Ir al contenido principal

La vid y los sarmientos


1. Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de San Juan nos muestran la intimidad de la última cena, el testamento de Jesús a sus discípulos. En ese discurso de despedida hay tres partes: la primera, en la que habla sobre su inminente partida y promete regresar; la segunda, dedicada a comentar la relación de Cristo con su Iglesia y, por último, la oración sacerdotal de Jesús.


El Evangelio de la quinta semana de Pascua corresponde al inicio del capítulo 15 (1-8). Es decir, está en pleno corazón de la cena. Se refiere a la unión de Cristo con los suyos, semejante a la vid y los sarmientos: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. 


San Josemaría describía esta escena desde su experiencia del campo aragonés: “Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes” (Amigos de Dios, 255).


Al igual que la parábola del Buen Pastor, la comparación con la vid es tomada del Antiguo Testamento: en el salmo 80 se habla de la ruina y restauración de la viña arrancada de Egipto y plantada en otra tierra; y en el cántico de Isaías (5,1-7) el Señor se queja de que la viña no haya producido uvas, sino agraces. Sin embargo, en la última cena la comparación tiene un sentido más personal: Cristo, cabeza de la Iglesia, es la nueva vid (la antigua vid era el pueblo elegido). Y enseña que la clave para dar frutos de santidad y de apostolado es la unión con el Señor. No es cuestión de pertenecer a una institución, sino de estar unidos a Jesús (Cf. Biblia de Navarra).


2.  Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientosSan Josemaría termina su descripción de este modo: En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. Porque sin Mí no podéis hacer nada. Sin Jesucristo no podemos hacer nada. Con Él, todo, como dice San Pablo: todo lo puedo en aquél que me conforta (Flp 4, 13).


El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. Benedicto XVI explicaba esta “centralidad de Cristo” en la vida del apóstol de las gentes:

“Nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que "estamos en él" tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría. En definitiva, debemos exclamar con san Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8,31). Y la respuesta es que nada ni nadie "podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,39). Por tanto, nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía”.


Gracias, Señor, por enseñarnos estas claves para nuestra existencia: unirnos a Ti, contar con tu gracia, más que con nuestras pobres fuerzas. Es más: solo desde la humildad de sabernos nada, puede crecer el edificio que Tú quieres construir. De ese modo, se superarán todos los temores: "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8,31). 


El 8 de mayo de 1970, San Josemaría sintió estas palabras en el fondo de su corazón, mientras celebraba la Misa. Y dice su biógrafo que, “en medio de su congoja, esta locución le trajo sosiego, y también seguridad en la fortaleza divina, porque el brazo de Dios es invencible. No pierde batallas ni deja de acudir en apoyo de sus hijos”. Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? San Pablo nos garantiza que alcanzaremos la salvación, seremos fieles, nada puede apartarnos de Dios, si somos fieles.


Que nuestro sosiego y nuestra seguridad no dependan de nuestra salud, ni de sentirnos bien física o psicológicamente: que provengan de la fortaleza de Dios, de nuestra unión con Él. Es la única condición que pone el Señor: permanecer en Él. Y en el mismo Evangelio quién es el que habita en Él: aquél que come su carne y bebe su sangre. Ser almas de Eucaristía, ser almas de oración. 


Para permanecer con Jesús hace falta buscarlo, conocerlo, tratarlo. Y lo encontramos en la Palabra, y en los sacramentos. Se trata de una lucha diaria, hasta que nos suceda lo que dice San Pablo: “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). Y lo encontramos también en la comunión de la Iglesia. La unidad personal con el Señor está garantizada si estamos unidos a los buenos Pastores que Él mismo nos ha puesto: el Papa, los Obispos, el párroco, el director espiritual.


Pedid y se os concederá. Así como el Señor presenta el triste destino del sarmiento que se separa de la vid, así también promete la eficacia, como fruto de la unión con Él: Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos. 


Confiados en esa promesa, acudimos a la Santísima Virgen, en este mes de mayo que apenas comienza, para que ella nos guíe a la unión plena con su Hijo, y de ese modo podamos permanecer junto a Él como los sarmientos a la vid y entonces dar mucho fruto.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Doce Apóstoles, columnas de la Iglesia

Explica I. de la Potterie (María nel mistero dell’Alleanza) que «la idea fundamental de toda la Biblia es que Dios quiere establecer una Alianza con los hombres (…) Según la fórmula clásica, Dios dice a Israel: “Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios”. Esta fórmula expresa la pertenencia recíproca del pueblo a Dios y de Dios a su pueblo».   Las lecturas del ciclo A para el XI Domingo formulan esa misma idea: En primer lugar, en el Éxodo (19, 2-6a) se presentan las palabras del Señor a Moisés: «si me obedecéis fielmente y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos , porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa». Y el Salmo 99 responde: « El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo . Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quién nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño».  El Evangelio de Mateo (9, 36-38; 10, 1-8) complementa ese cuadro del Antiguo Testamento, con l

San Mateo, de Recaudador de impuestos a Apóstol

(21 de septiembre). Leví o Mateo era, como Zaqueo, un próspero publicano. Es decir, era un recaudador de impuestos de los judíos para el imperio romano. Por eso era mal visto por sus compatriotas, era considerado un traidor, un pecador. Probablemente había oído hablar de Jesús o lo había tratado previamente. Él mismo cuenta (Mt 9, 9-13) que, cierto día, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Mateo sigue inm

Marta y María. Acoger a Dios.

Uno de los diagnósticos más certeros del mundo actual es el que hace Benedicto XVI. De diversas formas ha expresado que el problema central se encuentra en que el ser humano se ha alejado de Dios . Se ha puesto a sí mismo en el centro, y ha puesto a Dios en un rincón, o lo ha despachado por la ventana. En la vida moderna, marcada de diversas maneras por el agnosticismo, el relativismo y el positivismo, no queda espacio para Dios.  En la Sagrada Escritura aparecen, por contraste, varios ejemplos de acogida amorosa al Señor. En el Antiguo Testamento (Gn 18,1-10) es paradigmática la figura de Abrahán, al que se le aparece el Señor. Su reacción inmediata es postrarse en tierra y decir: "Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. No repara en la dificultad que supone una visita a la hora en que hacía más calor, no piensa en su comodidad sino en las necesidades ajenas. Ve la presencia de Dios en aquellos tres ángeles, y recibe com