Ir al contenido principal

Entradas

Parábolas de la perla, del tesoro, de la red

Llegamos este domingo al final del Discurso de las parábolas (Mt 13, 44-52): El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta. Continúa el sembrador divino con ejemplos tomados de la vida campesina: ahora se trata de un hombre que trabaja el terreno y se encuentra con un tesoro guardado siglos atrás, cuando los judíos fueron desterrados. Y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo. El hombre compra el campo, pero el tesoro había sido un don. La parábola nos habla de la gratuidad del regalo: quizá unas semanas atrás otra persona había cavado en el mismo sitio, pero suspendió sus labores a mitad de camino. Este comenzó donde el otro terminó y, poco después, encontró el obsequio que le cambió la vida. Ese tesoro es la vocación cristiana, nuestra llamada a la comunión con Dios, a la santidad. San Josemaría lo resume diciendo que nuestro tesoro es Cristo (Amigos de Dios, 254): “ no nos debe importar

María Magdalena

Celebramos la fiesta de santa María Magdalena , y  en el Evangelio de la Misa  nos topamos con el final de la vida terrena de Jesús. Han pasado los dolorosos momentos de la pasión y muerte de nuestro Señor. Al tercer día, se cumplirían todas las promesas por las cuales aquellos seguidores lo habían dejado todo. Después de la «noche del alma» que pasaron durante el Viernes y el Sábado Santos, aquellos discípulos recibirían el premio a su fe y a su perseverancia: podrían ver cumplidas las Escrituras con la Resurrección de Jesús. ¡Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe! , aseguraba san Pablo (1 Co 15,14). Detengámonos, en nuestro diálogo con Jesucristo, para considerar una aparición del Señor glorioso , que nos podrá servir para darnos más cuenta de que esa llamada a la santidad y al apostolado que hemos meditado hasta ahora no es un acontecimiento del pasado, perdido en la historia. Contemplar a Jesús vivo, por todos los sigl

Conversión y penitencia

Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: «Maestro, queremos ver un milagro tuyo» (Mt 12,38-45). Las autoridades le piden al Señor un signo portentoso, llamativo, para confirmar la potestad con la que predica su doctrina. No es que no hubiera dado señales: en primer lugar, la buena semilla de su enseñanza; además, los milagros que ya había hecho en otras partes. Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Jesús contesta de modo en apariencia evasivo. Pero, en realidad, está explicando cuál es el signo principal que muestra su peculiaridad en la historia: que en Él se cumpliría la señal de Jonás. Aprovechemos la vida del quinto profeta menor para hacer hoy nuestra oración. De hecho, como cuenta la introducción de la Biblia de Navarra, en el libro de Jonás poco se narra de su predicación. Solamente se encuentran unas pocas palabras: dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada.