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Mostrando las entradas con la etiqueta eucaristía

Hijo pródigo, alegría y Eucaristía

El cuarto domingo de cuaresma, la Iglesia nos invita a recordar la parábola del Hijo pródigo –o del Padre misericordioso, como también se le llama-. El Catecismo de la Iglesia (n. 1439) hace un recuento breve, fijándose en los puntos claves del relato:  “El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el Padre misericordioso” (Lc 15,11-24): (1) la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; (2) la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; (3) la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; (4) la reflexión sobre los bienes perdidos; (5) el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; (6) la acogida generosa del padre; (7) la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso

80 años de las mujeres del Opus Dei

1. Hace 80 años, Nuestro Señor hizo entender a San Josemaría, durante la celebración del Sacrificio eucarístico, que la luz fundacional del Opus Dei abarcaba también a las mujeres. Así lo describía él mismo: “el 14 de febrero de 1930, celebraba yo la misa en la capillita de la vieja marquesa de Onteiro, madre de Luz Casanova, a la que yo atendía espiritualmente, mientras era Capellán del Patronato. Dentro de la Misa, inmediatamente después de la Comunión, ¡toda la Obra femenina! No puedo decir que vi, pero sí que intelectualmente, con detalle (después yo añadí otras cosas, al desarrollar la visión intelectual), cogí lo que había de ser la Sección femenina del Opus Dei. Di gracias, y a su tiempo me fui al confesonario del P. Sánchez. Me oyó y me dijo: esto es tan de Dios como lo demás” [Cf. Vázquez de Prada A. El Fundador del Opus Dei. vol. I, p. 323]. Se cumplen ochenta años desde que el Fundador del Opus Dei “cogió intelectualmente” lo que había de ser el apostolado de l

Corpus Christi

Me contaba un amigo que, hace unos días, mientras animaba a un colega a que se decidiera a confesarse y volviera a comulgar, éste le había respondido de buena manera: yo no creo en la Eucaristía, porque no me criaron con esa fe. Tú entenderás que me parece bonito, lo respeto y quisiera creerlo, pero la fe en que Jesús está presente en la hostia es un misterio muy difícil de creer.  Y es verdad… aprovechemos este momento para pedir al Señor por la fe de este amigo y démosle gracias porque nos haya concedido creer en este Sacramento, culmen y fuente de nuestra vida interior. Quizá por lo difícil que es creer en este misterio, el Señor ha querido que haya muchos ejemplos eucarísticos en el mundo. Uno de los más conocidos es el de Bolsena: corría el año de 1263. Cierto día, celebraba Misa un sacerdote piadoso, que tenía dudas sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Cuando iba a partir la Hostia consagrada se le convirtió en carne, de la que salían gotas de sangre, hast

Iglesia y Eucaristía

Nos hemos reunido para celebrar la primera Misa en este Oratorio. La liturgia de la Iglesia agradece al Señor porque “en esta casa visible que nos permitiste construir, donde proteges sin cesar a esta familia que peregrina hacia Ti, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros” (Misal Romano, Común de la dedicación de una iglesia). Esa oración nos muestra que estamos aquí, no para ufanarnos por lo bien que nos ha quedado el Oratorio –que ha quedado muy bien: se nota el amor a Dios y la fe de quienes trabajaron en él, desde el Capellán hasta la persona que haya colaborado en lo más mínimo-, sino que nos reunimos para agradecer a Dios que nos haya permitido construirlo. Los sitios sagrados son manifestación, en primer lugar, del amor que Dios nos ha tenido, al haberse abajado hasta quedarse a morar en medio de nosotros, para protegernos sin cesar y manifestar de modo admirable el misterio de su comunión con nosotros ( Ídem ). La liturgia de la

Jueves Santo

El Sagrado Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección comienza con la Misa vespertina “ in Coena Domini ”. Iniciamos la celebración con el habitual saludo “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” y ya no diremos “Podéis ir en paz” hasta la Vigilia Pascual, que es el centro del triduo. La conclusión de este tiempo será con las Vísperas del Domingo de Resurrección. El Triduo pascual resplandece en la cumbre de todo el año. Así como el domingo sobresale entre los días de la semana, la Solemnidad de la Pascua tiene preeminencia en el año litúrgico. Celebramos que Cristo haya consumado nuestra redención y también que haya glorificado a Dios modo perfecto mediante su muerte –con la que destruyó nuestra muerte- y su resurrección –con la que nos devolvió la vida-. El Jueves Santo no se puede celebrar sin participación del pueblo, para acentuar el valor de la Eucaristía como sacramento de comunión con Dios y con nuestros hermanos. Nos reunimos en la tarde para reco

Eucaristía

Para que entendamos su mensaje, Jesús habla y actúa de acuerdo con nuestros propios intereses: si en ocasiones enseña con parábolas relacionadas con el mundo de los negocios , en otras él mismo se adelanta a suplir las necesidades básicas de los pobres y de los enfermos. Así lo presenta Mateo (14, 13-21): después de la muerte de Juan Bautista, Jesucristo quiere apartarse de la gente para orar. Pero al ver la multitud que le sigue, se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Cuando los apóstoles quieren despedir a la muchedumbre para que coman en sus aldeas, Jesús les dijo: —No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le respondieron: —Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces . Él les dijo: —Traédmelos aquí. Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta qu

Corpus Christi

La solemnidad que conmemora la presencia de Jesús en el sacramento del altar se remonta al siglo XIII, a impulsos de Santa Juliana y del milagro de Bolsena. La primera tuvo una visión de la Iglesia como si fuera una luna llena, pero con una mancha negra: la falta de esta celebración. El segundo es muy conocido: un sacerdote que tenía dudas sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía vio, en el momento de la consagración, que de la Hostia Santa manaba sangre.  Todavía hoy se conserva como reliquia el corporal manchado en la catedral de Orvieto, donde vivía el Papa Urbano IV quien, además, conocía de antes a Santa Juliana. Este papa extendió la fiesta a toda la iglesia y encargó el oficio a Santo Tomás de Aquino (que compuso entonces el Pange lingua y el Lauda Sion, entre otros). Esta fiesta n os habla  del “Gran Solitario”, como llamaba San Josemaría a Jesús en el Sagrario. En la oración colecta de la Misa se pide: “Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramen

Testigos de la Eucaristía

El último capítulo del Evangelio de Juan es una adición, que se refiere a la Iglesia posterior a la Ascensión del Señor a los cielos, en la cual el joven apóstol reconoce la misión de Pedro como primado. Narra también la pesca milagrosa del Resucitado, que la liturgia del tercer domingo de Pascua (ciclo C) nos invita a poner en relación con el testimonio apostólico y con la adoración a Dios: si el capítulo quinto de Lucas comenzaba con el llamado a Pedro para ser pescador de hombres, este apartado de Juan termina mostrando su realización histórica. San Josemaría comenta sobre las virtudes de Juan y de Pedro en esta escena: ( Amigos de Dios, n. 266 ): « Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: ― ¡es el Señor! El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exc

San Mateo, de Recaudador de impuestos a Apóstol

(21 de septiembre). Leví o Mateo era, como Zaqueo, un próspero publicano. Es decir, era un recaudador de impuestos de los judíos para el imperio romano. Por eso era mal visto por sus compatriotas, era considerado un traidor, un pecador. Probablemente había oído hablar de Jesús o lo había tratado previamente. Él mismo cuenta (Mt 9, 9-13) que, cierto día, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan y aprendan lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Mateo sigue inm

Eucaristía y misión

- “Qué significa ‘Misa’”, me preguntó un alumno esta semana. Le expliqué: la Misa , en Latín, termina con las palabras: “Ite, Missa est” (Iros, la Misa ha terminado) . También en italiano acaba de la misma manera, no sé en otras lenguas. La misa, la misión ha concluído. En algún formulario castellano se concluye: glorificad a Dios con vuestras vidas. Después de Misa, salimos a misión... - Dice San Gregorio Magno, en un texto que la Liturgia de las Horas nos anima a contemplar el Viernes de la III Semana de Cuaresma: “Pero la sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores. Por tanto, para que el misterio de la pasión del Señor no nos resulte a nosotros inútil, hemos de imitar lo que recibimos y predicar a los demás lo que veneramos . Su demanda de justicia quedaría oculta en nosotros si la lengua calla lo que la mente creyó. Pero