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Salió el sembrador a sembrar...

    Después del sermón del monte y el discurso misionero, el tercer discurso de Jesús que narra el Evangelio de Mateo es el de las siete parábolas, que es un número de plenitud para revelar los misterios del Reino de Dios (Mt 13, 1-23): Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas.

Jesús se sirve de la barca de Pedro como púlpito desde el que enseña, en el lago de Genesaret, a una multitud. El Señor quiere contar con nosotros, con nuestra pobre colaboración, para revelar su Palabra a los hombres.

Comienza con la primera parábola, que será el tema de nuestra meditación de hoy: “Salió el sembrador a sembrar”. Después del aparente fracaso ante los fariseos, “Jesús, como predicador de la palabra, reflexiona sobre su propio ministerio, valorando los resultados de su predicación” (Estrada).

 “La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, (…) al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado”. ECP, n. 150

“Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron”.

Si hacemos una radiografía de la parábola, vemos que hay tres tipos de terrenos malos: el camino, el pedregoso, los abrojos. También hay tres causas de esterilidad: los pájaros, la falta de tierra, el ahogamiento (García). Además, las semillas quedan afectadas en tres etapas distintas de su desarrollo: cuando cae al piso, al brotar y al crecer (Ska). Jesús mismo explicará después a sus discípulos el significado de cada uno de los tres fallos:

Sobre la parte que cayó al borde del camino, enseña que “si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón”. Oír pero no entender. No dejar que la semilla de la palabra anunciada crezca y dé fruto en el alma. El papa Francisco lo explicaba diciendo que “nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto —y mucho— pero puede ser también duro, impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente, precisamente como en una calle: no entra” (Ángelus, 16 de julio de 2017).

Sobre la parte que cayó en terreno pedregoso, Jesús dice que “significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe”. Hace falta hondura y constancia. Este tipo de terreno “Es un corazón sin profundidad, donde las piedras de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero quien acoge al Señor solo cuando le apetece, no da fruto” (Ángelus, 16 de julio de 2017).

En tercer lugar, al explicar la parte que cayó entre abrojos, Jesús enseña que “significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril”. Jesús denuncia el peligro que entraña para la vida espiritual la preocupación por las riquezas. El papa enseña que los abrojos “son los vicios que se pelean con Dios, que asfixian su presencia: sobre todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir ávidamente, para sí mismos, por el tener y por el poder. Si cultivamos estas zarzas, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer a sus pequeñas o grandes zarzas, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos radicados que no gustan a Dios e impiden tener el corazón limpio. Hay que arrancarlos, o la Palabra no dará fruto, la semilla no se desarrollará” (Ángelus, 16 de julio de 2017).

Después de estos fracasos, hay una historia de éxito: Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno. Por ese motivo, esta parábola es una lección de esperanza. En la vida de Jesús, a pesar del aparente fracaso (los sabios rechazaron su predicación) el Señor continúa sembrando la semilla del Reino. También hoy estamos en tiempo de esperanza, en medio de las dificultades y la incertidumbre en que nos podemos mover. Y Jesús nos invita a seguir sembrando, aunque el ambiente sea difícil. Cuando la siembra es de santidad, nada se pierde. Como decía san Josemaría al empezar un semestre de confinamiento durante la guerra: ¡Es tiempo de crecer para adentro!

 “Para ti, que te quejas de estar solo, de que el ambiente es agresivo: piensa que Cristo Jesús, Buen Sembrador, a cada uno de sus hijos nos aprieta en su mano llagada -como al trigo-; nos inunda con su Sangre, nos purifica, nos limpia, ¡nos emborracha!...; y luego, generosamente, nos echa por el mundo uno a uno: que el trigo no se siembra a sacos, sino grano a grano” (F, n. 894).

El Señor nos invita a que seamos buena tierra, a que nos purifiquemos, por el amor a Dios y a los demás. Me parece oportuno citar aquí la reciente historia de Javier, un amigo con el que coincidí en mis años de Roma. Hace poco le diagnosticaron un cáncer y se sometió a las sesiones de quimioterapia respectivas. Justo cuando estaba en el peor nivel de inmunosupresión, se contagió con el Covid, por lo cual estuvo quince días intubado, al borde de la muerte por la incapacidad de respirar. Aquí transcribo el testimonio que dio a la radio (https://www.cope.es/programas/fin-de-semana/noticias/una-luz-final-del-tunel-preguntaron-queria-volver-20200704_800202):

“De pronto me encuentro solo en el famoso túnel, que en mi caso era de arbustos, que acababa en una luz muy clara. Me acerqué a esa luz, crucé el umbral y me encontré en un pueblo nevado, como si estuviera en el interior de Suiza, con un paisaje blanco, unos niños cantando y jugando en círculo y una sensación de bienestar absoluta, de plenitud, de estar ante algo muy verdadero, muy bello, muy bueno y ante lo que yo estaba muy sereno. Tan sereno, que me tumbé en el suelo y me puse a disfrutar de todas esas experiencias visuales y auditivas. Cuando estaba allí escuché una voz que no sé decir si fue una persona, si me miraba o no, que me decía: “¿te quieres quedar?”. Esta pregunta me planteó tomar una decisión, y le respondí: “pues la verdad es que no”. Por un lado, porque ese lugar tan impresionante me parecía demasiado para mis incapacidades. Era un sitio tan fantástico que me encontraba poco digno: esto es demasiado; el otro motivo es que todavía tenía muchas cosas por hacer: tengo una fundación en Kenia donde le ayudamos a 300 niños a ir al colegio, pero sobre todo notaba que, antes de irme, debía estar con determinadas personas para pedirles perdón. No era por miedo a la muerte, pues tampoco era consciente de que aquello era mi muerte, lo he pensado después. Más que miedo era buscar algo más excelente, prepararme un poco más. No era una situación de temor. Era una ocasión de juzgarme a mí mismo y ser muy consciente de la cantidad de carencias y fallos que tengo especialmente en mi trato con los demás y, por lo tanto, la posibilidad de una mejora muy grande, ese fue un descubrimiento para la vida. Era regresar para aprender a amar”.

En resumen: Javier eligió regresar para pedir perdón, para hacer más bien, para sembrar más semillas. Pidamos a la Virgen Santísima que nuestro amor sea fiel como el suyo; que nos convierta en tierra fecunda que se decide a amar hasta el final “y se traduce en una entrega que intenta corresponder con más de lo que recibe: treinta por uno, sesenta por uno, ciento por uno” (Echevarría).


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