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El Espíritu Santo nos lo recordará


En el capítulo 14 de San Juan se presenta el contexto de la última cena y los discursos de despedida. En ellos, Jesús exclama: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Son palabras que nos hacen recordar el discurso de Benedicto XVI a los jóvenes en Brasil (10-V-2007): «Los mandamientos conducen a la vida, lo que equivale a decir que ellos nos garantizan autenticidad. Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto. Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios. No basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia ciencia aplicada. No nos son impuestos desde afuera, ni disminuyen nuestra libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Nos impulsan a hacer algo para realizarnos a nosotros mismos. Realizarse a través de la acción es volverse real. Nosotros somos, en gran parte, a partir de nuestra juventud, lo que queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos».


En ese sentido, Jesús continúa: «El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado. Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho». De las varias maneras en que se puede traducir el nombre “Paráclito” del Espíritu Santo, “consolador” es una de las más apropiadas: San Juan nos muestra que el consuelo que Jesús da a los discípulos ante su inminente partida, además de la promesa de su regreso, es la del envío del Espíritu Santo.

Como explica la Biblia de Navarra, si en el Antiguo Testamento Dios había prometido estar entre el pueblo, ahora habla de una presencia del Padre y del Hijo en cada persona, convirtiéndola en templo del Espíritu Santo. Esa presencia es la clave de la santidad. Como decía el Papa en el mismo discurso, «Queridos jóvenes, Cristo os llama a ser santos. Él mismo os convoca y quiere andar con vosotros, para animar con Su espíritu los pasos del Brasil en este inicio del tercer milenio de la era cristiana. Pido a la Señora Aparecida que os conduzca, con su auxilio materno y os acompañe a lo largo de la vida».


El Espíritu Santo nos recuerda lo que Jesús dijo. Lo vemos en el Nuevo Testamento, cuando los Apóstoles pueden enseñar a los no judíos (Hechos 15, 1-2.22-29): «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto». Se trata de la enseñanza apostólica del Maestro: la Iglesia está llamada a ser santa y también fecunda.
Lo muestra el autor del Apocalipsis (21,10-14.21-23) en un pasaje que, de acuerdo con la Biblia de Navarra, es el momento culminante del libro: la instauración plena del Reino de Dios. Se trata de un mundo nuevo sobre el que habitará la humanidad renovada –la nueva Jerusalén- y cuya llegada está garantizada por la Palabra del Dios eterno y todopoderoso. Esa humanidad –el Pueblo de Dios- es presentada como la Esposa del Cordero y descrita detalladamente como una ciudad maravillosa en la que reinan Dios Padre y Cristo. Que la Ciudad baje del cielo significa que la instauración del reino mesiánico se realizará por el poder de Dios y conforme a su voluntad. Las puertas simbolizan la universalidad de la Iglesia, como dice el salmo 66: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.


Benedicto XVI también anima a los jóvenes a cumplir los mandamientos, a ser santos, pero también a ser apostólicos, dejándose llevar por el fuego del Espíritu Santo: «Sois jóvenes de la Iglesia, por eso yo os envío para la gran misión de evangelizar a los jóvenes y a las jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes, invitadles a que vengan con vosotros, a que hagan la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; se encuentren con Jesús, para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos y ellas descubran los caminos seguros de los Mandamientos y por ellos lleguen hasta Dios».

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