Las lecturas del domingo XIII del ciclo C giran alrededor de la vocación. En la primera lectura se recuerda la vocación de Eliseo, llamado por Elías para seguirle en el camino profético (1R 19, 16-21). Su respuesta es inmediata, como la decisión de Jesús de cumplir la voluntad del Padre al encaminarse hacia su muerte en Jerusalén, a pesar de la oposición tanto de los samaritanos como de los discípulos (Lc 9, 51-56). Por eso el salmo elegido para este domingo es el 16, que afirma: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”. Al final del capítulo noveno (vv. 57-62), san Lucas presenta las disposiciones que comporta el seguimiento de Jesús: ser consciente de que “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (v. 58), y que puede conllevar exigencias radicales como no enterrar al padre (“Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”, v. 60) o no despedirse de
Después de las bienaventuranzas y el sermón sobre el amor a los enemigos y la misericordia, a imitación del Padre, la predicación de Jesús cambia de estilo en el evangelio de Lucas: pasa a ser más narrativo, gracias a que recurre a pequeñas parábolas. Este discurso del llano en san Lucas, que es paralelo al sermón del monte narrado por san Mateo, es como la carta de presentación de Jesús, un resumen de su enseñanza sobre cómo debe ser la actuación de sus discípulos. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6, 39). Esta es una parábola de Perogrullo, de sentido común, muy utilizada por los predicadores en el mundo grecorromano en tiempos de Jesús. Desde luego, si el guía está ciego, los dos irán al abismo. Parece referirse a los falsos maestros, en el sentido de que la persona ciega no debe pretender guiar a los otros. Jesús no quería que sus discípulos fueran como los fariseos. Desde el principio, se preocupó de la enseñanza a sus discípulo