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Misericordia



Me contaba en estos días una profesora de Introducción al cristianismo un suceso de clase: hablando sobre verdad y tolerancia, llegaron a una situación que a ella le pareció de extremo relativismo y le propuso al alumno un ejemplo límite, para hacerlo reaccionar:
“Si ves a una persona que se quiere lanzar desde un cuarto piso, ¿la dejas que se tire?”
La respuesta fue inmediata:
“Desde luego, que la dejo, pues es lo que ella quiere”.
La profesora recurrió al argumento democrático, poniendo por testigo a todo el auditorio:
“Ustedes, ¿qué harían?”.
Para su sorpresa, la reacción fue unánime:
“La dejaríamos lanzarse, pues hay que respetar su libertad”.
Desconsolada, lo único que la profesora pudo decir como respuesta fue:
“Si ven que yo voy a hacerlo, por favor, no duden en impedírmelo”.

No parece una historia verdadera, pero sí lo es. Un amigo me sugería repetir el experimento preguntando qué pasaría si la que se lanza es la novia de uno. Quizá el egoísmo venciera el relativismo y, al menos en ese caso, estos buenos muchachos se sentirían responsables de la suerte ajena. Es una historia sintomática de lo que se piensa hoy día por ahí, de lo que se respira en el cine, en la cultura general. 

Tal vez por eso la sociedad necesita, más que nunca, del mensaje cristiano. San Lucas nos transmite el mensaje revolucionario de Jesucristo: “amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite el manto no le niegues tampoco la túnica. Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Como queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo de igual manera con ellos. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes les aman. Y si hacéis el bien a quienes os hacen el bien, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida con que midáis se os medirá".

La Iglesia concreta ese consejo en las llamadas “obras de misericordia”, inspiradas en el capítulo 25 de Mateo, y que pueden ser un buen propósito para estos días. Se suele distinguir entre las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, asistir a los presos, dar posada al caminante, sepultar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar a los ignorantes, corregir al que se equivoca, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rezar a Dios por los vivos y los muertos.

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