La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús aparece entre las grandes fiestas que la liturgia prevé para recomenzar el
tiempo ordinario después de la Pascua, además de la Santísima Trinidad y el Corpus Christi.
Durante la semana dedicada a la adoración de la Hostia Santa, el viernes, día en que murió Cristo, se contempla el amor misericordioso del
Corazón de Jesús y se le desagravia por las ofensas contra el Santísimo
Sacramento. Vemos entonces que se trata de una fiesta muy especial: hay naciones
consagradas a Él, muchas familias tienen una imagen suya presidiendo los
hogares y las fincas, etc.
Se entiende que sea una devoción tan arraigada en los
pueblos cristianos, pues se remonta a la consideración de la Humanidad
santísima de Jesucristo, de ese corazón que nos amó tanto, hasta el extremo de
hacerse hombre para redimirnos de nuestros pecados.
La celebración litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús se remonta al siglo XVII, cuando el
Señor se le apareció a santa Margarita María de Alacoque todos los primeros
viernes, durante varios años. En esas apariciones le mostraba su Corazón sacratísimo,
y le hacía ver las heridas que le causaban los pecados de los hombres,
especialmente las que le originaban sus elegidos. En uno de esos encuentros, le
pidió a santa Margarita María que promoviera la fiesta del
Sagrado Corazón el viernes de la Octava de Corpus y que difundiera la devoción
de los primeros viernes durante el año.
Entonces podemos definir esta solemnidad como la fiesta del
amor. De la caridad infinita de Dios, de su invitación a corresponderle,
de acuerdo con el afamado refrán (amor con amor se paga): «Al tratar ahora del
Corazón de Jesús, ponemos de manifiesto la certidumbre del amor de Dios y la
verdad de su entrega a nosotros. Al recomendar la devoción a ese Sagrado
Corazón, estamos recomendando que debemos dirigirnos íntegramente —con todo lo
que somos: nuestra alma, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras
palabras y nuestras acciones, nuestros trabajos y nuestras alegrías— a todo Jesús» (ECP,164).
La liturgia escoge textos de la Escritura que enfatizan ese amor del Padre por nosotros. Por ejemplo, la Antífona de entrada está tomada del salmo 32, que alaba el plan del Señor, un designio que subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad. En concreto, agradece que los ojos del Señor estén puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia. Esa es la disposición generosa del Padre: librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Así se nota a lo largo de toda la Sagrada Escritura.
La liturgia escoge textos de la Escritura que enfatizan ese amor del Padre por nosotros. Por ejemplo, la Antífona de entrada está tomada del salmo 32, que alaba el plan del Señor, un designio que subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad. En concreto, agradece que los ojos del Señor estén puestos en quien lo teme, en los que esperan su misericordia. Esa es la disposición generosa del Padre: librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Así se nota a lo largo de toda la Sagrada Escritura.
Con la oración colecta de la Misa «recordamos los beneficios de tu amor». Y es lo
que hacemos en nuestra meditación, agradecerle al Señor todo lo que nos
ha dado. Dios quiere que nos detengamos a contemplar su
misericordia. Como explica san Juan Pablo II en su encíclica sobre este
atributo divino, el amor del Padre se nota desde la creación: Dios crea por
amor, no necesita del cosmos para ser más grande, sino que lo trae a la
existencia como una manifestación de la superabundancia de su amor.
En el Antiguo Testamento, se revela con un amor de esposo, fiel, que perdona las ofensas. El Señor
muestra esa misericordia en hechos y en palabras. La terminología bíblica ayuda
a entender las principales dimensiones del amor misericordioso de Dios: una de
las palabras usadas para definirlo es Hesed,
que significa «amor bueno, amor fiel». Es la gracia, que procede de la fidelidad divina. Dios, como es fiel, ama
y perdona siempre. Otra palabra es rah mim,
que se relaciona con una visión que podríamos decir más femenina: es el amor
materno, se refiere a las entrañas misericordiosas de Dios; es un amor gratuito,
del Señor que salva, que perdona y que cumple las promesas.
De esa manera, el Antiguo Testamento
va abriendo el camino para entender mejor la potencia la caridad divina, que
prevalece sobre el pecado, sobre la infidelidad de ese pueblo que era tan traidor.
Ese amor sobresale por encima de las miserias, tanto comunitarias como
individuales. Por lo tanto, concluye san Juan Pablo II, la misericordia define
a Dios y, además, al pueblo que la recibe (Cf. DM, nt.52).
Y podemos aprovechar nuestro diálogo
con el Señor para recordar en este momento, y agradecerle sus dones: gracias,
Dios mío, por el don de la creación, gracias por haberme traído al mundo, por
habernos redimido con tu muerte en la Cruz, porque te quedaste en la
Eucaristía, porque me hiciste cristiano, por haber venido a mi alma en el sacramento
del Bautismo, por haber perdonado mis pecados ¡tantas veces!, también —si fuera
el caso— por haber enriquecido la vocación bautismal a la santidad con una
llamada específica para seguirte más de cerca, preocupado por la salvación de
las almas, y así vivir mi existencia con una perspectiva nueva…
Son muchos los motivos que tenemos
para darle gracias a Dios, y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús es un buen
momento para meditarlo. En cuántas ocasiones omitimos la gratitud, o ni
siquiera somos conscientes, de tantos regalos que el Señor nos ha dado: «Dios me ama... Y el Apóstol Juan escribe: “amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero”. —Por si fuera
poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables
miserias, para preguntarnos como a Pedro: “Simón,
hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”... —Es la hora de responder: “¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te
amo!”, añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!»
(F,497).
Ayúdanos, Señor, a aprender de tu ejemplo de misericordia. Auméntanos el
amor, para querer como Tú lo haces, con ese Corazón humano y divino de Jesús,
que siempre salía al encuentro de los enfermos, de los desplazados, de los
hambrientos, de los más necesitados, como la viuda de Naím con su hijo muerto,
o como las hermanas de Lázaro en Betania. Esa actitud que san Juan resume en el
prólogo de la última cena: habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…
La liturgia de la Misa cita en la
primera lectura al profeta Ezequiel (34,11-16), para mostrar hasta dónde se
remontan esas prefiguraciones del amor divino, esos anuncios del Antiguo
Testamento: yo mismo apacentaré mis
ovejas, y las haré reposar. La figura del pastor era muy común en ese
tiempo, recordamos que era la profesión del rey David. La
Escritura enseña que Dios esperaba que los dirigentes de su pueblo fueran pastores,
y no monarcas al estilo humano, tiranos. Y por eso el Señor anuncia que él
mismo será el Pastor de su rebaño. Y, además, hace una promesa que se cumplirá
en Jesús, quien dirá de sí mismo: yo soy
el buen Pastor (Jn 10,11).
Debido a esa actitud pastoral hacia
los «publicanos y pecadores», el Señor padecería contradicciones hasta morir en
la Cruz, y por eso explicaba, con la parábola de la oveja perdida, que estaba cumpliendo
la profecía de Ezequiel: ¿Quién de
vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y
nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? (Lc
15,4). Ese es Jesús, el buen Pastor, que se preocupa de la única oveja
extraviada y la cura. Ahí vemos reflejado su Corazón misericordioso, que viene
a nuestro encuentro, que nos busca en medio de nuestras miserias y nos carga
sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a su redil.
Los Padres explicaban que el Buen Pastor nos apacienta con su
palabra. Y también nos hace reposar con su amor, con su
perdón, con su compañía, y con su presencia en el sagrario. Por eso la fiesta del
Sagrado Corazón está inserida en la Octava del Corpus Christi. La misericordia prefigurada en el Antiguo Testamento
llega a su perfección con Jesucristo: en sus palabras, en sus gestos, especialmente
en su sacrificio en el Calvario, cuyos efectos podemos recibir ahora a través
de los sacramentos.
Por esa razón, la liturgia detiene su mirada en ese Pastor que da la vida por sus ovejas. Siguiendo al profeta Zacarías (12-10), nos ayuda a «mirar al que traspasaron», al que dio su vida por amor a nosotros en la Cruz. El profeta continuaba su anuncio presagiando que aquél día manaría una fuente para lavar el pecado y la impureza, lo que San Juan vio cumplido en el agua que brotó del costado traspasado con una lanza en la cima del Gólgota: Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua (Jn 19,34).
El prefacio de la Misa resume la teología de la redención con una oración poética: «con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de salvación».
Por esa razón, la liturgia detiene su mirada en ese Pastor que da la vida por sus ovejas. Siguiendo al profeta Zacarías (12-10), nos ayuda a «mirar al que traspasaron», al que dio su vida por amor a nosotros en la Cruz. El profeta continuaba su anuncio presagiando que aquél día manaría una fuente para lavar el pecado y la impureza, lo que San Juan vio cumplido en el agua que brotó del costado traspasado con una lanza en la cima del Gólgota: Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua (Jn 19,34).
El prefacio de la Misa resume la teología de la redención con una oración poética: «con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de salvación».
Contemplamos en nuestra oración el
amor misericordioso de Jesucristo, nuestro buen Pastor: «Celebramos la fiesta
del Sagrado Corazón de Jesús y con la liturgia echamos una mirada, por así
decirlo, dentro del corazón de Jesús, que al morir fue traspasado por la lanza
del soldado romano. Sí, su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y
con esto nos ha abierto el corazón de Dios mismo. La liturgia interpreta para
nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que habla sobre todo de Dios como
pastor de los hombres, y así nos manifiesta el sacerdocio de Jesús, que está
arraigado en lo íntimo de su corazón» (BXVI, Homilía 110610).
Y qué mejor manera de hacerlo que
meditando sobre el salmo 22, que nos ayuda, nos acompaña, prepara la mesa
eucarística para la lucha por la santidad. Agradezcamos al Señor por tantas
manifestaciones de su misericordia: «¡Gracias, Jesús
mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y
amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor;
que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al
Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia;
que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los
justos... —¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!» ... (S,813).
Danos, Señor, un corazón que se duela de sus faltas y que desagravie por
sus pecados y los de todos los hombres. Recordemos que, entre las promesas que
nuestro Señor hizo a santa Margarita María para quienes vivieran esta devoción,
decía: «Yo les prometo, en el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón,
que Mi amor todopoderoso les concederá a todos aquellos que comulguen nueve
primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán
en desgracia ni sin recibir los sacramentos. Mi divino Corazón será su refugio
seguro en este último momento».
Ante nuestra mala respuesta, podemos
pedirle a Dios que nos conceda «recibir de esta fuente divina una inagotable
abundancia de gracia» (oración Colecta). Que de ese manantial infinito saquemos
amor para enmendar nuestra falta de correspondencia a su misericordia. Que nos
esforcemos por desagraviarlo: con amor a Dios (en primer lugar, pidiendo perdón
en el sacramento de la reconciliación las veces que haga falta; luchando para
ser almas de oración y para crecer en amor a la Cruz; recibiendo con
frecuencia la sagrada comunión; o con la práctica de los primeros viernes,
etc.).
Otra manera de reparar por las
ofensas al Corazón de Jesús puede ser a través del amor a los demás. Pidámosle, con la jaculatoria tradicional: «Haced mi
corazón semejante al Vuestro». Enséñanos
a amar, como amas Tú, a nuestros hermanos más cercanos (fraternidad) y a todas
las almas (apostolado). Es un verdadero programa de vida, que viene resumido en
la oración para después de la comunión: «Este sacramento de tu amor, Dios
nuestro, encienda en nosotros el fuego de la caridad que nos mueva a unirnos
más a Cristo y a reconocerle presente en los hermanos».
La Virgen santísima es Madre de
Misericordia. Justamente el día después del Sagrado Corazón de Jesús celebramos
la fiesta del Corazón Inmaculado de María, porque Ella nos enseña el camino
seguro para amar a Dios y a nuestros hermanos. A nuestra Madre le pedimos que
interceda ante la Trinidad para que escuche nuestra oración: «Concédenos la gracia
de encontrar en el divino Corazón de Jesús nuestra morada; y establece en
nuestros corazones el lugar de tu reposo, para permanecer así íntimamente
unidos: a fin de que un día te podamos alabar, amar y poseer por toda la
eternidad en el Cielo, en unión con tu Hijo y con el Espíritu Santo. Así sea»
(San Josemaría, Consagración, 26-X-1952, en AVP).
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