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Mostrando las entradas con la etiqueta conversión

Cizaña, mostaza y levadura

Después de la parábola del sembrador, Mateo presenta la segunda de sus siete alegorías sobre un tema bastante relacionado con el de la primera: continuamos en el ambiente agrícola, en la faena de siembra. El Reino de los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Más adelante explicará que el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre y que la buena semilla son los hijos del Reino. Sin sentirnos mejores que nadie, debemos experimentar la responsabilidad de saber que, por bautizados, tenemos que esforzarnos para ser menos indignos de ese título: hijos del Reino, buena semilla. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. La cizaña era una semilla que crecía de modo similar al trigo, solo se distinguían cuando las plantas estaban grandes. El problema es que la cizaña perjudicaba la cosecha del trigo, incluso amenazaba con destruirla. En ocasiones sucedía, como en esta parábola, que un enemigo cob

Luz del mundo

Estamos en los comienzos del tiempo ordinario de un nuevo año litúrgico, y comentaremos en estas semanas el Evangelio de Mateo, que se caracteriza por mostrar a Jesús como el Mesías prometido. En el tercer domingo, nos presenta al Maestro que comienza su ministerio en Galilea. Acaban de pasar las tentaciones del desierto, y el evangelista presenta a Jesús en esa zona con un fin específico: mostrar que en Él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. ¿Por qué comienza en Galilea su vida pública? En aquel entonces, aquella región se denominaba “Galilea de los gentiles” o “de los paganos”. Había sido un destino de deportación de inmigrantes que el Imperio enviaba desde diversas zonas. De ahí el nombre. Y quizá por eso exclamará Natanael: ¿de Nazaret puede venir algo bueno? Por eso, explica Benedicto XVI, Mateo afronta la “sorpresa de que el Salvador no viniera de Jerusalén y Judea, sino de una región que ya se consideraba medio pagana”. De este modo, lo que podría considerarse una

Navidad: El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz

Después de casi un mes de Adviento, llegamos hoy a Belén. Esta escena ha despertado siempre en las personas santas sentimientos tiernos y recios a la vez, como se nota en una obra de San Josemaría: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite” (Surco, 62). Hoy nos ponemos contentos en Belén. Quisiéramos también romper en alegría sin límite, la alegría de la conversión, de nacer de nuevo con Él, para comunicarla a muchas almas . Ya en la primera lectura (Is 9, 1-3.5-6) palpamos en qué consiste el Amor divino: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría”. Este canto es un himno de acción de gracias, celebra que el Señor ha liberado al pueblo de la opresión. ¿Y en qué consiste esa luz liberadora? Consiste en que el profet

Adviento, tiempo de conversión

NORMAS UNIVERSALES SOBRE EL AÑO LITÚRGICO Y SOBRE EL CALENDARIO Ya estamos en la segunda semana del tiempo de Adviento. Durante estos días, nos preparamos para celebrar la Navidad en tres sentidos: la primera, hace veinte siglos; la litúrgica, correspondiente a este año (la celebración actualiza los misterios que rememoramos) y la futura, o sea la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por eso decimos de Jesús en el Prefacio de la Misa durante estos días que, “ al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. Por estas razones, enseñan las normas litúrgicas, “el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”. En la segunda lectura del mismo domingo, San Pablo ani

La conversión de Zaqueo

  Como es sabido, el Evangelio de Lucas se puede resumir como el itinerario de Jesús hasta llegar a Jerusalén, donde muere para cumplir la voluntad del Padre, por amor a los hombres.  En el capítulo 19, el evangelista médico presenta a Jesús ya ad portas de la ciudad santa. Después de la curación del ciego, entra el Señor a Jericó, ciudad milenaria, considerada como el gran oasis en la depresión del Jordán, ubicada a unos 23 km al nordeste de Jerusalén.  El evangelista narra con todo detalle que Jesús “entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura”.  Ya hemos visto otras veces, al hablar sobre Mateo, la mala imagen que tenía la profesión de publicano . Estos recaudadores de impuestos no solo eran vistos como traidores a la patria, sino también como pecadores. De hecho, muchos eran injustos en sus cobros… verdader

misericordia y conversión

Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:  —Éste recibe a los pecadores y come con ellos. Lucas nos presenta de nuevo un panorama conflictivo. Los fariseos y los escribas critican a Jesús por su actitud abierta a los pecadores –recordemos que Mateo, publicano de profesión, era discípulo suyo- y porque llegaba al extremo de compartir la mesa con ellos. Este es el contexto en que leemos las tres parábolas sobre la misericordia de Dios que, según Benedicto XVI, “no quiere que se pierda ni siquiera uno de sus hijos y su corazón rebosa de alegría cuando un pecador se convierte”.  Entonces les propuso esta parábola: —¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla?  Jesús recurre al símil del pastor, muy conocido desde el Antiguo Testamento, y que en otras ocasiones se aplicará a sí mismo. Se trata de un

Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero

Al final de la cincuentena pascual, leemos de nuevo el final del Evangelio de Juan (21,15-19): “Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: —Apacienta mis corderos . Volvió a preguntarle por segunda vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: — Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: — Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: — Apacienta mis ovejas”. Los Padres de la Iglesia ven, en este pasaje evangélico, a Jesús que actúa como Buen Pastor. Después de las negaciones de Pedro, el Señor le otorga el primado que le había anunciado: el poder de las llaves. Benedicto XVI comenta en Jesús de Nazaret: “Se confía a Pedro la misma tarea de pastor que pertenece a Jesús