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San Josemaría: padre, maestro y guía de santos.


Como sucede con todos los santos, la biografía de San Josemaría es un modelo que nos sirve para imitar a Jesucristo. Si miramos los primeros años de su vocación sacerdotal encontraremos la convicción de que estaba haciendo la Obra de Dios, que palpaba la acción de la gracia: “Esto va bien”, escribía. Pero ese trabajo de ser instrumento para encarnar el querer divino le exigía un esfuerzo agotador, que lo dejaba tenso y molido. Apenas podía descansar un poco, hasta el punto de escribir: "estoy rendido, lo mismo que si me hubieran apaleado".
En ese contexto, el Señor lo encaminaba en su vida interior por la vía de infancia espiritual, que lo orientaba al abandono filial en los brazos de su Padre Dios. Ese camino le permitió descubrir que esta faceta, la filiación divina, es el fundamento de la vida espiritual. Y también que su vocación sobrenatural conllevaba la dimensión de la paternidad espiritual.
Por ejemplo, en 1931 escribía en los apuntes íntimos que dirigía a su confesor: “Jesús no me quiere sabio de ciencia humana. Me quiere santo. Santo y con corazón de padre”. Más adelante, “en 1933, al solicitar permiso para arreciar en sus penitencias, exhortará a su confesor con estas palabras: — ‘Mire que Dios me lo pide y, además, es menester que sea santo y padre, maestro y guía de santos’” (cf. Vázquez de Prada).
Se trataba de una característica que se funda en la paternidad de Dios, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra (Ef 3, 15), como él mismo reconocía: “no puedo dejar de levantar el alma agradecida al Señor (…) por haberme dado esta paternidad espiritual, que, con su gracia, he asumido con la plena conciencia de estar sobre la tierra sólo para realizarla. Por eso, os quiero con corazón de padre y de madre” (cf. Burkhart & López, tomo 2).
Esa es la razón por la cual el principal título que se le da en el Opus Dei a san Josemaría es el de Padre. Así figura en la cripta donde reposaron sus restos mortales, cuyo epitafio estuvo compuesto simplemente de dos palabras: “El Padre”. Esta fue una decisión del beato Álvaro del Portillo, para cumplir un deseo que alguna vez había manifestado san Josemaría, de que en su tumba dijera en latín: “Genuit filios et filias”, como se resumía en el Génesis la obra de los patriarcas. Y así se refieren a él sus hijos espirituales en las conversaciones cotidianas, como hacen los hermanos al referirse al progenitor: “nuestro Padre”.
Llama la atención que tuviera tan clara desde el primer momento la dimensión paternal de su misión. Y que estuviera abierto a ampliar su alma para que en ella cupieran todos los hijos e hijas espirituales que el Señor le había de enviar durante su paso por la tierra y a lo largo de los siglos. Él mismo explica la razón en el Vía Crucis: “Por mucho que ames, nunca querrás bastante. El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño que supera todas las barreras. Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón” (VIII estación, 5).
Pero no se trata solo de una dimensión sentimental de la paternidad. Por esa razón, san Josemaría une, al adjetivo “Padre”, el de “santo”: “Jesús (…) me quiere santo. Santo y con corazón de padre”. Lo prioritario es la santidad. La paternidad es consecuencia de lo primero. Ese será el núcleo de su predicación, la llamada universal a la santidad. Como padre, quiere que sus hijos sean santos. De hecho, así les decía con frecuencia: “Os quiero mucho, hijos míos, pero os quiero santos” (Cf. Turrell, 2013).
Como resaltaba san Juan Pablo II en la homilía de su canonización: “hacer que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios y la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeran una única existencia ‘santa y llena de Dios’”. Y por eso se esforzó por vivirlo él mismo, en primer lugar. En ser un padre, santo. O mejor aún: un “santo y con corazón de padre”.
Y es que es esa una dimensión especial de la paternidad: reflejar la imagen de Dios Padre. Por eso, para ser un buen Pastor, un buen Padre, hay que estar muy unidos a Dios. Como dice el papa Francisco, ser un Padre con olor a oveja y a Sagrario. Donde mejor se ejerce la paternidad es junto al Tabernáculo, intercediendo por los hijos, pidiendo por su santidad y, ante todo, santificándose a sí mismo para ser mejor Padre, de acuerdo con el ejemplo de Jesús, que resumía en la última cena su misión en la tierra: “me santifico por ellos”.
San Josemaría tenía claro que su vocación en la Iglesia era la de ser un padre santo. Y especificaba dos facetas para ejercitar esa paternidad: “maestro y guía de santos”. Una rápida mirada a la web sobre la relación entre las palabras “maestro” y “san Josemaría” arroja algunos temas en los que se le ha propuesto como maestro: de perdón, de buen humor, de oración, ¡hasta de “existencialismo cristiano”! Pero curiosamente no aparece —al menos en una ojeada a vuelo de pájaro— el tema que él mismo proyectó para su vida entera cuando apenas empezaba a recorrer el camino de su vocación sacerdotal: maestro y guía de santidad.
Maestro y guía. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos vocablos? El Diccionario de la Real Academia define el primero, referido a una persona, como “de mérito relevante entre las de su clase”, aunque seguramente no era este el sentido en el que san Josemaría se perfilaba, más bien lo haría en cuanto “persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”.
“Enseñante” sería el sinónimo que surge de esa pequeña mirada al diccionario, que se complementa con el segundo vocablo: guía, que es “aquello que dirige o encamina. Persona que encamina, conduce y enseña a otra el camino”. Quizá por la definición del guía como director, podemos pensar en el primer capítulo de la primera obra del joven fundador, titulada “Consideraciones espirituales” (1934), que trató precisamente acerca de la dirección espiritual:
“Madera de santo. –Eso dicen de algunas gentes: que tienen madera de santos. –Aparte de que los santos no han sido de madera, tener madera no basta. Se precisa mucha obediencia al Director y mucha docilidad a la gracia. –Porque, si no se deja a la gracia de Dios y al Director que hagan su obra, jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo. Y la ‘madera de santo’, de que venimos hablando, no pasará de ser un leño informe, sin labrar, para el fuego... ¡para un buen fuego si era buena madera!”. (Camino, n. 56)
El autor de la edición crítica de Camino señala que “el contexto de todo el capítulo es la llamada del hombre al seguimiento de Cristo y la santidad entendida como «cristificación» (San Cirilo de Jerusalén), como reproducción de «la imagen de Jesús» en el hombre cristiano; dimensiones que se dibujan ya en este punto primero”. Dirección espiritual como guía de santidad. San Josemaría es entonces un maestro y guía que enseña, dirige y encamina a sus hijos espirituales —los de entonces y los de ahora— a seguir, a imitar y a identificarse con Jesús, a que también nosotros seamos santos.
Ese era el proyecto de san Josemaría para su labor pastoral. Podemos preguntarnos qué pasó con su realización. Qué frutos dejó esa enseñanza y esa guía del fundador del Opus Dei. Gracias a Dios, son bastante notorios. Y es que, si ya es bastante logro dejar obrar a Dios de tal modo que se alcance la santidad, de mucha mayor admiración es ejercer un influjo tal que otras personas, movidas por su ejemplo, lleguen también a la santidad.
Algunos ejemplos de la eficacia de los deseos de san Josemaría son las figuras del beato Álvaro (ingeniero, sacerdote y obispo), de la beata Guadalupe (doctora en química y ama de casa), de la Venerable Montse Grases (joven estudiante que murió de cáncer) y del Venerable Isidoro (ingeniero de origen argentino que también padeció una enfermedad neoplásica), sin contar el caso de otros diez Siervos de Dios que ya tienen incoados sus procesos de canonización desde la Prelatura y de tres más que lo han comenzado desde sus diócesis, de acuerdo con los datos que ofrece la página web del Opus Dei.
¡Qué bonito, considerar la obra de Dios en un hijo suyo, al que le ha dado la gracia de ser un padre santo, maestro y guía de santos! Una santidad fructífera, que no es para admirar, sino para imitar. De eso se trata: de aprovechar estas consideraciones para sacar propósitos de una nueva conversión para que también nosotros seamos padres santos, guías y maestros de santos.
Pidámosle al Señor ese regalo: que tengamos como la prioridad de nuestra vida el ser santos, como recordaba el papa Francisco justamente con ocasión de la beatificación de Guadalupe: “La santidad supone abrir el corazón a Dios y dejar que nos transforme con su amor, y supone también salir de sí mismo y andar al encuentro de los demás donde Jesús nos espera, para llevarles una palabra de ánimo, una mano de apoyo, una mirada de ternura y consuelo”.
Transformación que supone salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los necesitados, donde Jesús mismo nos espera. En esa línea, san Josemaría decía de sí mismo: “De pocas cosas puedo ponerme de ejemplo. Sin embargo, en medio de todos mis errores personales, pienso que puedo ponerme como ejemplo de hombre que sabe querer. Vuestras preocupaciones, vuestras penas, vuestros desvelos son para mí una continua llamada. Querría, con este corazón mío de padre y de madre, llevar todo sobre mis hombros” (Tertulia, 6-10-1968).
 Es la virtud de la caridad, el amor de Dios mismo, que los santos reflejan con su vida. Podemos concluir nuestra oración con un consejo del papa Francisco en la jornada de la beatificación de Guadalupe: “Animo a todos los fieles de la Prelatura, así como a todos los que participan en sus apostolados, a que aspiren siempre a esta santidad de la normalidad, que arde dentro de nuestro corazón con el fuego del amor de Cristo, y de la que tanto necesita hoy el mundo y la Iglesia”.

Comentarios

  1. He tenido dos relaciones con el Opus Dei una con la Escuela Deportiva Brafa y otra con Tajamar,
    En Brafa estuve de monitor deportivo y tengo grandes amigos como Javier Lasuncion y Andreu Girpert, el ambiente de la escuela era acogedor y cristiano, fue una experiencia muy fructifera.
    Mi relacion con Tajamar ha sido a traves de un entrenador de atletismo Lazaro Linares, que en la actualidad estoy leyendo su libro, "Antes Mas y mejor" sobre como se creo Tajamar. Lo cierto es que estoy asombrado como de la nada se creo la gran obra educativa, cultura y deportiva Tajamar, sin duda tuvo que intervenir la divinidad sino no se puede, con los medios que tenian, llegar hasta donde han llegado, incluso lograron que el estado hiciera 1200 viviendas para la inmensidad de familias que estaban en el barrio malviviendo en chabolas.
    Creo, sin duda alguna, que el Padre Josemaria impregno de santidad a todos lo que se hacercaban, debido a su camino santo de vida, nacen muy pocas personas con esa donación, Jesucristo junto a la Virgen Maria, estubieron con él todo el tiempo, de ahi su gran fruto.
    que Dios os ilumine para seguir haciendo este blog
    Jaime
    https://experienciasdelsagrario.blogspot.com/

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