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Iglesia y Eucaristía



Nos hemos reunido para celebrar la primera Misa en este Oratorio. La liturgia de la Iglesia agradece al Señor porque “en esta casa visible que nos permitiste construir, donde proteges sin cesar a esta familia que peregrina hacia Ti, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros” (Misal Romano, Común de la dedicación de una iglesia).

Esa oración nos muestra que estamos aquí, no para ufanarnos por lo bien que nos ha quedado el Oratorio –que ha quedado muy bien: se nota el amor a Dios y la fe de quienes trabajaron en él, desde el Capellán hasta la persona que haya colaborado en lo más mínimo-, sino que nos reunimos para agradecer a Dios que nos haya permitido construirlo.

Los sitios sagrados son manifestación, en primer lugar, del amor que Dios nos ha tenido, al haberse abajado hasta quedarse a morar en medio de nosotros, para protegernos sin cesar y manifestar de modo admirable el misterio de su comunión con nosotros (Ídem).

La liturgia de la Palabra de este tiempo pascual se refiere a ese mismo misterio: el Evangelio de Juan (3,3-36) nos cuenta que, en el diálogo nocturno del Señor con Nicodemo, el Señor le explica que “el que viene de lo alto está sobre todos. (…) El que recibe su testimonio confirma que Dios es veraz: pues aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida”. Con nuestra fe, nosotros confirmamos que las palabras de Cristo son, al mismo tiempo, palabras humanas y palabras de Dios, pues el Hijo es uno con el Padre y el Espíritu Santo, como celebraremos al finalizar este tiempo de Pascua, en la fiesta de Pentecostés (Cf. Biblia de Navarra).

Sigue diciendo el Señor a Nicodemo: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Por eso los cristianos dedicamos edificios al Señor, como una muestra de la fe que tenemos en Él. Creemos, como dice el Catecismo (n. 65), que «Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta».

¿Y cuáles serán las palabras del Señor que más se repetirán en este Oratorio? –Las que la Iglesia asume en la liturgia: el Padrenuestro, las palabras de la consagración. Por eso, este lugar será un sitio de oración. Ayuda lo recogido del sitio, más que una iglesia es una Capilla del Santísimo, por eso solo tiene un altar, como el Oratorio que usa a diario el Santo Padre. Es la razón por la cual a San Josemaría le gustaba más el nombre de “Oratorio” que el de “Capilla”, para resaltar que aquí vendremos a orar, a conversar con nuestro Padre-Dios, que estará siempre dispuesto a escucharnos y a darnos su ayuda.

Quizá no suceda en esta sede, que agrupa a gente tan seria, una anécdota que pasó en el Oratorio de un colegio, pero la contaré porque nos enseña la confianza en el Señor que tenían aquellos alumnos. Un día, algún niño estaba demasiado travieso en el comedor; hasta que, después de varias reconvenciones, se ganó el castigo que le habían anunciado: si seguía jugando con la comida, sería expulsado del comedor. Al ver que se quedaría sin almuerzo, el chiquillo tuvo, como primera reacción, salir corriendo hacia el Oratorio y pedirle al Señor sacramentado: “¡Jesús, que no me dé hambre!”

Ojalá nosotros también nos acerquemos a decirle al Señor lo que nos inquieta, nuestras necesidades, o simplemente a contemplarlo, a acompañarlo, a meditar su Palabra, a darle gracias por quedarse entre nosotros, pues para eso quiso el Señor quedarse en este Oratorio, para manifestar y realizar de manera admirable el misterio de su comunión con nosotros.
 
Así lo explicaba el Santo Padre Benedicto XVI, el pasado Jueves Santo: “En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo. El gesto del partir alude misteriosamente también a su muerte, al amor hasta la muerte. Él se da a sí mismo, que es el verdadero «pan para la vida del mundo» (cf. Jn 6, 51). El alimento que el hombre necesita en lo más hondo es la comunión con Dios mismo. Al agradecer y bendecir, Jesús transforma el pan, y ya no es pan terrenal lo que da, sino la comunión consigo mismo. Esta transformación, sin embargo, quiere ser el comienzo de la transformación del mundo. Para que llegue a ser un mundo de resurrección, un mundo de Dios. Sí, se trata de transformación. Del hombre nuevo y del mundo nuevo que comienzan en el pan consagrado, transformado, transustanciado”.


Pidamos al Señor que, como fruto de nuestro paso por este Oratorio, siempre salgamos transformados en seres nuevos. Que aprendamos de Él, del sacrificio en la Cruz que celebraremos aquí cada día, a entregar la vida por Dios y por nuestros hermanos. A sacrificar nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra vanidad, nuestros vicios. Es lo que espera la Iglesia cuando pide al Señor “que en este lugar te ofrezcamos siempre un servicio digno, y obtengamos la plenitud de la redención”.


Un día como hoy, en 1912, hizo la primera Comunión San Josemaría Escrivá, inspirador de la Universidad de La Sabana. Antes de hacerla, se confesó con un sacerdote que le enseñó una oración que hoy día mucha gente repite en todo el mundo para prepararse a comulgar: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
 
En su biografía se transcriben algunos apuntes íntimos que tomaba en los aniversarios de ese acontecimiento. Por ejemplo: Día de San Jorge, 1932: Hoy hace veinte años que recibí por primera vez la sagrada Comunión. Señor San Jorge, ruega por mí (n. 707). Vísperas de S. Marcos, 1933: Ayer veintidós años de mi primera Comunión. ¡Dios mío! (n. 989). 23 de abril. ¡San Jorge! No se me olvida que hoy es aniversario de mi primera Comunión. ¡Cuántas cosas dejo de anotar! (n. 1180). Día 30 de Abril de 1936: [...] En Valencia, el día de San Jorge, aniversario de mi primera Comunión, me porté como un zángano, mejor, como un perfecto Borrico: rebuznar, y aún... Puedo decir que no sé rezar bien ni una avemaría. ¡Madre, Mamá del cielo! (n. 1332).


Pidamos al Señor que nos ayude a tener un cariño así de grande a nuestra relación con Él en la Eucaristía: que recordemos, como uno de los aniversarios más importantes de nuestra vida, el de la primera Comunión. Que nos preparemos para recibirlo con esa pureza, humildad y devoción, que cada día queramos mejorar un poquito nuestros detalles de delicadeza con Jesús en el Sagrario.


Concluyo con otras palabras del Inspirador de nuestra Universidad: “Finalmente un filial pensamiento amoroso para María, Madre de Dios y Madre nuestra. Perdonad que de nuevo os cuente un recuerdo de mi infancia: una imagen que se difundió mucho en mi tierra, cuando S. Pío X impulsó la práctica de la comunión frecuente. Representaba a María adorando la Hostia santa. Hoy, como entonces y como siempre, Nuestra Señora nos enseña a tratar a Jesús, a reconocerle y a encontrarle en las diversas circunstancias del día y, de modo especial, en ese instante supremo —el tiempo se une con la eternidad— del Santo Sacrificio de la Misa” (Es Cristo que pasa, 94).


Pensando en esa devoción con que comulgaría la que es Madre de Dios y Madre nuestra, nos dirigimos al Señor: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

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