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Mostrando las entradas con la etiqueta jesucristo

Identificación con Cristo

Se cumple hoy el 81º aniversario de la fundación del Opus Dei. Día de acción de gracias. A Dios, por haber querido la Obra; a San Josemaría, por haber sido instrumento fidelísimo en las manos de Dios. Damos gracias a Dios por la belleza de la Obra, por su juventud madura: por los países nuevos a los que se ha llegado en este año, por los fieles que han coronado su carrera terrena y gozan de Dios en el Cielo, por las vocaciones que han llegado, por la expansión, por la formación, por la fidelidad de todos. Por los frutos que ha tenido el año paulino en la Obra, por el año sacerdotal. Y pensaba que ese puede ser nuestro tema de diálogo hoy con el Señor: qué nos dice un nuevo aniversario del Opus Dei en medio del año sacerdotal. Habremos oído –y escucharemos muchas veces, sobre todo este año- aquellas palabras de San Josemaría sobre el alma sacerdotal: “Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que

La vid y los sarmientos

1. Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de San Juan nos muestran la intimidad de la última cena, el testamento de Jesús a sus discípulos. En ese discurso de despedida hay tres partes: la primera, en la que habla sobre su inminente partida y promete regresar; la segunda, dedicada a comentar la relación de Cristo con su Iglesia y, por último, la oración sacerdotal de Jesús. El Evangelio de la quinta semana de Pascua corresponde al inicio del capítulo 15 (1-8). Es decir, está en pleno corazón de la cena. Se refiere a la unión de Cristo con los suyos, semejante a la vid y los sarmientos: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado.  San Josemaría describía esta escena desde su experiencia del campo aragonés: “Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abar

Las llagas del Resucitado

Mirad mis llagas… "Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo" (Lc 24, 39). Juan Pablo II ponía en relación ese pasaje del Evangelio con otras palabras de San Juan en la primera Carta: "Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos palparon... os lo anunciamos" (Jn 1, 1-3). A San Josemaría le gustaba decir que esas llagas eran como el documento de identidad del Señor. La experiencia venía de lejos, pues el 6 de abril de 1938 escribía: “Esta mañana, camino de las Huelgas, a donde fui para hacer mi oración, he descubierto un Mediterráneo: la Llaga Santísima de la mano derecha de mi Señor. Y allí me tienes: todo el día entre besos y adoraciones. ¡Verdaderamente que es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! Pídele tú que Él me dé el verdadero Amor suyo: así quedarán bien purificadas todas mis otras afecciones. No vale decir: ¡corazón, en la

Fe en la Resurrección

Para algunos canales de televisión, la Semana Santa es ocasión de exhibir todos los refritos religiosos, que tienen bastante acogida. Por eso, los días santos suele haber sobre-exposición de cuanto interrogante hay en nuestro ambiente actual: el canon de los evangelios, los evangelios apócrifos, María Magdalena, religiones comparadas, celibato sacerdotal, etc. Recuerdo que un amigo sintió removidos los cimientos de su fe con algunos datos “reveladores” sobre tradiciones religiosas del Oriente Medio, parecidas a la judeo-cristiana. El alma le volvió al cuerpo cuando le dije que yo sabía de esas teorías, que las había estudiado y que formaban parte de nuestro acervo cultural. Por su gesto, parecía que pensara: ¡al menos no es ninguna sorpresa para la Iglesia Católica! Quizá por eso, Benedicto XVI insistía en sus homilías y discursos pascuales sobre la naturaleza histórica de la Resurrección. Así, por ejemplo, explicaba en un mensaje Urbi et Orbi que una de las preguntas que más

Navidad: Luz y Salvación

El himno de las vísperas acoge la Navidad cantando: “Oh Cristo Redentor del mundo, Unigénito del Padre, nacido de modo inefable, antes de todos los siglos. T ú que eres la Luz y el Resplandor del Padre , nuestra continua esperanza, acoge las súplicas que elevan tus fieles desde todos los rincones de la tierra. Recuerda, Señor, Autor de la salvación que al nacer, en otro tiempo de la Virgen Inmaculada, quisiste asumir un cuerpo como el nuestro. Sólo en Ti, Señor, venido de la sede del Padre encuentra el mundo su salvación: lo atestigua esta fiesta de hoy cuya celebración se repite cada año”. Se cumple otro oráculo de Isaías (9, 1-3. 5-6), el que profetizaba el nacimiento del Príncipe de la paz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría. Se alegran en tu presencia con la alegría de la siega (…). Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado .

La parábola del sembrador

El Evangelio de Mateo presenta la predicación de Jesús en cinco grandes discursos. El tercero de ellos es llamado Discurso de las Parábolas, pues presenta siete en total, acerca del Reino de los Cielos. Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas.   La jornada debía de ser agradable. La barca –probablemente la de Pedro, como en otra ocasión- sirve como púlpito y la playa como auditorio. La primera parábola es la del sembrador , que para los labriegos de aquel paraje debería de sonar muy familiar: —Salió el sembrador a sembrar…   Más adelante explicará el sentido alegórico: la semilla es el mensaje del reino, la buena noticia del Evangelio, la doctrina, la palabra. La tierra son los oyentes. Hay cuatro escenarios: el primero, cayó junto al camino y vinieron los pájaros

Sagrado Corazón de Jesús

Casi una semana después de celebrar la fiesta del Corpus Christi, conmemoramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta celebración se remonta al siglo XVII, cuando Santa Margarita María de Alacoque recibió la vocación de extender por el mundo la devoción al Corazón de Jesús. Como dice la Antífona de entrada, los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Salmo 32). La Liturgia nos invita a considerar dos temas: el amor que Dios nos tiene y el compromiso de transmitir ese amor a los demás. La oración colecta pide: “Dios todopoderoso, al celebrar hoy la solemnidad del Corazón de Jesús recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros ; concédenos alcanzar de esa fuente divina la abundancia inagotable de tu gracia”. Recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros: En el libro del Deuteronomio (7,6-11), Moisés le aclara al pueblo que el Señor no lo ha elegido

¡Cristo ha resucitado!

Si la liturgia en general está llena de misterio y de simbología, la vigilia pascual es especialmente rica en contenido: ¡es tan fácil ver reflejada la propia vida en la oscuridad inicial! En medio de las tinieblas del pecado surge un fuego esperanzador, un cirio que no dejará de arder, hasta que “ el lucero matinal lo encuentre ardiendo”. Las luces que se reparten los fieles, uno a uno; el pregón pascual, verdadera serenata de enamorado; el recuerdo de la historia de la salvación en las lecturas, las profecías esperanzadoras, el Gloria cantado mientras suenan las campanas, el Evangelio de la Resurrección : “ ¡no tengáis miedo, ha resucitado!” Cada año podemos profundizar un poco más, también teniendo en cuenta las vicisitudes y las alegrías del tiempo transcurrido: en una ocasión nos maravillaremos de la vida parroquial; en otra, del fervor de un grupo más pequeño de apostolado; otro día acudiremos con una persona a la que estamos acercando a Cristo. Quizá años más tarde coincidir

Resurrección de Lázaro. Amistad con Jesús

En estos días recibí un mensaje de un amigo que vive en Tierra Santa. Sin querer generar envidia, describía el paisaje que veía desde la terraza de su casa: la basílica del Santo Sepulcro en primer lugar, el Monte de los Olivos detrás y, al fondo, a 3 kms de Jerusalén, el pequeño poblado de Betania. Hay un pasaje del Evangelio que se desarrolla precisamente en esa aldea, en Betania, donde Jesús encontraba una familia a la que amaba, en la que se sentía bien, donde tenía verdaderos amigos: Marta, María y Lázaro. San Josemaría acostumbraba llamar “Betania” a los sagrarios, como queriendo que Jesús también estuviera bien tratado allí. En el punto 322 de su libro Camino se lee: “Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... —Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. —Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario”.   En un retiro para seminaristas daba más pistas al respecto: “¡Qué alegría al contemplar a Jesús en Betania!

Cristo, enviado como luz

(El ciego de nacimiento) Todos hemos tenido alguna vez la sensación de estar perdidos o a oscuras o, simplemente, que nos hemos quedado solos al perder el grupo o la persona con la que estábamos… En esos momentos, lo que más se agradece es recuperar el sentido o descubrir una flecha, una información que lo traiga a uno de nuevo al mundo, o encontrar de nuevo a la persona que lo acompañaba a uno. En la vida espiritual ocurre lo mismo: puede suceder que se pierda el sentido de la vida o que pierda interés lo que antes era ocasión de alegría. Otras veces, la conciencia remuerde y uno se encuentra en malestar con Dios y consigo mismo. Para esas ocasiones viene muy bien recordar el salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta . Pero la vida cristiana no se puede reducir a luchar contra el pecado, ni la predicación debe insistir más en el mal que en la santidad. Por eso, en la cuaresma se nos recuerda la necesidad de vivir en coherencia con la fe que profesamos. Como dice el Catecismo,

Jesucristo muestra al Padre

En estos días sucedió, en una Clínica Universitaria bogotana, que una cirujana joven -40 años, casada y con dos hijos- sufrió un desmayo en plena cirugía. A los dos días falleció: se trataba de un aneurisma cerebral. Son situaciones que lo hacen pensar a uno, lo ponen a meditar sobre los miedos del hombre. Uno de ellos es la muerte, que se puede ver como una amenaza, sobre todo si no se tiene esperanza para el más allá. Comentaba estas ideas el pasado fin de semana, en un encuentro de jóvenes emprendedores. Meditábamos en que la empresa más importante para nosotros es nuestra propia vida. Y para sacarla adelante, en beneficio de la familia y de la sociedad, veíamos la importancia de tener un modelo (esa es la explicación de muchas empresas exitosas: recorrer el camino que se ha demostrado válido en experiencias anteriores). El mejor ejemplo para nuestra vida es Jesucristo. Como dice el Concilio Vaticano II, en una frase que tanto gustaba a Juan Pablo II, “Cristo revela el hombre

El Buen Pastor

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno». El cuarto domingo de Pascua es conocido como el del Buen Pastor. El texto de Juan escogido para el ciclo C aparece en el contexto de la fiesta de la Dedicación del Templo. Allí Jesús se revela como el Hijo de Dios, igual al Padre. Las reacciones son de fe, en unos: en las buenas ovejas, a las que Él conoce y ellas le siguen. En otros, sucede lo que a algunos teólogos contemporáneos, que se empeñan en negar la divinidad de Jesucristo, a pesar de la rotundidad de pasajes como el que estamos viendo (Jn 10,27-30). De eso nos habla la fiesta del Buen Pastor: de ver qué tan buenas ovejas somos. Si escuchamos su voz, si le seguimos. Un propósito para estos días de Pascua,: acercarnos a Cristo, conocerlo, amarlo. Buscarlo en la ora

Testigos de la Eucaristía

El último capítulo del Evangelio de Juan es una adición, que se refiere a la Iglesia posterior a la Ascensión del Señor a los cielos, en la cual el joven apóstol reconoce la misión de Pedro como primado. Narra también la pesca milagrosa del Resucitado, que la liturgia del tercer domingo de Pascua (ciclo C) nos invita a poner en relación con el testimonio apostólico y con la adoración a Dios: si el capítulo quinto de Lucas comenzaba con el llamado a Pedro para ser pescador de hombres, este apartado de Juan termina mostrando su realización histórica. San Josemaría comenta sobre las virtudes de Juan y de Pedro en esta escena: ( Amigos de Dios, n. 266 ): « Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ― ¡es el Señor! El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exc