Estamos ya en el quinto día de la Novena en honor de la Inmaculada Concepción de María y las lecturas de hoy siguen animándonos a preparar la venida del Mesías. En concreto, nos hablan de la estrecha relación del Cristo esperado con el Espíritu Santo. Isaías (11, 1-10) dice que brotará un fruto del tronco de Jesé y que el Espíritu del Señor se posará sobre él. Y san Lucas (10, 21-24) complementa esa lectura con la narración del éxtasis de Jesús: “Se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: —Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños”. Hace unos días leíamos cómo a San Josemaría le conmovían otras palabras de este mismo discurso: “nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.
Juan Pablo II escribió sobre el papel de la Virgen en nuestra relación con el Espíritu Santo, que la colma a ella y a los apóstoles “con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva”. En otro momento decía: “de la misma manera que, en la Encarnación , el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, en Pentecostés el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico”.
Nos viene a la mente aquel punto de Camino (496): ¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!... —Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!
Hemos meditado los días anteriores que también nosotros debemos profundizar en la relación de hijos del Padre y como hermanos de Jesucristo. Hoy le pedimos a nuestra Madre que nos ayude a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo en nuestras almas, respondiendo siempre como ella a las inspiraciones del Paráclito: “Hágase”.
Hubo un momento en la vida de San Josemaría cuando el director espiritual le ayudó a descubrir otro “Mediterráneo” en su vida interior. Precisamente lo animó a tener amistad con la tercera persona de la Santísima Trinidad : “No hable: óigale”, le aconsejó. Y lo que sucedió en el alma del Fundador de la Obra fue lo siguiente: “Desde Leganitos, haciendo oración, una oración mansa y luminosa, consideré que la vida de infancia, al hacerme sentir que soy hijo de Dios, me dio amor al Padre; que, antes, fui por María a Jesús, a quien adoro como amigo, como hermano, como amante suyo que soy... Hasta ahora, sabía que el Espíritu Santo habitaba en mi alma, para santificarla..., pero no cogí esa verdad de su presencia. Han sido precisas las palabras del P. Sánchez: siento el Amor dentro de mí: y quiero tratarle, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender... No sabré hacerlo, sin embargo: El me dará fuerzas, El lo hará todo, si yo quiero... ¡que sí quiero! Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa el pobre borrico agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderse, y seguirte y amarte. –Propósito: frecuentar, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil del Espíritu Santo. Veni Sancte Spiritus!..».
Dos años más tarde, en 1934, compuso una oración, que –según P. Rodríguez- parece la secuencia entre el consejo recibido –«¡óigale!»– y la experiencia sobrenatural –«He oído tu voz». Como el año mariano es un tiempo de conversión, conviene frecuentar mucho al Divino Paráclito, y para eso nos puede servir la oración del Fundador de la Obra : «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y de Sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras... ».
Madre de Dios y madre nuestra, Esposa de Dios Espíritu Santo: ayúdanos a recorrer este camino, a dejar obrar a tu esposo en nuestra alma, para que podamos seguir de cerca de tu Hijo. Ayúdanos a hacer nuestras las tres actitudes que ayudan a tener más familiaridad con el Paráclito: docilidad, vida de oración, unión con la Cruz. (Cf. Es Cristo que pasa, 135)
Por ejemplo, uno de los Cardenales que eligió a Benedicto XVI describía así los días del Cónclave: “Para mí, fueron un continuo recurrir al Espíritu Santo, a quien tengo gran devoción. Me pude recoger más en casa, para rezar mucho y encomendarme a la Virgen , la esposa del Espíritu Santo. (...) La emoción que se siente en la Capilla Sixtina llevando el voto en alto hacia el altar donde se halla la urna, bajo el Juicio Final de Miguel Ángel, es indescriptible. Entonces se pronuncia el juramento solemne de elegir en conciencia al que parece más digno para ser el sucesor del Apóstol Pedro como Pastor de la Iglesia universal. La responsabilidad es muy grande. Yo es la cosa más seria que he podido hacer en mi vida. Había un silencio en la Capilla Sixtina enorme, un gran espíritu de oración y recogimiento. Yo cogí la costumbre de ir encomendando al Espíritu Santo a los que iban pasando en fila delante para votar, porque pensaba que ellos también me encomendaban a mí”. (Julián Herranz, ABC, 24-IV-05)
Ojalá nosotros también, siguiendo estos ejemplos, de la mano de María nos animemos a escuchar en el fondo de nuestra alma al Espíritu Santo (“No hable: óigale”) y a corresponder a sus inspiraciones con mucha docilidad, vida de oración y unión con la Cruz de Cristo.
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