«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
El cuarto domingo de Pascua es conocido como el del Buen Pastor. El texto de Juan escogido para el ciclo C aparece en el contexto de la fiesta de la Dedicación del Templo. Allí Jesús se revela como el Hijo de Dios, igual al Padre. Las reacciones son de fe, en unos: en las buenas ovejas, a las que Él conoce y ellas le siguen. En otros, sucede lo que a algunos teólogos contemporáneos, que se empeñan en negar la divinidad de Jesucristo, a pesar de la rotundidad de pasajes como el que estamos viendo (Jn 10,27-30).
El cuarto domingo de Pascua es conocido como el del Buen Pastor. El texto de Juan escogido para el ciclo C aparece en el contexto de la fiesta de la Dedicación del Templo. Allí Jesús se revela como el Hijo de Dios, igual al Padre. Las reacciones son de fe, en unos: en las buenas ovejas, a las que Él conoce y ellas le siguen. En otros, sucede lo que a algunos teólogos contemporáneos, que se empeñan en negar la divinidad de Jesucristo, a pesar de la rotundidad de pasajes como el que estamos viendo (Jn 10,27-30).
De eso nos habla la fiesta del Buen Pastor: de ver qué tan buenas ovejas somos. Si escuchamos su voz, si le seguimos. Un propósito para estos días de Pascua,: acercarnos a Cristo, conocerlo, amarlo. Buscarlo en la oración, en los sacramentos –sobre todo en la Eucaristía y en la Confesión, en los que se puede participar con más frecuencia- en la Sagrada Escritura, en el estudio del Catecismo y de otras obras teológicas (como los textos de Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret). De la mano de esa Buena Pastora que es María, cuyo mes apenas estamos comenzando, seguro lo lograremos.
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