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El pesebre como altar

El segundo capítulo del evangelio de san Lucas comienza con una noticia que rompió la tranquilidad del hogar de María y José en Nazaret: «Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad» (Lc 2, 1-2). No era el mejor momento para organizar un viaje, justo cuando María estaba a punto de dar a luz. Sin embargo, desde el primer momento, tanto ella como su esposo habían experimentado que la grandeza de su vocación llevaba aneja la Cruz y emprendieron el camino, probablemente “bordeando el río Jordán, que era el que seguía la mayor parte de los galileos que se desplazaban a la Ciudad Santa. Eran unos ciento cincuenta kilómetros que, habitualmente, se hacían andando o en asno” (Quemada, Huellas de Jesús). También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Ga

María y la visitación

En los últimos días del Adviento, la liturgia nos ayuda a prepararnos para el nacimiento de Jesús. El 20 de diciembre se recuerda la Anunciación a María y el 21 la visitación a su prima Isabel.  San Lucas lo narra:  En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá.  Durante la Anunciación, el ángel Gabriel le había comentado a María, como de pasada, que su prima Isabel tenía ya seis meses de embarazo, “ porque para Dios nada hay imposible”. Vemos la delicadeza de Dios, que no ordena, solo sugiere. Pero también la calidad humana de la Virgen, tan unida a la voluntad del Señor, que captó inmediatamente la necesidad de la pariente anciana, “advierte que Dios, de una forma delicada, le insinúa la visita a Isabel” (Bastero), y se puso en camino de prisa hacia la montaña. San Josemaría, contemplando las enseñanzas de este segundo misterio gozoso del Rosario, comentaba que le llevaba “a considerar la humildad de mi

María y la Anunciación

En los últimos días del Adviento la liturgia presenta unas ferias privilegiadas, que ayudan a preparar la inminente celebración de la Navidad. El 20 de diciembre nos invita a meditar en la Anunciación a María, que narra el médico evangelista, san Lucas, al inicio de su Evangelio (1, 26-38): En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios… El primer personaje en escena es el Arcángel Gabriel, un mensajero de primera categoría. Su nombre significa “Fuerza de Dios”, y había aparecido dos veces antes en la historia: primero, en la profecía de Daniel, anunciándole la futura venida del Mesías; más adelante, en el inicio del Nuevo Testamento, cuando le comunicó al sacerdote Zacarías que sería padre de Juan Bautista, el Precursor del Verbo Encarnado. Por este motivo es el patrono de los comunicadores, porque estuvo relacionado con el anuncio de la noticia más importante de la historia, que vamos a considerar en esta meditación. En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por

El juicio particular

Continuamos considerando las verdades eternas, de acuerdo con la invitación que la Iglesia nos hace en el mes de noviembre. Ya hemos meditado la ineluctable realidad de la muerte, con ocasión de la conmemoración de todos los fieles difuntos el segundo día del mes. Más adelante consideramos la esperanza del cielo, partiendo del diálogo de Jesús con los saduceos acerca de la resurrección de los muertos, cuando el Maestro aclaró que el Señor "no es Dios de muertos, sino de vivos". Una semana más tarde, la liturgia nos presenta el evento que vendrá al final de los tiempos, el juicio final. Es una realidad tan importante, que todos los domingos la reafirmamos en el credo al proclamar de pies que Jesucristo vendrá al final de los tiempos "para juzgar a vivos y muertos". Benedicto XVI glosa esta costumbre en su encíclica sobre la esperanza: “Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como crite

¡Auméntanos la fe!

Desde el primer momento, la presentación del mensaje cristiano lleva implícita la invitación a creer: Conviértanse y crean… (Mc 1, 15). Los apóstoles tuvieron esa experiencia y por eso siguieron a Jesús, dejándolo todo de inmediato tras escuchar su llamada. Pero ese acto de abandono era solo el comienzo, no bastaba con la inercia, dejar que pasaran los años. Entre otras cosas, porque la vida cristiana —y en general, toda la existencia humana— implica lucha para renovar con frecuencia la decisión inicial. También los discípulos experimentaron esa dificultad, a medida que el Señor iba explicitando las exigencias de su vocación y les anunciaba que Él mismo se encaminaba a morir en la Cruz. Eso explica una petición, en apariencia simple, que transmite el Evangelio de Lucas (17, 5-10): Los apóstoles le dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. Es bonito ver la sencillez con la cual reconocen que les falta esa virtud tan importante (a la cual santo Tomás definiría como “el fundamento

El buen samaritano

San Lucas presenta una ampliación de las enseñanzas de Jesús, camino de Jerusalén. La primera de ellas se da con ocasión de un diálogo del Maestro con un doctor de la Ley, un Legista. Pregunta de modo amable, aunque el evangelista dice que “para ponerlo a prueba”: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Como el joven rico, pregunta por la felicidad perenne, que es un ansia natural del corazón humano. La respuesta que nos da la cultura dominante sería que la clave para ser feliz es tener dinero, poder y placeres. A cada persona le gustará uno en especial, o dos… ¡o los tres! La sabiduría divina ofrece otra alternativa muy distinta: la clave de la felicidad está en cumplir las enseñanzas de la alianza del Señor con su pueblo, que ha sido acogida casi que universalmente: amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”. Él respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda