corazón ese rechazo injusto. Probablemente ejercía esa pr