Después de la parábola del sembrador, Mateo
presenta la segunda de sus siete alegorías sobre un tema bastante relacionado
con el de la primera: continuamos en el ambiente agrícola, en la faena de
siembra.
El Reino de
los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Más adelante explicará que el que siembra la
buena semilla es el
Hijo del Hombre y que la buena semilla son los hijos del Reino. Sin sentirnos mejores que nadie, debemos experimentar la responsabilidad de saber que, por bautizados, tenemos que esforzarnos para ser menos indignos de ese título: hijos del Reino, buena semilla.
Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. La cizaña era una semilla que crecía de modo similar al trigo, solo se distinguían cuando las plantas estaban grandes. El problema es que la cizaña perjudicaba la cosecha del trigo, incluso amenazaba con destruirla. En ocasiones sucedía, como en esta parábola, que un enemigo cobrara venganza echando cizaña en los campos de su adversario.
Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. La cizaña era una semilla que crecía de modo similar al trigo, solo se distinguían cuando las plantas estaban grandes. El problema es que la cizaña perjudicaba la cosecha del trigo, incluso amenazaba con destruirla. En ocasiones sucedía, como en esta parábola, que un enemigo cobrara venganza echando cizaña en los campos de su adversario.
En esta parábola el Señor hace una alusión
breve a la causa del crecimiento de la cizaña: mientras dormían los hombres. “Mala cosa, ese sueño”, comentaba San
Josemaría. San Cromacio de Aquileya desenmascara la causa: “los que duermen por culpa de la negligencia son vencidos por su
infidelidad”. El sueño de los obreros se debe a la pereza. Pero es difícil
tener la sinceridad para llamarla por su nombre. Y nos inventamos disculpas para
disimularla: otro lo hará, tampoco hay que exagerar, conviene delegar, incluso
podemos decir que hay que tener fe y evitar el activismo.
Comencemos nuestra oración pidiendo al Señor
-que no seamos siervos haraganes y comodones en nuestra
labor a su servicio sembrando la semilla del Evangelio en su terreno: el campo es el mundo. San Josemaría
sugiere maneras de ser fieles a la misión: No dormir, vigilar, estar alertas:
rezando, cumpliendo nuestras obligaciones, haciendo apostolado, perseverando en
el trabajo diario, aunque parezca monótono (Cf. Es Cristo que pasa, n. 123).
Cuando brotó
la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del
amo de la casa fueron a decirle: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» Él les dijo: «Algún enemigo lo habrá hecho».
Dios tiene
sus enemigos, también el hombre. Más adelante Jesús dirá que ese enemigo es el
demonio. Y le llama enemigo porque es una criatura que solo desea apartarnos
del Señor, cambiarnos el oro de la gracia por las baratijas del egoísmo. Y se
sirve para esa triste misión de un ejército de pobrecitos a los que el Señor
llama también "los hijos del Maligno",
representados en la parábola por la misma cizaña.
Lo llamativo de la parábola es la estrategia
del Señor: Le respondieron los siervos:
«¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les respondió: «No, no vaya a ser
que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que
crezcan juntos hasta la siega». Probablemente nosotros habríamos actuado
como los siervos: de modo intempestivo, procurando arrancar el mal de cuajo
para desagraviar el daño causado por nuestra pereza.
Pero la principal enseñanza de esta parábola
es la paciencia del Señor. Como
explica el libro de la Sabiduría (1ª. Lectura, 12,13.16-19), el Señor juzga con
benignidad, y nos gobierna con gran indulgencia. Llena a sus hijos de buena
esperanza, pues, después de pecar, da ocasión para el arrepentimiento. Una vez
más, Jesús nos invita a la conversión, anuncia la misericordia del Padre. Por eso, San Agustín exhorta: "quien es trigo, persevere hasta la siega; los que son cizaña, háganse trigo".
Al permitir que crezcan juntos el trigo y la
cizaña, el Señor nos enseña a obrar con paciencia, sin precipitaciones, a tener
fe. Se trata de obrar con diligencia, pero sabiendo que el sembrador es Cristo,
que es Él quien pone el incremento y garantiza el fruto, que llegará en el
tiempo oportuno.
Pero tener presente que el Señor quiere
contar con nuestro esfuerzo para ahogar la cizaña o, al menos, para disminuir
sus efectos en el campo del mundo actual. Es el sentido del punto 755 de Camino,
que dice: “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen
muchas cosas grandes”.
Saber que estamos en mitad de la faena, que
los sembradores del mal no se toman vacaciones, no debe desanimarnos. Al
contrario, ha de impulsarnos a trabajar más intensamente para esparcir la
semilla del Evangelio en el ambiente en el que nos movemos: con nuestra
familia, entre los compañeros de estudio y de trabajo.
Nos puede animar en ese trabajo de siembra las
siguientes parábolas: El Reino de los
Cielos es como un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; es,
sin duda, la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la
mayor de las hortalizas, y llega a hacerse como un árbol, hasta el punto de que
los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas.
Ese pequeño grano de mostaza, del tamaño de
la cabeza de un alfiler, nos invita a no juzgar con visión humana. Nos
encontramos con otra parábola de la esperanza: El Señor nos pide que confiemos
en la vitalidad divina, que incrementa cualquier expectativa de fruto: Él es el
dueño de la mies y nos dará cuanto quiera, cuando quiera.
Una parábola más: El Reino de los Cielos es como la levadura que tomó una mujer y la
mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo. No puedo
dejar de citar una meditación de San Josemaría comentando esta enseñanza: “Cristo
Señor Nuestro ha puesto siempre una levadura de pocos; y eso queriendo que se
salve no una minoría, sino todos los hombres. Mira la levadura de Belén... Mira
la levadura del Tabor -tú me sigues con la imaginación y la memoria- y de
Nazaret y del Cenáculo. ¡Mira la levadura del Calvario! ¿Y después? Después
llega la Pentecostés, el don de lenguas, las conversiones en masa”.
A veces queremos Pentecostés sin Viernes
Santo, gozarnos las mieles del triunfo en batallas que no hemos luchado. O pretendemos ganar un oro olímpico
entrenando una semana. Queremos pan sin levadura... Y quizá sin harina.
Buscamos ganar rápido, sin esfuerzo ni sacrificio.
En esta parábola el Señor explica, con toda
claridad, la clave del apostolado
cristiano. Podemos concluir acudiendo, como siempre a la Virgen Santísima, para
que ella nos alcance del Señor las peticiones que hacía el santo predicador de la
meditación que citamos antes: "Hemos de convencernos de que para ser
levadura se necesita ser santos. Hay que pedir perdón a nuestro Señor por
nuestra vida mala, y pedirle ayuda seriamente, con propósitos concretos,
claros, para disponernos con humildad de corazón a ser la levadura que el Señor
quiere".
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