La solemnidad que conmemora la presencia de Jesús en el sacramento del altar se remonta al siglo XIII, a impulsos de Santa Juliana y del milagro de Bolsena. La primera tuvo una visión de la Iglesia como si fuera una luna llena, pero con una mancha negra: la falta de esta celebración. El segundo es muy conocido: un sacerdote que tenía dudas sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía vio, en el momento de la consagración, que de la Hostia Santa manaba sangre. Todavía hoy se conserva como reliquia el corporal manchado en la catedral de Orvieto, donde vivía el Papa Urbano IV quien, además, conocía de antes a Santa Juliana. Este papa extendió la fiesta a toda la iglesia y encargó el oficio a Santo Tomás de Aquino (que compuso entonces el Pange lingua y el Lauda Sion, entre otros). Esta fiesta n os habla del “Gran Solitario”, como llamaba San Josemaría a Jesús en el Sagrario. En la oración colecta de la Misa se pide: “Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramen
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