Uno de los primeros experimentos escolares, que casi todos recordamos, es de biología: la germinación de una semilla. Para la curiosidad del niño es impresionante ese milagro de la vida: ver cómo se producen nuevas plantas a partir de un simple grano. En algún momento del progreso de la humanidad, el ser humano experimentó la misma sensación y dejó de ser nómada al dedicarse a las labores agrícolas. En el Oriente medio siempre ha sido muy difícil esa labor, por tratarse de una zona desértica y, en algunas partes, pedregosa. Las personas de esas regiones son conscientes del esfuerzo que supone y, por eso, varios de los primeros ritos de las religiones primitivas tienen relación natural con la siembra y la cosecha. La revelación judía asumió algunos de esos rituales y los elevó en su liturgia. Por ejemplo, el «libro del consuelo» de Isaías (55,10-11), compara la Palabra de Dios con la parábola de una semilla que germina gracias a la lluvia que envía el Señor: Como bajan la
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