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Cristo Rey

El último domingo del tiempo ordinario la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey. La Liturgia de las Horas resume el sentido de la fiesta: se dirige a Jesucristo, como hacemos nosotros al comienzo de nuestra oración, diciéndole: “somete a los espíritus rebeldes [el primero de los cuales somos nosotros mismos], y haz que encuentren el rumbo los perdidos y que se congreguen en un solo aprisco. Para eso pendes de una cruz sangrienta, y abres en ella tus divinos brazos; para eso muestras en tu pecho herido tu ardiente corazón atravesado”. Ahí tenemos la síntesis del significado de esta celebración, el objetivo: la cruz, el pecho herido con el corazón atravesado. Vemos la estrecha relación de esta fiesta con la devoción al Sagrado Corazón, que es el origen de la última solemnidad del año litúrgico. Y uno se puede preguntar: ¿por qué celebrar el reinado de Cristo? De hecho, hay contradictores que rechazan -con toda razón- la idea de Cristo Rey al modo de algunos reyes terrenales.

Sagrado Corazón de Jesús

La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús  aparece  e ntre las grandes fiestas que la liturgia prevé para recomenzar el tiempo ordinario después de la Pascua, además de la Santísima Trinidad y el Corpus Christi . Durante la semana dedicada a la adoración de la Hostia Santa, el viernes, día en que  murió  Cristo, se contempla el amor misericordioso del Corazón de Jesús y se le desagravia por las ofensas contra el Santísimo Sacramento. Vemos entonces que se trata de una fiesta muy especial: hay naciones consagradas a Él, muchas familias tienen una imagen suya presidiendo los hogares y las fincas, etc. Se entiende que sea una devoción tan arraigada en los pueblos cristianos, pues se remonta a la consideración de la Humanidad santísima de Jesucristo, de ese corazón que nos amó tanto, hasta el extremo de hacerse hombre para redimirnos de nuestros pecados. La celebración litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús se remonta al siglo XVII, cuando el Señor se le apareció a santa Margarit

Navidad del Año de la misericordia

Cada año la liturgia nos ayuda a revivir los principales misterios de la vida de Cristo: desde su nacimiento en Belén hasta el triduo pascual. En Navidad, nos servimos de los Evangelios de la infancia y también de la oración de los santos, que nos ayudan a profundizar en el sentido profundo de estos momentos de la vida de nuestro Señor, para no correr el riesgo de quedarnos en sentimentalismos estériles. Contemplemos, por ejemplo, unas palabras de san Josemaría: « Dios nos enseña a abandonarnos por completo. Mirad cuál es el ambiente, donde Cristo nace. Todo allí nos insiste en esta entrega sin condiciones » (Carta 14-II-1974, n. 2. Citado por Echevarría J., Carta Pastoral, 1-XII-2015. Subrayados añadidos). Pongamos nuestras miradas en el pesebre de Belén. Observemos al Niño, inerme, generoso, entregado por completo en las manos de los hombres. Y contemplemos la donación total de María y de José. Cada uno a su modo, los tres miembros de la Sagrada Familia viven una entrega sin c

La Anunciación a María y la Encarnación del Señor

Cada 25 de marzo la Iglesia conmemora la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo en las purísimas entrañas de la Virgen María, que es el evento con el que se llega al culmen de la Revelación. Después de la creación, del anuncio del Mesías, del envío de los profetas, los jueces, los sacerdotes y los reyes, de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, y de la tortuosa llegada a la tierra prometida, aparece la manifestación suprema del amor de Dios. Como fruto de la oración de tantas personas santas ―algunas ejemplares también por sus ejemplos de conversión― a lo largo del Antiguo Testamento: de Abel, Noé, Abraham, Moisés, David, Salomón, Melquisedec, Jonás, Job, Joaquín; y de mujeres como Susana, Sara, Débora, Raquel, Judith, Rut, Ana, Isabel, etc., llegamos a la plenitud de los tiempos, al momento esperado durante tantos siglos. Según una antigua tradición, en el 25 de marzo coinciden ―además del equinoccio de la primavera, que es el día en el que la cre