(Domingo XXI-B) En la colecta de la Misa de este Domingo se nos habla de unidad, rememorando la narración de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, de los cuales dicen que eran “un solo corazón y una sola alma”, que vivían “consumados en la unidad”. Se alaba al Señor que puede hacer ese prodigio de la comunión: “Dios nuestro, tú que puedes darnos un mismo querer y un mismo sentir, concédenos a todos amar lo que nos mandas y anhelar lo que nos prometes para que, en medio de las preocupaciones de esta vida, pueda encontrar nuestro corazón la felicidad verdadera”.
Le pedimos que nos ayuda a comprometernos con Él: amar lo que Él ama, esperar sus promesas. Como ha dicho repetidas veces el Papa Benedicto XVI, ése el camino de la felicidad verdadera. El Cristianismo no es aburrido: Brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene razón cuando dice que es la fuerza "que siempre quiere el mal y siempre obra el bien" (Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario (Homilía, 8-XII-2005).
Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios. El libro de Josué (24, 1-18), presenta una escena tensa. Al llegar a la tierra prometida, el sucesor de Moisés, le dice al pueblo que ha llegado el momento de decidir: o Yahvé, o los dioses amorreos: “En aquellos días, Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jueces, jefes y escribas. Todos se presentaron ante Dios. Josué dijo a todo el pueblo: "Si no les parece bien dar culto al Señor, elijan hoy a quién desean dar culto, si a los dioses a quienes adoraron sus antepasados en Mesopotamia, o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupan ahora ustedes. Yo y los míos daremos culto al Señor". El pueblo respondió: "No tenemos ninguna intención de abandonar al Señor para dar culto a otros dioses. El Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres. El ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido y en todas las naciones que hemos atravesado. Nosotros daremos culto al Señor, porque él es nuestro Dios". Es la ratificación de la Alianza, que además tiene fuerza de ley para el pueblo hebreo.
Este es un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. No siempre la segunda lectura sigue el ritmo litúrgico de las demás seleccionadas para el domingo, pero en este caso sí. San Pablo escribe a los de Éfeso (5, 21-32) acerca del matrimonio y, haciendo ver la importancia de la mutua sumisión y amor entre los esposos, pone como ejemplo el amor –la alianza- de Cristo con la Iglesia. “Hermanos: Ténganse mutuamente respeto en honor a Cristo. Que las mujeres respeten a sus maridos. Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla a Dios. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo. Gran misterio es éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia”.
Y continuamos con el capítulo sexto de san Juan (6, 60-69), centrándonos en el texto que dice: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna”. Y en unas palabras de Pedro, tan claras como las de Cesarea: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”: "En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron: "Esta doctrina es inadmisible, ¿Quién puede aceptarla?" Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban su enseñanza, les preguntó: "¿Les resulta difícil aceptar esto? ¿Qué ocurriría si vieran al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Pero algunos de ustedes no creen". Dijo esto Jesús porque sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar. Y añadió: "Por eso les dije que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde aquel momento, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no andaban con él. Entonces Jesús preguntó a los Doce: "¿Acaso también ustedes quieren irse?" Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios".
La Eucaristía es llamada, entre otros títulos, sacramento de la Nueva Alianza, de la Alianza eterna. En el Antiguo Testamento se violó varias veces la Alianza. Esta Nueva Alianza es, al mismo tiempo, definitiva. También nosotros podemos decir, como los judíos a Josué: Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios. El ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido".
Comenzábamos pidiendo unidad, y la Eucaristía es sacramento de unidad. Hablábamos de alegría, y la fuente de esa felicidad está en la amistad con Jesucristo, que nos acompaña con su presencia en el Sagrario. El Papa Benedicto XVI, en la citada homilía, ponía en labios de la Virgen las siguientes palabras: “Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que, precisamente así, tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
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