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Mostrando las entradas con la etiqueta vocación

2 de octubre: la vocación de San Josemaría

 Celebramos hoy el aniversario de la Fundación del Opus Dei. Hace 82 años, un joven sacerdote estaba haciendo su retiro espiritual en una residencia sacerdotal de Madrid. Había llevado, entre los elementos para meditar, una serie de papeles que había ido escribiendo durante los últimos años, en los que apuntaba las luces que el Señor le iba dando en su oración y también sus respuestas: eran una exteriorización de su diálogo con Dios. La historia de su llamada al sacerdocio se remonta varios años atrás: “ Tenía yo catorce o quince años cuando comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor”, recordaría hacia el final de su vida.  En otra ocasión predicaba: “ El Señor me fue preparando a pesar mío, con cosas aparentemente inocentes, de las que se valía para meter en mi alma esa inquietud divina . Por eso he entendido muy bien aquel amor tan humano y tan divino de Teresa del Niño Jesús, que se conmueve cuando por las páginas de un li

Vocación. Exigencias a los discípulos

Después de la escena del banquete en la que el Señor exhorta a ocupar los últimos lugares, San Lucas (Lc 14,25-33) nos presenta de nuevo a Jesús rodeado de una multitud: “Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo: —Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Suena muy dura esta exigencia del Señor, que es el mismo que nos manda el cuarto mandamiento. Se trata de una característica de la lengua semítica, que contrapone amor y odio, pero no como los entendemos nosotros: amar y odiar significan preferir y, sobre todo, elegir. En Malaquías (1,2-3) se lee que el Señor “amó a Jacob y odió a Esaú”. En el caso de la predicación de Jesús, explica Gnilka, la dura palabra (“aborrecer” u “odiar”) no significa desligarse de sus padres, sino subordinarlos, posponerlos. En caso de que hubiera conflicto, y solo en ese caso, el que ha sido llamado tiene que prefer

vocación

En los primeros capítulos del Evangelio de Lucas vemos el inicio de la labor apostólica del Señor. Regresa a su Nazaret, el pueblo donde creció, y predica en la sinagoga: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” . Jesús se apropia la promesa del profeta, dice que él mismo es el Mesías prometido. Inmediatamente después vemos la reacción de los presentes, muy positiva al comienzo: “Todos daban testimonio en favor de él y se maravillaban de las palabras de gracia que procedían de su boca”. Sin embargo, en algunos surge la duda, “y decían: —¿No es éste el hijo de José?” ¿Cómo puede ser posible –pensarían- que aquél que conocimos pequeño, que durante su infancia no hizo nada raro, resulte ser ahora el Hijo de David? Les pasaba lo que cuenta una historia popular, de un campesino que había donado un cerezo de su propiedad para que hicieran con esa madera la imagen de un santo. Pasados los años, le preguntaron por qué le tenía tan poca devoción a ese intercesor, que tenía tan

Vocación y apostolado

Y llamó a los doce.  Las lecturas de estas semanas son muy apropiadas para el inicio de un nuevo semestre: en el domingo XIV considerábamos el tema de la vocación. En el domingo XV veremos que esa llamada es apostólica, comporta una misión. Como en el Antiguo Testamento, a Amós (7,12-15) y a tantos profetas, que pueden decir : “Yo no era profeta ni hijo de profeta, sino que me dedicaba a cuidar el ganado y cultivar higueras. Pero el Señor me tomó y me ordenó que dejara el rebaño diciéndome: "Vete y profetiza a mi pueblo Israel "”.  Igual en el Nuevo Testamento, el Señor nos toma y nos ordena. Lo vemos en el canto de alabanza con el que Pablo (Ef 1,3-14) bendice al Señor por sus beneficios, en primer lugar por la elección eterna: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos, ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presenc

Fe, santidad, vocación

En la primera lectura del XIV Domingo, Dios llama a Ezequiel (2, 2-5) como un mensajero para que sea mediador entre Él y su pueblo: “ Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a ese pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí lo mismo que sus antepasados hasta el día de hoy. (...) Y sabrán que en medio de ellos hay un profeta " . Esa es la misión del profeta: hablar al pueblo de parte del Señor. Comenzamos el año sacerdotal y es una buena ocasión para pensar en el tema de la vocación. ¡Tenemos tantos ejemplos de personas que han sido llamadas y que han respondido generosamente! La página web de la Santa Sede pone algunos ejemplos de sacerdotes santos: el Santo cura de Ars, San Josemaría Escrivá, San Luis Alberto Hurtado, y los Beatos Ciriaco Elía, Charles de Foucauld, Bronisá Markiewicz, y Edoardo Poppe. Vocación, llamada divina: Hijo de hombre, yo te envío. Decía Juan Pablo II, recordando su propia vida: “¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoc

Vocación de Mateo

La profesión de publicano significa, entre los romanos, un arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado. Como explican Leske y Tassin, también permitía el cobro de derechos de pesca y cánones portuarios a las mercancías en tránsito. Además de que se consideraba una ocupación colaboracionista con las fuerzas opresoras, los publicanos tenían pocos controles en cuanto a sus métodos y ganancias. Por eso, los judíos los detestaban y los consideraban impuros y pecadores, tanto como los ladrones o los asesinos. Inclusive se decía que no podían pertenecer al reino mesiánico. Desde luego, un “justo” no podía sentarse a la mesa con ellos sin contaminarse, pues comer juntos era una muestra de amistad y de comunión entre personas. Podemos imaginarnos a un publicano en concreto, de nombre Leví, lo cual significa que pertenecía a la tribu sacerdotal judía. A pesar de su ascendencia social religiosa, sentiría en su corazón ese rechazo injusto. Probablemente ejercía esa pr

28-XII. Santos inocentes. Vocación

La Iglesia celebra el 28 de diciembre la fiesta de los Santos Inocentes. Más allá de las inocentadas, esta celebración nos puede ayudar a considerar que hemos de reconocernos pecadores y luchar contra el pecado. Parecernos al verdadero inocente, Jesucristo. Y acudir a los medios de santificación que nos lo facilitan: los sacramentos, la dirección espiritual. En la primera lectura, San Juan ( 1 Juan 1, 5-10; 2, 1-2 ) aclara que la sangre de Cristo nos purifica de todo pecado. "Queridos hermanos: Este es el mensaje que le hemos oído a Jesucristo y les anunciamos: Dios es luz y no hay en él oscuridad alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y andamos en oscuridad, mentimos y no practicamos la verdad. (...) Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no habita en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda maldad. (...) Hijos míos, les escribo estas cosas para

Vocación de María: valentía de osar con Dios

La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María está llena de consideraciones para nuestra vida: ya hemos meditado sobre el pecado y la libertad, al leer el Protoevangelio del Génesis. El Evangelio del día nos hace ver una escena que para el Papa Benedicto XVI “es una de las páginas más hermosas de la sagrada Escritura ”. Con esa presentación la veremos, seguramente, con ojos más atentos: “ En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. Y entró donde ella estaba y le dijo: —Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”.  El Papa comenta que el saludo del ángel: “está entretejido con hilos del Antiguo Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hace comprender que (…) en la humildad de la casa de Nazaret vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido resplandece nue