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La vocación de Mateo

 En el capítulo noveno del Evangelio de Mateo aparece una interpolación entre los milagros. Es como si el autor sagrado quisiera decir que ese pasaje tiene la misma importancia que un acto de taumaturgia. La misericordia de Dios se manifiesta en ocasiones liberando de una enfermedad, pertambién lo hace llamando a una persona para que tenga una vida más plena. 

Al pasar Jesús No hay una cita previaque se debe esperar con larga antesala. Tampoco se trata de una lección, a la que los protagonistas se inscriben. Es un encuentro: es Cristo que pasa. 

Al pasar Jesús vio a un hombre. No es casualidad, es providenciaEl Señor lo conocía desde siempre, lo había llamado desde la eternidad. Sabía que en su honor habría plazas, calles, iglesias, se escribirían bibliotecas enteras, se predicarían meditaciones como esta, se edificarían ciudades como Venecia -donde terminarían sus reliquias-, que él escribiría una obra memorable, identificado con el símbolo del león. Pero todo aquello dependía de lo que sucediera en este encuentro 

Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo. Una vez más aparece la importancia del nombre. En los otros evangelios se le llama Leví, hijo de Alfeo. El Señor nos conoce muy bien. Sabe de nuestra intimidad más de lo que nosotros mismos conocemos. Por eso aparece en la Escritura llamando por el nombre, incluso por el apelativo familiar: 

El Señor nos ha dicho con predilección de padre: Yo te redimí y te llamé por tu nombre: tú eres mío’ (Is 43, 1) Nos ha llamado por el nombre, por el nomignolo, el apodo familiar, y añade continuamente: meus es tu! ¡Qué estupendo!, es un fundirse del Señor con nosotros. Mirad que todas estas consideraciones son verdades que nos repite la Escritura Santa, ¡no son sólo palabras!: nos recuerdan que Dios nos quiere, que Dios nos perdona, que Dios cuenta con nosotros. (San Josemaríacitado por Echeverría, Memoria del Beato Josemaría Escrivá) 

Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado. Parece que no hubiera especial interés por parte del personaje al que encuentra el Maestro, pues estaría en lo suyo. Pero después veremos, por su reacción ante las palabras de Jesús, que podía tener una buena procesión por dentro: se plantearía si ese estar sentado llenaría su vida, se ve que el Señor había insertado en su alma inquietudes de vuelos más altos, en la línea de lo que dijo el papa Francisco en Bogotá:  

Dios nos ama con corazón de Padre. Y este es el principio de la alegría. El fuego del amor de Jesús hace desbordante este gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que ustedes se propongan! ¡No le tengan miedo al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande yo hoy los invito. Por favor no se metan en el “chiquitaje”, no tengan vuelos rastreros, vuelen alto y sueñen grande” (Discurso7-IX-2017). 

Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestosQue estuviera sentado no quiere decir que estuviera mano sobre mano. Estaba trabajando, en un oficio bien remunerado, exigente, con muchas consecuencias sociales y políticas. Viene a la memoria aquel punto de Camino (n. 799):  

“Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. –¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos”. 

Durante mucho tiempo se olvidó esta realidad palmaria. Se pensó que la vocación era privilegio exclusivo de curas y de monjas. Que Dios se había olvidado de las personas dedicadas a los oficios seculares, que serían de segunda categoría. Pero en el Evangelio vemos claramente que la vocación humana forma parte de la vocación sobrenatural. Que Dios nos llama a servirle en las ocupaciones ordinarias, en el trabajo profesional. Incluso en el mundo de la banca y las finanzas, como era el caso de Mateo. 

Pero nos estamos adelantando a la narración del Evangelio: Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Jesús que llama, que invita a seguirle. A estar cerca de Él. Antes, a los dos primeros discípulos que le preguntaron dónde vivía, les respondió: “Venid y veréis”. A Mateo le dirigió solo una palabra: "Sígueme"En eso consiste la vida cristiana. En seguir a Jesús, en imitarlo, hasta identificarse con Él:  

Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañarle tan de cerca, que vivamos con Él, como aquellos primeros doce; tan de cerca, que con Él nos identifiquemos. No tardaremos en afirmar, cuando no hayamos puesto obstáculos a la gracia, que nos hemos revestido de Nuestro Señor Jesucristo (cfr. Rm 13,14). Se refleja el Señor en nuestra conducta, como en un espejo. (AD, n. 299) 

La invitación de Jesús a seguirle fue perentoria. Recordamos alguna otra similar, cuando le dijo al joven rico, después de mirarlo con amor: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme (Mt 19, 21). En aquella ocasión, la respuesta fue inmediata, aunque no con palabras, sino con obras: “Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico” (Mt 19, 22). 

Podemos preguntarnos en esta oración cómo respondemos nosotros ante las invitaciones de Jesús: si con generosidad, como los primeros Doce, o con dilaciones y negativas, como el joven rico. No solo ante las grandes llamadas, sino cada vez que el Señor nos pide una oración, un sacrificio, un gesto apostólico, o que abandonemos una tentación. Porque muchas veces, con nuestras negligencias, con nuestro retardo en la lucha, con nuestras distracciones, ponemos obstáculos a la acción de la gracia en nuestra alma y en las de nuestros amigos.  

Perdón, Señor, por tantas ocasiones en las que te hemos respondido que no, por tantas veces en las que nos hemos marchado tristes, por no querer compartir nuestro tiempo o abandonar nuestra comodidad para seguirte, para imitarte, para identificarnos contigo. Perdona por tantos momentos en los que hemos querido imponer nuestra voluntadsalirnos con la nuestra, decir la última palabra, cuando Tú esperabas que respondiéramos con generosidad, para hacernos más felices aún.  

Veamos, por contraste, cuál fue la respuesta de Mateo: Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. No puso una sola traba, no dudó un solo momento, no preguntó qué pasaría con su negocio, con su familia, con su futuro, con su dinero. No le interesó si tendría hijos, nietos o sobrinos. NadaSe levantó y lo siguió.  

Caben muchas interpretaciones… Puede ser la respuesta de un insensato, de un inmaduro, o de un pusilánime. Los exégetas dicen que el autor sagrado deja espacio para que el lector complete la historia. Puede ser que este encuentro fuera la culminación de un itinerario interior, de haber escuchado antes la predicación del Maestro desde lejos, de haber tenido trato con algún discípulo que lo habría acercado, del cultivo interior en la oración de los grandes ideales que el Señor había forjado en su alma como preparación para este encuentro. San Beda tiene una interpretación en ese sentido:  

Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible. 

La liturgia de hoy cita otro pasaje de este mismo autor, que tanto le gustó al papa Francisco, hasta sacar de allí su lema episcopal y pontificiomiserando atque eligendo: “Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió”. La traducción no es del todo buena. El original en latín dice: Vidit publicánum et, quia miserándo atque eligéndo viditait illiSéquere me. Hace más justicia al autor el papa Francisco inventándose un neologismo: misericordiándolo, lo eligió. Lo vio con ojos de misericordia y lo eligió 

Se puede interpretar que Mateo descubrió, en la llamada de Jesús, un gesto de misericordia, quizás irrepetible, y lo acogió. No se dio importancia, no supuso que él le hacía un favor a Jesús dándole su vida. Reconoció la grandeza de la vocación, el regalo infinito que significaba, y la acogió sin retrasos.  

Siempre me ha impresionado la generosidad de algunas personas que, más que plantearse si están llamadas por Dios o no, le piden directamente al Señor que les dé esa vocación. Ya desde el Antiguo Testamento aparece el ejemplo del profeta Isaías, que se ofrece a Dios: Entonces escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?". Contesté: "Aquí estoy, mándame" (Is 6,8).  

Puede iluminarnos un comentario que le escuché a Mons. Fernando Ocáriz hablando sobre este tema: decía que, para conocer el modo concreto en que Dios quiere que realicemos nuestra llamada bautismal a la santidad y al apostolado, hay que pedir luz para ver y fuerza para querer. Me parece que a veces pedimos la luz, pero en el fondo esperamos no tener la fuerza para aceptar lo que veamos. Concluía el Prelado del Opus Dei que, como el Señor cuenta con nuestra libertad, hemos de querer ver y también querer lanzarnos a la aventura. Ese querer es lo que ponemos de nuestra parte ante la llamada de Dios (apuntes de la predicación, abril 12 de 2017). 

Mateo vio a Jesús que lo llamaba y de inmediato se levantó y lo siguió. Pero no fue un seguimiento inactivo, sino que muy rápidamente se dejó contagiar por el amor a las almas que caracterizaba al corazón de Jesús, como vemos al concluir la escenaY estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. 

La primera obra del nuevo discípulo fue convocar a todos sus colegas y amigos, la alta sociedad de la época. Aunque fuera conocida por su fama de pecadora de acuerdo con los criterios de los escribas y fariseos, Mateo los invitó para celebrar su nueva vida con un banquete al que Jesús asistió con los demás apóstoles. Es fácil imaginarse el escándalo –y la envidia- por parte de las autoridades religiosas de la época que, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». 

¿Cómo es posible que alguien como tú, nos dirán los fariseos de ahora, se enrole en semejante locura?, ¿dónde queda tu libertad, no te das cuenta de lo que te pierdes? En el fondo, siempre es un escándalo para la sociedad timorata ver que haya gente joven y con un futuro prometedor que lo deja todo para seguir a Jesús.  

Como la argumentación en este caso era una crítica al compartir del Maestro con personas de mala fama entre los doctores de la ley, el Señor defendió su actuación diciendo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores. 

Volvemos al comentario de Beda el Venerable. Al considerar la generosidad con la que el publicano acogió la llamada de Jesús, el predicador concluye que “Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó; por su fe y por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior. 

A la Virgen Santísima le pedimos que interceda ante el Señor para que también nosotros acojamos de esa manera la invitación de Jesús. Que pidamos luz en la inteligencia para ver nuestra vocación concreta y fuerza en la voluntad para querer seguirla. 

De esa manera se cumplirá en nuestra vida lo que consideramos en la Oración colecta de la Misa: Oh, Dios, que te dignaste elegir a san Mateo con inefable misericordia, para convertirlo de publicano en apóstol, concédenos que, fortalecidos con su ejemplo e intercesión, te sigamos y permanezcamos firmemente unidos a ti. 

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