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Mostrando las entradas con la etiqueta jesucristo

tentaciones de Jesús

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en estos días, y al final sintió hambre. El primer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a considerar las tentaciones de Jesús. El Catecismo (n. 538) lo resume de esta manera: “Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1,12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4,13). Jesús es el nuevo Israel: como el pueblo elegido, pade

Amigos de Jesús y de su Palabra

1. Comenzamos un nuevo año litúrgico, al menos en estas páginas. Las lecturas del tercer domingo del año nos presentan, en primer lugar (Ne 8, 2-4a.5-6.8-1) al pueblo hebreo que retorna de la diáspora y se reúne para escuchar al sacerdote Esdras, que trae la Ley ante toda la asamblea y la lee desde el amanecer hasta el medio día. Todo el pueblo responde: Amén. Amén. Leían el libro de la Ley con claridad, explicando el sentido. El pueblo escucha la lectura de pie, llora y se estremece al conocer la Palabra de Dios. Podemos preguntarnos con cuáles disposiciones escuchamos nosotros la lectura de la Palabra en la Misa y qué efectos produce en nuestras vidas. Como decía Benedicto XVI en la clausura del Sínodo sobre la Palabra, “Escritura y liturgia convergen en el único fin de llevar al pueblo dialogar con el Señor y a obedecer su voluntad. La Palabra que sale de la boca de Dios y que testimonian las Escrituras regresa a él en forma de respuesta orante, de respuesta vivida, de respuest

Cristo Rey

Hoy llegamos al final del año litúrgico. Concluimos un período, marcados como estamos por el paso cíclico del tiempo en nuestra vida. Es momento de examen, de balance: ¿qué tanto hemos aprovechado las gracias que nos diste, Señor, durante estos meses? En nuestra oración, podemos pensar dónde estábamos en noviembre del año pasado; dónde celebramos la fiesta de Cristo Rey en aquella época. Y pensar, en un primer análisis, en el año transcurrido: la Navidad, la Cuaresma, la Semana Santa, el período laboral, las vacaciones de mitad de año, el segundo semestre… hasta llegar a hoy. Seguramente, en ese breve recorrido litúrgico que hemos hecho, se nos han venido a la mente momentos especiales: un medio de formación que nos sirvió bastante, un descanso que nos llegó en el mejor momento, algunas amistades que nos impactaron de modo positivo… Pero también veremos algunas manchas en nuestra actuación: faltas de generosidad, propósitos incumplidos, detalles que no quisiéramos haber tenido. Su

Identificación con Cristo

Se cumple hoy el 81º aniversario de la fundación del Opus Dei. Día de acción de gracias. A Dios, por haber querido la Obra; a San Josemaría, por haber sido instrumento fidelísimo en las manos de Dios. Damos gracias a Dios por la belleza de la Obra, por su juventud madura: por los países nuevos a los que se ha llegado en este año, por los fieles que han coronado su carrera terrena y gozan de Dios en el Cielo, por las vocaciones que han llegado, por la expansión, por la formación, por la fidelidad de todos. Por los frutos que ha tenido el año paulino en la Obra, por el año sacerdotal. Y pensaba que ese puede ser nuestro tema de diálogo hoy con el Señor: qué nos dice un nuevo aniversario del Opus Dei en medio del año sacerdotal. Habremos oído –y escucharemos muchas veces, sobre todo este año- aquellas palabras de San Josemaría sobre el alma sacerdotal: “Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que

La vid y los sarmientos

1. Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de San Juan nos muestran la intimidad de la última cena, el testamento de Jesús a sus discípulos. En ese discurso de despedida hay tres partes: la primera, en la que habla sobre su inminente partida y promete regresar; la segunda, dedicada a comentar la relación de Cristo con su Iglesia y, por último, la oración sacerdotal de Jesús. El Evangelio de la quinta semana de Pascua corresponde al inicio del capítulo 15 (1-8). Es decir, está en pleno corazón de la cena. Se refiere a la unión de Cristo con los suyos, semejante a la vid y los sarmientos: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado.  San Josemaría describía esta escena desde su experiencia del campo aragonés: “Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abar

Las llagas del Resucitado

Mirad mis llagas… "Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo" (Lc 24, 39). Juan Pablo II ponía en relación ese pasaje del Evangelio con otras palabras de San Juan en la primera Carta: "Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y nuestras manos palparon... os lo anunciamos" (Jn 1, 1-3). A San Josemaría le gustaba decir que esas llagas eran como el documento de identidad del Señor. La experiencia venía de lejos, pues el 6 de abril de 1938 escribía: “Esta mañana, camino de las Huelgas, a donde fui para hacer mi oración, he descubierto un Mediterráneo: la Llaga Santísima de la mano derecha de mi Señor. Y allí me tienes: todo el día entre besos y adoraciones. ¡Verdaderamente que es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! Pídele tú que Él me dé el verdadero Amor suyo: así quedarán bien purificadas todas mis otras afecciones. No vale decir: ¡corazón, en la

Fe en la Resurrección

Para algunos canales de televisión, la Semana Santa es ocasión de exhibir todos los refritos religiosos, que tienen bastante acogida. Por eso, los días santos suele haber sobre-exposición de cuanto interrogante hay en nuestro ambiente actual: el canon de los evangelios, los evangelios apócrifos, María Magdalena, religiones comparadas, celibato sacerdotal, etc. Recuerdo que un amigo sintió removidos los cimientos de su fe con algunos datos “reveladores” sobre tradiciones religiosas del Oriente Medio, parecidas a la judeo-cristiana. El alma le volvió al cuerpo cuando le dije que yo sabía de esas teorías, que las había estudiado y que formaban parte de nuestro acervo cultural. Por su gesto, parecía que pensara: ¡al menos no es ninguna sorpresa para la Iglesia Católica! Quizá por eso, Benedicto XVI insistía en sus homilías y discursos pascuales sobre la naturaleza histórica de la Resurrección. Así, por ejemplo, explicaba en un mensaje Urbi et Orbi que una de las preguntas que más

Navidad: Luz y Salvación

El himno de las vísperas acoge la Navidad cantando: “Oh Cristo Redentor del mundo, Unigénito del Padre, nacido de modo inefable, antes de todos los siglos. T ú que eres la Luz y el Resplandor del Padre , nuestra continua esperanza, acoge las súplicas que elevan tus fieles desde todos los rincones de la tierra. Recuerda, Señor, Autor de la salvación que al nacer, en otro tiempo de la Virgen Inmaculada, quisiste asumir un cuerpo como el nuestro. Sólo en Ti, Señor, venido de la sede del Padre encuentra el mundo su salvación: lo atestigua esta fiesta de hoy cuya celebración se repite cada año”. Se cumple otro oráculo de Isaías (9, 1-3. 5-6), el que profetizaba el nacimiento del Príncipe de la paz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría. Se alegran en tu presencia con la alegría de la siega (…). Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado .

La parábola del sembrador

El Evangelio de Mateo presenta la predicación de Jesús en cinco grandes discursos. El tercero de ellos es llamado Discurso de las Parábolas, pues presenta siete en total, acerca del Reino de los Cielos. Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas.   La jornada debía de ser agradable. La barca –probablemente la de Pedro, como en otra ocasión- sirve como púlpito y la playa como auditorio. La primera parábola es la del sembrador , que para los labriegos de aquel paraje debería de sonar muy familiar: —Salió el sembrador a sembrar…   Más adelante explicará el sentido alegórico: la semilla es el mensaje del reino, la buena noticia del Evangelio, la doctrina, la palabra. La tierra son los oyentes. Hay cuatro escenarios: el primero, cayó junto al camino y vinieron los pájaros

Sagrado Corazón de Jesús

Casi una semana después de celebrar la fiesta del Corpus Christi, conmemoramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta celebración se remonta al siglo XVII, cuando Santa Margarita María de Alacoque recibió la vocación de extender por el mundo la devoción al Corazón de Jesús. Como dice la Antífona de entrada, los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Salmo 32). La Liturgia nos invita a considerar dos temas: el amor que Dios nos tiene y el compromiso de transmitir ese amor a los demás. La oración colecta pide: “Dios todopoderoso, al celebrar hoy la solemnidad del Corazón de Jesús recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros ; concédenos alcanzar de esa fuente divina la abundancia inagotable de tu gracia”. Recordamos el inmenso amor de tu Hijo para con nosotros: En el libro del Deuteronomio (7,6-11), Moisés le aclara al pueblo que el Señor no lo ha elegido