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Mostrando las entradas de febrero, 2016

Dar fruto

El Evangelio de san Lucas puede dividirse en tres grandes partes: el ministerio inicial en Galilea, el siguiente, en la subida a Jerusalén y, por último, los acontecimientos finales en la Ciudad Santa. La escena que contemplaremos a continuación se sitúa en el largo ascenso hacia la ciudad en la que el Señor daría su vida por nosotros. Entre las diversas enseñanzas que el Evangelio reseña, hay una serie sobre el Reino anunciado, por lo que se llama el “anuncio escatológico” (Lc 13). Después de algunas parábolas como la del rico insensato o la del administrador, san Lucas describe el diálogo con unos testigos que se presentan a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. En el fondo está la mentalidad hebrea de la época, que sugería que, detrás de las contrariedades o las deformaciones, estaba el castigo de un pecado. Es lo que se evidencia en la pregunta que le hicieron al Señor sobre el ciego de nacimiento (Jn 9,2

La transfiguración del Señor

La liturgia contempla dos veces en el año el misterio de la transfiguración de Cristo: el segundo domingo de Cuaresma y el 6 de agosto, cuarenta días antes de la Exaltación de la Cruz. En ambos casos, la Iglesia nos muestra esta escena como anticipo de la resurrección gloriosa, que será fruto del sacrificio en el Calvario. Así como el bautismo fue el umbral para el inicio de la vida pública de Jesucristo, la transfiguración es como una obertura para la recta final de su vida en la tierra (cf. CEC 556). Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar (Lc 9,28-36). El Señor asciende al Tabor, un cerro de 588 metros de altura, pero que se ve más grande en medio del desierto galileo. Lo acompañan los mismos tres discípulos que más tarde lo verán padecer en la oración del huerto de Getsemaní. «De nuevo nos encontramos —como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración— con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios» (Benedict