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La puerta angosta

Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. San Lucas presenta de nuevo a Jesús, camino de su muerte, del cumplimiento de su vocación en la ciudad santa. Pero el Señor no se dedica a lamentarse por ese destino aciago, que humanamente le cuesta. Al contrario, aprovecha los recorridos para enseñar. Piensa en los demás. Se da a nosotros cada día. Entrega su doctrina, se dona a sí mismo. Y uno le dijo: —Señor, ¿son pocos los que se salvan? Una pregunta formulada en todas las épocas, para la que ha habido cantidad de respuestas: rigoristas unas, laxas otras. Es el interrogante ecuménico por excelencia: ¿son pocos los que se salvan? Es una pregunta numérica: ¿cuántos se salvan? Lleva de la mano otra: ¿quiénes? Y, con más perspicacia podemos suponer que, de fondo, estaba la siguiente: ¿nosotros ― nuestra raza, nuestra religión― estamos en ese grupo? Él les contestó: —Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y

Fuego he venido a traer a la tierra

Hace poco me contaba un amigo la decepción que había experimentado al retorno de un largo viaje lejos de su país: en muchos meses, después de su regreso, no había podido encontrarse con sus colegas de universidad, ni con los compañeros de infancia, ¡ni siquiera con varios parientes cercanos, coetáneos! Con razón, no los culpaba: el tráfago de la existencia cotidiana impide a muchas personas cultivar amistades con las que se vivió momentos gratos, manifestar el agradecimiento, o simplemente expresar el cariño. Así, mucha gente se mueve en un pequeño círculo, y terminamos en una enfermedad que la filosofía contemporánea ha denominado el «atomismo social», que es una de las causas del «enfriamiento global» de las relaciones interpersonales. Veíamos, en la misma conversación, cómo el cristiano está vacunado contra esa patología, pues por naturaleza debe estar pendiente de los demás, trata de compartir con las personas que quiere lo mejor que posee: el amor de Jesucristo. De hecho, aye

Santiago Apóstol

Celebramos hoy la fiesta del apóstol Santiago, uno de los tres discípulos más cercanos al Señor, probablemente primo de Jesucristo, por lo que en la Sagrada Escritura se le llama “hermano” de Jesús, junto con José, Simón y Judas (Mc 6,3). Los Evangelios presentan a Santiago y Juan como hijos de Zebedeo, un pescador con una posición social un poco holgada. Algunos exégetas sugieren que su madre podría ser María Salomé, una mujer que estuvo muy cerca de Jesús y que probablemente era hermana de la Virgen María. El relato de su vocación sirve como antífona de entrada para la Misa de esta festividad: Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. Ellos, al momento, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron (Mt 4,21-22). En Mateo, estos llamados significan el inicio del ministerio público de Jesús en Galilea, la convocatoria del nuevo pueblo de Dios, que será la I

Quien quiera ser el primero, que sea el servidor

En el capítulo noveno del Evangelio de San Marcos aparece el segundo anuncio de la pasión del Señor. El primero había sido después de la confesión de Pedro, en Cesarea de Filipo. Si la primera parte de ese Evangelio había sido la narración del ministerio de Jesús en Galilea, la segunda parte -en la que ahora estamos- se dedica al ministerio camino de Jerusalén, donde el Señor encontrará la muerte.  Nos encontramos en la recta final del relato de Marcos, y Jesús se dedica de lleno a la última formación de los Apóstoles: Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos.  En este contexto se dan los anuncios de la pasión, para que estén preparados cuando lleguen esos duros momentos: Y les decía: —El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán.   Jesús anuncia que con su muerte se cumplirán las profecías del Antiguo Testamento, como la que presenta el comienzo del libro de la Sabiduría (2,

El grano de trigo

Entramos en la recta final de la cuaresma. En una semana, conmemoraremos el Domingo de Ramos. Por lo tanto, la liturgia nos invita a considerar durante estos días el Evangelio de San Juan, porque el evangelista presenta más una consideración teológica que un simple recuento de las últimas jornadas de Jesús. En el capítulo 12, Juan nos muestra a Jesús que ha subido a Jerusalén para celebrar la que sería su última Pascua en la tierra. Acaba de pasar la entrada triunfal en la ciudad santa y, “ entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos. Así que éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y comenzaron a rogarle: —Señor, queremos ver a Jesús. Vino Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús”. Parece un relato prescindible y, sin embargo, tiene un significado importante: la misión universal de Jesús. Justo cuando las autoridades del pueblo elegido lo rechazarán como su Mesías, unos extranjeros se inter

Remedios para el dolor

La historia del Santo Job es emblemática, pues este hombre es la víctima por antonomasia del sufrimiento y la injusticia. Su historia es difícil, pues incluso pone en tela de juicio la bondad de Dios, que permite el dolor del inocente. Es lo que vemos en la réplica a un amigo, en la que manifiesta la oscuridad de una vida sin esperanza (Jb 7,1-4.6-7): He tenido que afrontar meses inútiles, me asignan noches de dolor; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Cuando anochece me lleno de pesares hasta el amanecer. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. En este soliloquio, Job se queja de que la vida humana es un espacio para sufrir. Parece un servicio militar, el trabajo de un jornalero o incluso la esclavitud. Si todo ser humano tiene asignado un tiempo, el de Job es desdichado. El retrato que nos presenta de su sufrimiento es lamentable. Por eso, es un libro muy contemporáneo: el dolor es una de las constantes humanas de todos los tiempos. Cada g

Perder la vida

Inmediatamente después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo , el Señor les explica en qué consiste su mesianismo (Mt 16,21-27): Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: — ¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso.  Pero él se volvió hacia Pedro y le dijo: — ¡Apártate de mí, Satanás! Eres escándalo para mí, porque no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres. Es un diálogo muy fuerte, pues poco tiempo antes Jesús mismo había hecho roca de su Iglesia a Pedro y ahora le dice Satanás. Se ve por qué podía confiar en ellos: porque se dejaban decir las cosas. No hacía falta andar con miramientos a la hora de corregirlos. El error de Pedro acecha a todos los pastores a lo largo de la historia: el intento de