En el Nuevo Testamento, el Apóstol Santiago (1,17-27) da ejemplo de preocupación por su grey: Pongan en práctica la Palabra. “Hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de lo alto, del Creador de la luz, en quien no hay ni cambios ni períodos de sombra. Por su propia voluntad nos engendró, por medio del Evangelio, para que fuéramos como la primicia de sus criaturas. Acepten dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa Palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y en guardarse de este mundo corrompido”.
Orígenes profundiza en el sentido del amor a Cristo que significa preocuparse por el bienestar espiritual de nuestros hermanos: "Cuando preparamos nuestro corazón con las diversas virtudes para acogerle a él o a los suyos, ya lo estamos recibiendo a Él mismo como peregrino en la casa de nuestro corazón. (...) Cuando visitamos a alguno de nuestros hermanos débiles, y con nuestras reflexiones, reprensiones, consuelos o con la plegaria o bien con una obra buena lo hemos inducido a mejorar en Cristo, hemos visitado al mismo Cristo y lo hemos reconfortado en su enfermedad".
Y Jesús no se para en contemplaciones a la hora de hablar con claridad a los fariseos, para hacerles ver la hipocresía en que andan metidos (Marcos (7, 1-23): Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones humanas. “En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos y algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavárselas. Así que los fariseos y los letrados le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de los antepasados?" Jesús les contestó: "Qué bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios y siguen las tradiciones de los hombres".
El Papa Benedicto XVI, comenta –en un encuentro con Obispos- la segunda Epístola a los Corintios (2 Co 13, 11: Hermanos, alegraos; sed perfectos; exhortaos mutuamente; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros): «Exortamini invicem». La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo ni ve bien sus faltas. Y por eso es un acto de amor útil para constituir el complemento el uno del otro, para ayudarnos a vernos mejor, a corregirnos. Pienso que una de las funciones de la colegialidad es precisamente la de ayudarnos, también en el sentido del imperativo precedente, la de conocer las lagunas que nosotros mismos no queremos ver - «Ab occultis meis munda me» dice el Salmo - de ayudarnos para que nos abramos y podamos ver estas cosas.
Naturalmente, esta gran obra de misericordia de ayudarnos los unos a los otros para que cada uno pueda realmente encontrar la propia integridad, la propia funcionalidad como instrumento de Dios, exige mucha humildad y amor. Sólo se conseguirá si viene de un corazón humilde que no se pone por encima del otro, no se considera mejor del otro, sino sólo instrumento para ayudarse recíprocamente. Sólo si se siente esta profunda y verdadera humildad, si se siente que estas palabras vienen del amor común, del afecto colegial en el cual queremos servir juntos a Dios, podremos, en este sentido, ayudarnos con un gran acto de amor. También aquí el texto griego añade algunos matices, la palabra griega es «Paracaleisthe»; es la misma raíz de la cual también viene la palabra «Paracletos, paraclesi», consolar. No sólo corregir, sino también consolar, compartir los sufrimientos del otro, ayudarlo en las dificultades. Y también esto me parece un gran acto de verdadero afecto colegial. En las tantas situaciones difíciles que nacen hoy en nuestra pastoral, alguno se encuentra realmente un poco desesperado, no ve cómo puede ir adelante. En aquel momento tiene necesidad de consuelo, tiene necesidad de que alguien esté con él en su soledad interior y cumpla la obra del Espíritu Santo, del Consolador: la de dar coraje, la de acompañarnos, apoyarnos mutuamente, ayudados por el Espíritu Santo mismo que es el gran Paráclito, el Consolador, nuestro Abogado que nos ayuda. Por lo tanto, es una invitación a hacer nosotros mismos «ad invicem» la obra del Espíritu Santo Paráclito. (Benedicto XVI, Homilía 03-10-05)
De San Josemaría cuenta su biógrafo Vásquez de Prada que, uno de los puntos en que no transigía, era el mal gusto y la chabacanería. Tampoco se hacían esperar las correcciones en los temas que lindaban con la ordinariez. A este propósito cuenta Jesús Urteaga que, al regresar el Padre cierto día a Diego de León, se encontró con un desagradable olor a pescado frito por toda la casa. No me importa —dijo— que coman sardinas. Pero no consiento que la casa huela a sardinas. En una de las residencias de mujeres en Roma había un busto de yeso dorado, con peluca, a lo Luis XIV. Además de feo no era apropiado en la decoración de la casa. El Padre lo vio e invitó a sus hijas a que lo dejaran caer, como por descuido. Cosa que hicieron con sumo gusto. En cambio, guardaba las cosas humildes, de las que sacaba lección por su simbolismo.
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