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26 de junio. San Josemaría

Oh Dios, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención. Así reza la oración colecta de la Misa en honor de San Josemaría. Le damos gracias a Dios por haber suscitado ese sacerdote santo, ejemplo para los tiempos actuales. Y también agradecemos a San Josemaría su respuesta generosa y ejemplar a la Voluntad de Dios. Recordamos que fue elegido para proclamar la vocación universal a la santidad. ¡Cuántas personas ignoran todavía este mensaje! Muchos millones no han oído hablar de Cristo. Otras, incluso católicas, lo hemos conocido desde pequeños pero quizá ponemos la meta en la salvación: no ir al infierno, estar en gracia. Pero lo que el Señor espera es que seamos perfectos, santos. Y no unos cuantos, sino todos. Si esta

Santidad, camino de felicidad

En el Antiguo Testamento se presentan muchos personajes que son figuras, ejemplos, de la relación personal con el Señor. Por ejemplo, Elías. Es un profeta al que Dios le habla y le pide misiones concretas. En el libro de los Reyes aparece una corrección que debe hacerle al rey Ajab: “ has hecho pecar a Israel ”. El corregido reacciona con dolor y pide perdón de sus pecados. El Señor le comenta entonces a Elías: "¿Has visto cómo Ajab se ha humillado ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva, sino que castigaré a su familia en tiempos de su hijo".  El Salmo 50 recuerda una escena similar: la del pecado del rey David, que al ser corregido por el profeta Natán reacciona componiendo ese himno clásico de petición de perdón, el “Miserere”: “ Dios mío, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi maldad, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo qu

Doce Apóstoles, columnas de la Iglesia

Explica I. de la Potterie (María nel mistero dell’Alleanza) que «la idea fundamental de toda la Biblia es que Dios quiere establecer una Alianza con los hombres (…) Según la fórmula clásica, Dios dice a Israel: “Vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios”. Esta fórmula expresa la pertenencia recíproca del pueblo a Dios y de Dios a su pueblo».   Las lecturas del ciclo A para el XI Domingo formulan esa misma idea: En primer lugar, en el Éxodo (19, 2-6a) se presentan las palabras del Señor a Moisés: «si me obedecéis fielmente y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos , porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa». Y el Salmo 99 responde: « El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo . Reconozcamos que el Señor es Dios, que él fue quién nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño».  El Evangelio de Mateo (9, 36-38; 10, 1-8) complementa ese cuadro del Antiguo Testamento, con l

Vocación de Mateo

La profesión de publicano significa, entre los romanos, un arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado. Como explican Leske y Tassin, también permitía el cobro de derechos de pesca y cánones portuarios a las mercancías en tránsito. Además de que se consideraba una ocupación colaboracionista con las fuerzas opresoras, los publicanos tenían pocos controles en cuanto a sus métodos y ganancias. Por eso, los judíos los detestaban y los consideraban impuros y pecadores, tanto como los ladrones o los asesinos. Inclusive se decía que no podían pertenecer al reino mesiánico. Desde luego, un “justo” no podía sentarse a la mesa con ellos sin contaminarse, pues comer juntos era una muestra de amistad y de comunión entre personas. Podemos imaginarnos a un publicano en concreto, de nombre Leví, lo cual significa que pertenecía a la tribu sacerdotal judía. A pesar de su ascendencia social religiosa, sentiría en su corazón ese rechazo injusto. Probablemente ejercía esa pr

Sagrado Corazón de Jesús

Casi una semana después de celebrar la fiesta del Corpus Christi, conmemoramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta celebración se remonta al siglo XVII, cuando Santa Margarita María de Alacoque recibió la vocación de extender por el mundo la devoción al Corazón de Jesús. Como dice la Antífona de entrada, los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Salmo 32). La Liturgia nos invita a considerar dos temas: el amor que Dios nos tiene y el compromiso de transmitir ese amor a los demás. La oración colecta pide: “Dios todopoderoso, al celebrar hoy la solemnidad del Corazón de Jesús recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros ; concédenos alcanzar de esa fuente divina la abundancia inagotable de tu gracia”. Recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros: En el libro del Deuteronomio (7,6-11), Moisés le aclara al pueblo que el Señor no lo ha elegido

Corpus Christi

La solemnidad que conmemora la presencia de Jesús en el sacramento del altar se remonta al siglo XIII, a impulsos de Santa Juliana y del milagro de Bolsena. La primera tuvo una visión de la Iglesia como si fuera una luna llena, pero con una mancha negra: la falta de esta celebración. El segundo es muy conocido: un sacerdote que tenía dudas sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía vio, en el momento de la consagración, que de la Hostia Santa manaba sangre.  Todavía hoy se conserva como reliquia el corporal manchado en la catedral de Orvieto, donde vivía el Papa Urbano IV quien, además, conocía de antes a Santa Juliana. Este papa extendió la fiesta a toda la iglesia y encargó el oficio a Santo Tomás de Aquino (que compuso entonces el Pange lingua y el Lauda Sion, entre otros). Esta fiesta n os habla  del “Gran Solitario”, como llamaba San Josemaría a Jesús en el Sagrario. En la oración colecta de la Misa se pide: “Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramen

Fe: “Señor, ayuda mi incredulidad”

En la base del cuadro de Rafael sobre la Transfiguración del Señor, aparece la escena que los evangelios sinópticos reseñan inmediatamente después: la curación del niño lunático. (Mt 17,14-20; Mc 9,14-29; Lc 9,37-40 Se trata de un muchacho poseído por un espíritu desde varios años atrás: le dan ataques, cae en el fuego o en el agua "muchas veces". Su padre lo lleva a los discípulos para que lo curen. ¡Es un drama!, toda la vida con la amenaza de la enfermedad. Pero los apóstoles tampoco fueron capaces de expulsar ese demonio. El Señor quiere enseñar la importancia de la fe y por eso muestra su desaprobación con lo que ha pasado: —¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo. Jesús conserva la calma, a pesar de que –en su presencia- sucede una nueva convulsión: En cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo retorcerse al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espumarajos. Nos enseña a estar tr