
En estos días recibí un mensaje de un amigo que vive en Tierra Santa. Sin querer generar envidia, describía el paisaje que veía desde la terraza de su casa: la basílica del Santo Sepulcro en primer lugar, el Monte de los Olivos detrás y, al fondo, a 3 kms de Jerusalén, el pequeño poblado de Betania.
Hay un pasaje del Evangelio que se desarrolla precisamente en esa aldea, en Betania, donde Jesús encontraba una familia a la que amaba, en la que se sentía bien, donde tenía verdaderos amigos: Marta, María y Lázaro. San Josemaría acostumbraba llamar “Betania” a los sagrarios, como queriendo que Jesús también estuviera bien tratado allí. En el punto 322 de su libro Camino se lee: “Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... —Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. —Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario”.
En un retiro para seminaristas daba más pistas al respecto: “¡Qué alegría al contemplar a Jesús en Betania! ¡Amigo de Lázaro, Marta y María! Allí va a reparar sus fuerzas cuando se ha cansado. Allí tenía Jesús su hogar. Allí hay almas que le aprecian. Hay almas que se acercan al Sagrario y, para ellas, aquello es Betania. ¡Ojalá lo sea para ti! Betania es confidencia, calor de hogar, intimidad. Amigos predilectos de Jesús. Lo es tuyo»”.
La base de estas enseñanzas, el amor de Jesús a sus amigos, está en el mismo Evangelio de Juan: “las hermanas le enviaron este recado: —Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo”… “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”... Y en este mismo pasaje aparece el versículo más corto de la Escritura y uno de los más bellos: cuando Jesús vio llorando a la hermana María y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció por dentro, se conmovió “rompió a llorar”. Juan cuenta que, entonces, decían los judíos: —Mirad cuánto le amaba. Jesús lloró por la muerte de su amigo. Jesús amaba a sus amigos.
El centro del pasaje evangélico es que Jesús es la resurrección y la vida para los que crean en Él. También se puede considerar que se trata de un texto en el que se nos habla de los últimos eventos en la vida de Jesús. Que será, de hecho, el desencadenante del proceso final. Que con esta escena se ofrece un intercambio: Lázaro vuelve a la vida y Jesús se entrega a la muerte (Jaubert). Y también nos habla del simbolismo de la verdadera causa de la enfermedad y de la muerte: el pecado.
San Agustín aplica esta escena al sacramento de la Penitencia : Como Lázaro de la tumba “sales tú cuando te confiesas. Pues, ¿qué quiere decir salir sino manifestarse como viniendo de un lugar oculto? Mas para que te confieses, Dios da una gran voz, te llama con una gracia extraordinaria. Y así como el difunto salió aún atado, lo mismo el que va a confesarse todavía es reo. Para que quede desatado de sus pecados dijo el Señor a los ministros: Desatadle y dejadle andar. ¿Qué quiere decir desatadle y dejadle andar? Lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo (Mt 18,18)” (In Ioannis Evangelium 49, 24).
Pero me parece que una buena enseñanza para estas últimas jornadas de la Cuaresma es pensar en el Corazón amoroso, amigable, de Jesús. Hemos contemplado antes al Señor como hombre, cansado del camino junto al pozo en el que encuentra a la samaritana. Hoy vemos un aspecto más de su humanidad: el amor a sus amigos. Y podemos citar otro punto más de Camino, el 422, que nos ayudará mucho en nuestra oración, en nuestro trato con Jesús, que también quiere ser nuestro mejor amigo: «Jesús es tu Amigo. —El Amigo. —Con corazón de carne como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro... —Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti».
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