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Confesión



Estamos en Adviento. El período de Adviento del año mariano. La liturgia nos ayuda a prepararnos: Escuchen, pueblos, la palabra del Señor; anúncienla en todos los rincones de la tierra: He aquí que vendrá nuestro Salvador; ya no tengan miedo. 

Proclamar la llegada del Señor, puede ser la mejor manera de preparar su celebración: “Escucha, Señor, nuestras plegarias y ayúdanos a prepararnos a celebrar con verdadera fe y pureza de corazón el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo”. Pero no deja de ser exigente la petición: con verdadera fe y pureza de corazón. Solo si el Señor nos purifica podremos estar dispuestos.

Isaías (35, 1-10) asegura: Dios mismo viene a salvarnos. Isaías. Esto dice el Señor: "Saltarán de alegría el desierto y la tierra reseca; la llanura se regocijará y florecerá; florecerá como el lirio, se regocijará y dará gritos de alegría. Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes, digan a los cobardes de corazón: “¡Animo!, no teman. Miren a su Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvarlos". Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, saltará el cojo como un venado, la lengua del mudo cantará". Y el Salmo 84 entona: nuestro Dios viene a salvarnos. 

El Evangelista Lucas (5, 17-26) muestra esta salvación por medio de signos para anunciar que ya viene el Rey, el Señor de la tierra, que nos librará de nuestra esclavitud. Después de la curación del paralítico, la gente exclamará: Hoy hemos visto cosas maravillosas: “Estaba Jesús un día enseñando. Y estaban sentados algunos fariseos y doctores de la Ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Entonces, unos hombres, que traían en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo dentro y colocarlo delante de él. Y como no encontraban por dónde introducirlo a causa del gentío, subieron al terrado, y por entre las tejas lo descolgaron en la camilla hasta ponerlo en medio, delante de Jesús. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo: —Hijo, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» Pero conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: —¿Qué estáis pensando en vuestros corazones?¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, y anda»? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados –se dirigió al paralítico–, a ti te digo: levántate, toma tu camilla y marcha a tu casa. Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos y glorificaban a Dios. Y llenos de temor decían: —Hoy hemos visto cosas maravillosas”.

El Señor premia la fe de aquellos amigos curando al paralítico. Pero el milagro más importante es la purificación de aquel hombre: —Hijo, tus pecados te son perdonados. Señor: qué bueno eres cuando curas, cuando haces milagros, cuando predicas el reino. Pero sobre todo, qué grande Dios muestras ser cuando perdonas nuestros pecados. San Ambrosio alaba a Dios de modo similar: «¡Qué grande es el Señor que por los méritos de algunos perdona a los otros y que mientras alaba a aquéllos perdona a éstos!».

Perdonar los pecados. «¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?», se preguntan los fariseos. Pero no concluyeron bien el silogismo: si este hombre perdona los pecados, es porque estamos frente a Dios. Hace falta mucha humildad para reconocer que necesitamos ese perdón de Dios. El Compendio del Catecismo enseña que “la llamada de Cristo a la conversión resuena continuamente en la vida de los bautizados. Esta conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que, siendo santa, recibe en su propio seno a los pecadores”.

También enseña que “los elementos esenciales del sacramento de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción”. Los primeros son los siguientes: un diligente examen de conciencia; la contrición (o arrepentimiento), que es perfecta cuando está motivada por el amor a Dios, imperfecta cuando se funda en otros motivos, e incluye el propósito de no volver a pecar; la confesión, que consiste en la acusación de los pecados hecha delante del sacerdote; la satisfacción, es decir, el cumplimiento de ciertos actos de penitencia, que el propio confesor impone al penitente para reparar el daño causado por el pecado.

Son puntos doctrinales que nos pueden ayudar a hacer examen. Y luego, recordar qué pecados deben confesarse: todos los pecados graves aún no confesados que se recuerdan después de un diligente examen de conciencia. La confesión de los pecados graves es el único modo ordinario de obtener el perdón, afirma con rotundidad el compendio. Además recuerda que todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus pecados graves al menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión.

Pero también se puede uno confesar de los pecados veniales: La Iglesia lo recomienda vivamente, aunque no sea estrictamente necesaria, ya que ayuda a formar una recta conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu.

Terminemos repasando cuáles son los efectos de este sacramento, mientras le pedimos a la Virgen que nos dé la fuerza para confesarnos con la frecuencia debida: Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la Reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón de los pecados; la Reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido: la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu; y el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.

Para vencer el temor que puede evitar nuestra confesión, para acercarnos con fortaleza a este sacramento, nos puede servir, y mucho, el trato con María. Así lo experimentó J. Caviesel, el actor que representó a Jesús en "La Pasión" de M. Gibson: "comencé con el rosario, éste me llevó a la confesión, la confesión a la Misa diaria y cada vez que recibo la Eucaristía, me siento más unido a Cristo". 

Dejarnos perdonar por el Señor. “Aprovecharnos” de la intercesión de María para alcanzar la fuerza necesaria y dar el paso de fe, ponernos de rodillas delante del ministro sagrado –no importa su personal indignidad- y pedir perdón a Dios. Esa sí que es una buena manera de preparar la Navidad. Se hará verdad en nuestra vida la oración colecta de la Misa: “Escucha, Señor, nuestras plegarias y ayúdanos a prepararnos a celebrar con verdadera fe y pureza de corazón el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo”.

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