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Mostrando las entradas de octubre, 2007

Oración humilde. El fariseo y el publicano

Después de hablar de la necesidad de orar con insistencia en la parábola del juez injusto, Lucas (18,9-14) continúa enseñándonos otras características de la oración. Lo hace con la parábola del fariseo y el publicano:  Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás: —Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano.  El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo». Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador». Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado. Gnilka explica de est

Gratitud

Tenía un amigo en la carrera que era conocido no solo por ser un buen jugador de fútbol y estudiante de Medicina –hoy es uno de los mejores pediatras de su ciudad- sino, sobre todo, por su nobleza. Una de las manifestaciones de esa actitud era que siempre te daba las gracias por todo. Yo, que no me caracterizaba por esas virtudes, un día intenté hacerle una broma con ese tema, preguntándole por qué razón le gustaba tanto dar las gracias a toda hora. Me respondió que se lo habían aconsejado en un curso de relaciones humanas: agradecer mucho, en todas partes, por los pequeños o grandes favores que se reciben a lo largo del día. Para continuar la broma, a partir de entonces, cada vez que me agradecía, yo le daba las gracias por darme las gracias… Bromas aparte, está claro que la virtud de la gratitud es alabada en la Sagrada Escritura con frecuencia. Por ejemplo, en el segundo libro de los Reyes (5, 14-17) se presenta como meritorio el agradecimiento de Naamán, un rey extranjer

Vida de fe

Me decía un alumno al comenzar el curso de Introducción al cristianismo que él no tenía fe, porque había estudiado dos semestres de biología. Algunos compañeros se rieron, pues en la clase anterior habíamos visto cómo no había incompatibilidad entre la ciencia y la fe, y habíamos visto casos como el del Beato Stenon, científico y sacerdote que descubrió los conductos que llevan su nombre en la glándula parótida. Sin embargo, la historia de este muchacho no es un caso aislado. Responde a un estereotipo según el cual la fe es para pobrecitos mentales que no tienen otra explicación para el mundo distinta a la sobrenatural. La ciencia sería un estado mayor de edad que solo alcanzan quienes logran superar el estado inferior. Como esta meditación se dirige a creyentes, no me detendré a explicar la falacia de ese argumento, pero sí podemos pensar hasta qué punto estamos convencidos de las palabras que transmite el profeta Habacuc: “el justo vivirá por su fe". En el capítulo 17 del Ev

2 de octubre, aniversario de la Fundación del Opus Dei

(2 de octubre de 1931) Día de los Santos Ángeles, vísperas de Santa Teresita: Hoy hace tres años (recibí la iluminación sobre toda la Obra , mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé ‑estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática‑ di gracias al Señor, y recuerdo con emoción el to­car de las campanas de la parroquia de Ntra. Sra. de los Ángeles) que, en el Convento de los Paúles, re­copilé con alguna unidad las notas sueltas, que hasta entonces venía tomando; desde aquel día el borrico sarnoso se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, ha­bía puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra: desde entonces comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y a hacer rezar. Y a sufrir… ¡siempre sin una vacilación, aunque ¡yo no quería! ( Anotación del Fundador del Opus Dei en sus Apuntes íntimos, n. 306 (2‑X‑1931)] Solo un pequeño comentario, sobre la respuesta a la vocació

El rico epulón y el pobre Lázaro

Después de la parábola del administrador infiel , San Lucas continúa con las enseñanzas de Jesús sobre el sentido y el peligro de las riquezas. Al final del capítulo 16 presenta la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro. “Epulón” no es nombre propio, sino adjetivo: “hombre que come y se regala mucho”, lo define el diccionario de la RAE. En efecto, este personaje “vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes”. No es que fuera malo. El Señor no recrimina algún acto concreto suyo, sino todo lo contrario: la omisión . Tenía ciego el corazón para ver las necesidades ajenas. Solo pensaba en sí mismo. En los demás solo veía qué tanto facilitaban o entorpecían sus proyectos. De hecho, no reparaba en “un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían a lamerle las llagas”. La imagen que nos presenta el Señor es lamentable: se trata