Seguimos meditando el discurso de la despedida del Señor, en la última cena, que nos transmite San Juan: —Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
Guardar la palabra de Dios, como muestra de que le amamos. Si alguno me ama… Hablaremos con Dios en esta oración sobre el amor de Dios que se manifiesta en la virtud de la santa pureza. Caridad y pureza… La castidad no se explica a sí misma, sino desde el Amor, como predicaba San Josemaría (Amigos de Dios, n. 119): ¡Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad. La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza. Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia.
Dios siembra en nuestra alma, con el bautismo, la semilla de las virtudes teologales. Nosotros debemos corresponder a ese amor con el riego del esfuerzo por vivir la virtud de la pureza. Así percibimos el sentido positivo de esta virtud, que no es una suma de negaciones, sino la ocasión de recomponer el equilibrio perdido por el pecado original. Así lo predica San Agustín: “Si el pecado original rompió la armonía de nuestras facultades, la continencia nos recompone; nos vuelve a llevar a esa unidad que perdimos”. Y San Josemaría explicará que es una corona triunfal (Es Cristo que pasa, n. 5): "La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa".
Pureza y caridad. Se trata de una virtud, por lo cual hace falta esforzarse cada día para que el amor de Dios crezca un poco más, quemando cosas nuevas; buscando en la oración y en el examen qué aspectos conviene purificar, cuáles otros hay que alcanzar: “¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. En primer lugar –aconseja San Agustín- piensa en la pureza de tu corazón; lo que veas en él, que desagrada a Dios, quítalo”.
Bienaventurados los limpios de corazón… J. Echevarría (Itinerarios de vida cristiana) glosa también estas palabras del Sermón del monte: “la limpieza de corazón se relaciona con la aspiración a mantenerlo abierto a los amores que ensalzan; exige la lucha por evitar que el mundo interior se enfangue, con pensamientos que traicionen la verdadera dignidad y hagan imposible una auténtica comunicación con los demás y, radicalmente, con Dios. La pureza de corazón no se reduce, pues, a la castidad, aunque ciertamente la incluye. Cristo nos enseña a custodiar una limpieza de alma y de cuerpo -cada uno en su estado- que posibilite el verdadero gozo de "ver a Dios", es decir, que mantenga activa e íntegra la capacidad de levantar la mirada hacia lo alto, hasta contemplar en todas las cosas el reflejo y la imagen del Creador".
Virtud humana y virtud sobrenatural. Por eso hay que pedirla al Señor, como hacía San Josemaría (Camino, n. 130): “Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma”. Se trata de una virtud imprescindible para escuchar a Dios. También San Basilio señalaba que el Espíritu Santo actúa de modo íntimo en el alma que vive con amor la santa pureza: “El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos”.
La Virgen Santísima es intercesora para alcanzar esta virtud. Y es modelo excelso. Por eso, San Josemaría acudía a Ella y a su esposo San José, pidiendo esta virtud para él, para sus hijos espirituales y para toda la Iglesia: “Madre Inmaculada, San José -Padre y Señor-, interceded: para que seamos instrumentos, y no obstáculos”.
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? (1 Co 6,19). "¡Cuantas veces -comentaba San Josemaría, al meditar estas palabras de San Pablo- ante la imagen de la Virgen Santa, de la Madre del Amor Hermoso, responderéis con una afirmación gozosa a la pregunta del Apóstol!: Sí, lo sabemos y queremos vivirlo con tu ayuda poderosa, oh Virgen Madre de Dios" (Conversaciones, 122).
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